La quinta entrega acaba de ganar el Premio Nacional del Cómic
Los autores: Juan Díaz Canales (izda) y Juanjo
Guarnido. ALBERTO MORANTE
JOSÉ
MARÍA ROBLES
Qué podría hacer hoy Tintín para combatir la explotación sexual?
¿Recurriría Peter Parker a la red de araña o a la foto-denuncia para acabar con
la corrupción? ¿Cómo de zapatofónica sería la respuesta de Mortadelo al
blanqueo de capital? ¿Bajaría el cibercrimen gracias al escrutinio de Astroboy?
Reconozcámoslo: de repente los héroes clásicos de la viñeta parecen
avejentados, casi gagás, incapaces no ya de plantar cara sino de coexistir
siquiera con la impunidad, la violencia y el hálito delictivo de esta otra
ficción que es nuestro tiempo. Un sustrato lumpen que infesta portadas de
periódicos, se presenta en prime time con logo de la Policía y asoma
también de alguna manera -en su versión más estilizada, americanizante y de
inspiración años 50- en la gran aportación autóctona a la historieta noir en la
última década y media: la saga Blacksad (Norma Editorial).
"Éste habría de ser mi mundo. Una jungla donde el grande se come
al chico, donde las personas se comportan como animales. Me había sumergido en
el lado más sombrío de la vida...", vislumbraba al final del primer álbum
su protagonista, el detective John Blacksad, hombre-gato concebido por el
guionista madrileño Juan Díaz Canales y el ilustrador granadino Juanjo
Guarnido. Nada más alegórico que un felino por los sinuosos caminos de la ley y
el orden. "Los personajes zoomorfos se entienden muy bien en todas las
culturas. Lo único que hicimos fue retomar los códigos de la fábula de Esopo y
aplicarlo al género negro", explicaba meses atrás a el hombre que presta
las palabras al justiciero de un zoo desbocado por la pasión y la venganza.
Como sucede cuando se abandona a propósito un cadáver en plena calle,
la concesión del Premio Nacional del Cómic 2014 a la quinta entrega de
la serie blacksadiana pretende enviar un mensaje: en este caso, distinguir a
"un tebeo de calidad sin fronteras, cargado de referencias culturales y
con una óptima ejecución". El Ministerio de Cultura toma así nota del
millón y medio de ejemplares vendidos por el tándem en Francia -120.000 en
España- y de paso bendice a una generación de autores (Raule, Ibáñez, Robledo,
Toledano, etc.) que cruzó los Pirineos para vivir de su talento.
Seguramente el alter ego de Humphrey Bogart con bigotes habría dormido
el sueño eterno si el sello galo Dargaud no se hubiese atrevido a publicar a
los dos españolitos sin apenas experiencia que se habían conocido años
atrás en el estudio de animación Lápiz Azul. El primer tomo llegó a manos de
los lectores en 2001. Sin embargo, los bocetos del gato al que no le gusta la
leche, veterano de guerra todo fibra y pelazo, fueron realizados mucho antes.
Eran ensayos en blanco y negro que querían hermanarse con los titanes de Hugo
Pratt (Corto Maltés) y Carlos Sampayo (Evaristo, Alack Sinner).
Desde París, donde se había mudado tras firmar con Disney para
participar en Hércules, Guarnido animó a su socio a impulsar el proyecto con un
formato ambicioso: a color y con tapa dura, algo impensable en España en ese
momento. La apuesta resultó ser un triple en la quiniela. El tándem despachó
30.000 unidades de la primera edición francesa de Un lugar entre las
sombras y se plantó con una inercia imbatible en el Salón del Cómic de
Barcelona (Mejor Álbum y Mejor Autor Revelación). Faltaban siete años para la
primera edición de Getafe Negro y cuatro para el estreno en cines de Sin City.
Stieg Larsson apenas empezaba a teclear por las noches y el gran referente del
hampa en el noveno arte español seguía siendo Torpedo 1936.
Un gato negro es el protagonista de la saga
Al igual que el matón de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet, John
Blacksad comenzó fisgando, olfateando, acechando y golpeando en Nueva York. La
Gran Manzana y su podredumbre de posguerra fueron escenario de un thriller con
caligrafía de diario íntimo: "Hay mañanas en las que cuesta más trabajo
digerir el desayuno. Sobre todo si amaneces frente al cadáver de un viejo
amor". Pero el investigador, ajeno a las amenazas, siempre cerca de una
mujer fatal o en compañía del reportero Weekly, no ha dejado de dar zarpazos en
más de 250 páginas: en un barrio deprimido cualquiera a cuenta del racismo
(Arctic-Nation), en Las Vegas con el trasfondo del macarthismo y el sprint
nuclear (Alma roja), en la Nueva Orleans condimentada con música, vudú, droga y
cárcel (El infierno, el silencio) o en la mítica Ruta 66 a partir de un
encontronazo entre beatniks, moteros y gente del circo (Amarillo).
Tres premios Eisner y un Harvey, o lo que es lo mismo, una buena
ración de los más codiciados galardones del circuito, jalonan de momento la
trayectoria del tipo de la gabardina, fumador, rápido de puños y tenaz, del que
sus autores no piensan cansarse. "Me gusta imaginar un mundo justo, en
el que hasta los poderosos paguen sus culpas; en el fondo, soy un
ingenuo", reflexiona Díaz Canales por boca del perro-comisario Smirnov. Y
suena tan contemporáneo...
http://www.elmundo.es/cronica/2014/11/16/54674b8022601d89578b4576.html
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