Hay mucha vida después de
Borges. La eclosión de autores de todas las generaciones garantiza el relevo en
las letras del país protagonista de la Feria de Guadalajara
Francisco Peregil Buenos
Aires
Ilustración de Pacheco
Cada tarde, cientos de jóvenes en Buenos Aires salen de sus casas con
la sana intención de matar a Borges. A Borges o al mismísimo Witold Gombrowicz,
el escritor polaco al que se le atribuye el famoso consejo cuando le
preguntaron qué deberían hacer los argentinos para adquirir la deseada madurez
literaria.
-¡Maten a Borges!
-gritó desde el barco en el que regresaba a Europa en 1963, o bien se lo confió
a un periodista al pie del barco; en ese punto la leyenda se bifurca.
En cualquier caso, cientos de jóvenes salen cada tarde en Argentina a
formarse como escritores. Y suelen meterse en casa de otros escritores que
montan talleres literarios. “Es curioso”, resalta la escritora Sylvia
Iparraguirre “el prestigio del que sigue gozando el libro en esta época en la
que cada cual publica lo que quiere en Internet”. Alrededor de esos maestros
están naciendo alumnos aventajados. Pero antes de mencionar un solo nombre
convendría recordar las palabras de uno de los mejores autores argentinos:
La prensa seria, es decir, la que de un modo más seriado
informa lo que ocurre en el mundo, necesita tratar el hecho literario según el
único paradigma que el periodismo sabe procesar: el orden. Como respuesta, la
industria cultural presenta sus productos jerarquizados según ranking: los premios,
que prueban la medida en que la obra y otros recursos arbitrados por el autor
satisfacen las expectativas de los jurados, y las ventas, que reflejan la
medida en que las obras satisfacen las expectativas de los tenderos terminales
de la industria, lo que a su vez depende de factores publicitarios, de diseño
de cubiertas y de emplazamiento en la vidriera.
Lo escribió Fogwill en 1981, Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010),
autor de Los Pichiciegos,
novela memorable sobre el despropósito de la guerra de Las Malvinas. Ahora
podemos seguir con nuestro intento de poner orden.
Este año Argentina será el país invitado en la Feria Internacional del
Libro de Guadalajara. Acudirán unos sesenta escritores. Otros tantos no
viajarán a México por razones de diversa índole. Pero, más allá de quien vaya o
deje de ir, la feria es un buen pretexto para preguntarse cuáles son las voces
más significativas, qué tendencias hay y quién es el escritor más influyente en
Argentina.
“Si nos atenemos a la jerarquía rudimentaria de las ventas”, señala
una editora que prefiere mantenerse en el anonimato, “descubriremos que el
autor argentino de más éxito es Julio Cortázar, cuyo centenario de nacimiento
se celebra en Guadalajara. Cortázar es de lejos el autor que más vende en
Argentina. Borges es Borges, hay como un acuerdo tácito es que es de lejos el
mejor escritor argentino, lo legitima todo, cualquiera se ampara en él. Pero
Cortázar es un icono, es más querido. Uno puede encontrarse su foto en
cualquier mostrador de una tienda perdida en un pueblo chiquito de una
provincia remota”.
Y entre los vivos, esperando que Fogwill nos disculpe por la pregunta,
¿quiénes son los que más venden? Ahí, según la misma editora, destaca Claudia Piñeiro,
quien se dio a conocer en 2005 con una novela, Las viudas de los jueves,
que lleva vendidos 150.000 ejemplares, algo inaudito en Argentina. Y después Eduardo Sacheri,
autor de La pregunta de sus ojos -que dio lugar a la película El
secreto de sus ojos.
Si alguien entra en una
librería de Buenos Aires y pregunta por un nuevo escritor es muy probable que
el primer nombre que se le ocurra al librero sea el de Selva Almada
Pero si uno entra en una librería de Buenos Aires y pregunta por un
nuevo escritor -que Fogwill nos perdone otra vez-, es muy probable que el
primer nombre que se le ocurra al librero sea el de Selva Almada, nacida hace
41 años en la provincia de Entre Ríos. En 2012, la pequeña editorial Mardulce
le publicó su primera novela, El viento que arrasa. Y arrasó. Su editor,
Damián Tabarovsky, le dijo: “Para un escritor que publica su primera novela
vender 500 ejemplares ya está muy bien. Es muy raro que se vendan los 1.000 que
hemos editado”. El libro va en Argentina por su sexta edición, lleva vendidos
10.000 ejemplares y se ha traducido al francés, italiano, portugués, alemán y
sueco, entre otros.
En torno a la generación de los 40 años han despuntado también otros
escritores: Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976), hijo de desaparecidos víctimas
de la dictadura militar que aborda de forma indirecta en sus cuentos el
problema de las desapariciones; también sobresale Samanta Schwebling,
quien con dos libros de cuentos publicados en 2002 y en 2009 se convirtió en la
autora de la que todo el mundo hablaba hace 14 años. Ahora acaba de publicar su
primera novela, Distancia de rescate (Random House). Otro nombre y otro
título: Julián López y su primera novela, Una muchacha muy bella (Eterna
cadencia, 2013), que relata la historia de un niño y su madre, desaparecida en
los años 70. Hay muchos más autores y gran diversidad entre ellos. Pero si algo
tienen en común es que casi ninguno vive de lo que publica.
A falta de ingresos por derechos de autor, los talleres son un buen
recurso para pagar las facturas de luz y agua. Selva Almada, que acudió en su
día al taller de Alberto Laiseca, dirige otro taller. Abelardo Castillo, uno de
los escritores más consagrados, cuenta con el que quizás sea el taller más
antiguo de Argentina. Y suele recibir a los alumnos advirtiéndoles que el
taller no sirve para nada. En una
entrevista publicada en 2008 en La Nación, Castillo comentaba:
El taller literario es un invento nacional que aparece en los años 70
por una razón política e histórica y no por una razón literaria -responde el
autor de El que tiene sed -. Con la dictadura, desaparecen las revistas
literarias y son reemplazadas por los talleres. Han venido de España a
preguntarme cómo doy mis talleres. Les dije que no hay ningún misterio, que
esto es una reunión de escritores que leen sus textos y se critican entre
ellos. El taller literario tomado estrictamente como un método de enseñanza es
muy dudoso, porque no nació como un fenómeno cultural, educativo o pedagógico
sino como un fenómeno histórico. Mi taller lo dan los alumnos, funciona como
una gestalt. Yo lo único que hago es enseñarles, tal vez, a leer. Si de
mis talleres de cuentos sale un escritor es porque ya era escritor cuando
llegó.
La librería Ateneo Grand Splendid, toda una
institución bonaerense. / Daniel García (AFP)
La escritora Sylvia Iparraguirre, pareja sentimental de Castillo,
comenta: “A nuestra casa vienen algunos que sin apenas enterarse de lo que es
un taller, al poco tiempo ponen otro. Y lo hacen no solo escritores, sino
periodistas, profesores…”.
Pero no nos engañemos. Alrededor de esa industria casera, de ese
frenesí y ese amor por la literatura subyace un panorama desolador, como
describe Alejandro Bellotti, editor del suplemento cultural del bisemanario Perfil.
“Las grandes editoriales cortaron de cuajo la publicación de nuevos narradores
argentinos. El libro es caro y un escritor novel debe sentirse satisfecho si
vende 300 ejemplares”, asegura. Y en cuanto a los índices de lectura, habría
mucho que comentar. Los cafés de Buenos Aires parecen bibliotecas donde siempre
hay gente de todas las edades leyendo. En los cientos de parques de la ciudad
siempre se encuentra alguien con un libro. Pero… el pero es importante: Buenos
Aires no es Argentina. Y el hervidero cultural que se disfruta en ese cogollo
de tres millones de habitantes no tiene un reflejo similar en los otros 37
millones que viven en el resto del país.
El panorama es parecido al que padeció el mismísimo Borges, según
explica Ricardo Piglia, uno de los escritores vivos de mayor prestigio. Piglia
impartió el año pasado cuatro clases
sobre Borges televisadas por la Televisión Pública de Argentina y disponibles
en Youtube. Todas son impagables, pero en la primera de ellas Piglia
sostiene algo que aporta mucha luz al presente:
Borges no era un aerolito como se lo hace aparecer ahora. Borges
trabajó como trabajamos los escritores en Buenos Aires: hizo de todo, como
todos nosotros hemos hecho de todo (…). Publicó en cualquier lado donde le
pagaran un poco y en todos lados iba con el mismo estilo (…) No era un
personaje que bajó desde no se sabe qué altura. Era un hombre que se ganó la
vida. Cuando trabajaba en la biblioteca municipal ganaba 240 pesos y Arlt
ganaba el doble. Con las Aguafuertes Arlt ganaba cerca de 500 pesos, me tomé el
trabajo de ver. Borges cuenta que las amigas chetas [adineradas] que tenía lo
iban a ver y le decían: ¿Pero cómo podés trabajar por este sueldo? Había muerto
el padre, necesitaba un sueldo fijo y se fue a trabajar a esa biblioteca. Tenía
que cruzar la ciudad en tranvía, porque él vivía en Palermo. Tardaba como dos
horas de viaje. Después hizo traducciones, antologías, escribió prólogos, hizo
colecciones, dio conferencias en pueblitos diversos (…).
Segunda cuestión: nunca salió de Buenos Aires. Entre 1923 y 1961 hizo
todo en Buenos Aires. ¿Ustedes pueden creer, que con las librerías de Buenos
Aires hizo todo? Esta ciudad es extraordinaria. Ustedes discúlpenme.
Políticamente, no mucho. Pero culturalmente tiene una energía que uno no puede
entender o puede entender: cómo Borges tenía esa cultura, construyó esa cultura
con las librerías inglesas y francesas de Buenos Aires y arreglándoselas con
las bibliotecas. (…) Eso a mí me emociona. Porque me parece que Buenos Aires
mantiene esa energía. Acá se están haciendo cosas buenísimas. La gente se las
arregla acá… Es como si Borges dijera: ‘no hace falta ir a Nueva York’. ‘No
hace falta, para ser contemporáneo, ir a Tokyo’. Mejor ir a Tokyo si quieren,
yo no digo… Pero uno puede hacer las cosas acá con lo que hay acá, arreglarse
con lo que hay acá.
La gente se la rebusca en un panorama a veces desolador. Pero esa
desolación podría ser el alimento perfecto que nutra a un escritor ajeno a las
dictaduras del mercado. En un diálogo con escritores en la librería Eterna
Cadencia, el escritor y editor de Mardulce, Damián Tabarovsky, alabó a esos
escritores que “escriben a contracorriente del sentido común de lo que el
mercado espera”.
Dijo Tabarovsky:
La última vez que estuve en aquí, en Eterna Cadencia, junto con Luis
Chitarroni, un gran escritor y editor argentino, presentando La novela
luminosa de Mario Levrero, éramos cinco en la sala. Esa sensación de que no
había nadie… (…) me gusta como metáfora de la literatura argentina. La idea que
la literatura argentina se escribe para nadie”. Tabarovsky cree que el mercado
es algo que solo debe preocupar a los agentes literarios. “Esta idea de que la
literatura argentina está, si se quiere, en un margen, en una periferia, en un
lugar que uno habla para nadie y no escucha a nadie, no me es del todo
desagradable, más bien todo lo contrario.
Las penurias son parecidas a las que sufrió el mismísimo Borges. Pero,
¿La ambición literaria es la misma? Gabriela Adamo, responsable de la Feria del
Libro de Buenos Aires hasta este año, extraña la presencia de “algún escritor
ambicioso que logre reunir en su obra lo que, tal vez, hizo Saer y está
haciendo Aira”.
Francisco Garamona es poeta, cantautor y dueño de la librería La
Internacional Argentina, en cuya trastienda se arman muchas tardes tertulias de
lectores y escritores en torno a alguna botella y una guitarra. Garamona es
dueño también de la pequeña editorial independiente Mansalva, donde edita a
autores noveles y también a César Aira y Alberto Laiseca. Garamona sostiene que
la literatura ahora se construye con muchos autores y cada uno aporta su
individualidad. “Todos los libros que publicamos en Mansalva son lo que forman
el gran escritor de ahora. Y entre todos armamos el Frankenstein. Lautréamont
decía que la poesía debe ser hecha por todos, no por uno”. Fernanda Laguna,
esposa de Garamona y dueña también de la pequeña editorial Belleza y Felicidad,
corrobora: “Esto es un trabajo colectivo donde cada escritor tiene un lugar”.
Maximiliano Tomas, crítico literario y compilador de La joven
guardia (2005), antología que seleccionó a los nuevos narradores que
despuntaron hace una década, no cree que en los autores jóvenes haya falta de
ambición sino que sus objetivos son distintos. “En la Argentina, a diferencia
de lo que todavía sucede en buena parte de Hispanoamérica, hace mucho tiempo
que los escritores trabajan en contra del boom, sus efectos y sus
derivados. Nadie pretende ser García Márquez, Cortázar, Onetti. Tampoco Borges.
La idea de crear un mundo narrativo propio, a lo largo de los años y los
libros, es un norte en el que ya casi nadie cree. El último debe haber sido
Juan José Saer. Hay escritores con proyectos, por supuesto: Castillo, Fogwill,
Piglia y Aira han creado una obra con ambiciones, cada uno a su manera. Pero si
alguien planteara hoy entre jóvenes esa idea literaria tan de la década de 60,
de representar ingenuamente al mundo y sus problemas, la gente se echaría a
reír”.
Si se trata de saber qué escritor influye más entre los autores
jóvenes la respuesta que dan varios editores consultados es la misma: César
Aira. La desinhibición con la que que ha escrito sus más de 40 novelas -él
mismo lleva perdida la cuenta- es un faro para muchos, aunque hay también
quienes reniegan de su estilo. Y también hay quienes no valoran ni Osvaldo
Lamborghini (Buenos Aires,
1940 - Barcelona, 1985), un escritor al que Aira venera,
ni a su famoso relato, El fiord.
Entre los lectores más críticos de Lamborghini se encontraba el chileno Roberto
Bolaño, que afirmó en una conferencia sobre literatura argentina titulada La deriva de la
pesada: “El problema con Lamborghini es que se equivocó de
profesión. Mejor le hubiera ido trabajando como pistolero a sueldo, o como
chapero, o como sepulturero, oficios menos complicados que el de intentar
destruir la literatura. La literatura es una máquina acorazada. No se preocupa
de los escritores”.
Y finalmente, para reconciliarnos con Fogwill, podríamos terminar con
un autor que no es joven -tiene 63 años-, que no está traducido, que apenas
está reconocido fuera de Argentina, pero al que diversos escritores, editores y
libreros califican como lo mejor de la literatura contemporánea argentina: Marcelo Cohen.
Ricardo Piglia dixit: “De su camada, que es muy buena, el mejor
es Cohen”.
F. P.
En los últimos años se ha producido en Buenos Aires un fenómeno sin
precedentes: la publicación de cientos de cientos de libros de autores…
argentinos. "El mercado estaba copado por el libro español", explica
Francisco Garamona, editor de Mansalva. "Hasta que con la crisis de 2001
se dejó de importar libros y los libreros empezaron a darse cuenta de que había
un material en el país al que hasta entonces no le daban bola. Los grandes
sellos les habían dado la espalda a la buena literatura. Ahora hay mucho más
para elegir".
Desde 2001 fueron surgiendo decenas de pequeñas editoriales cuyos
nombres parecen formar un poema: Eterna Cadencia, Mardulce, Cuenco de Plata,
Entropía, Blatt & Ríos, Caja Negra, Mansalva, Belleza y Felicidad, Bajo la
Luna… "Y se ayudan entre ellas”, explica Pablo Pazos, al mando de la
librería porteña Arcadia. “Organizan lecturas con los escritores, trabajan
mucho las redes sociales, cuidan las pequeñas librerías… Los suplementos
literarios de los grandes diarios no son ya tan influyentes. Estos editores
tienen una aproximación muy cercana al lector".
"Nosotros no saldamos libros", explica Leonora Djament,
directora editorial de Eterna Cadencia, "hacemos un trabajo editorial a
largo plazo. Publicamos 20 libros al año y cada uno de ellos tiene un aporte
puntual en los debates locales o universales".
Entre esas editoriales independientes, pero no tan pequeñas, destaca
Adriana Hidalgo, que recibió una distinción en la Feria Guadalajara a su labor
editorial. "Estamos publicando la obra reunida de todos los poetas
argentinos", explica la propietaria, Adriana Hidalgo. "Y se venden
muy bien, tanto en España como en el resto de Sudamérica, porque es muy
atractiva la obra reunida. Además, nos propusimos editar toda la obra de
Antonio di Benedetto (1922-1986), que hasta entonces era un escritor de
escritores. Y a medida que lo fuimos publicando se amplió el público
lector".
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/25/babelia/1416925435_297177.html
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