MANUEL VICENT
El pintor Daniel Quintero
ha trabajado durante años en el empeño de realizar retratos imaginarios de
grandes personajes sefardíes de la Edad Media
Esta es la historia de cómo
el mendigo Emiliano Maté se transformó en el famoso filósofo, rabino y médico
cordobés del siglo XII llamado Maimónides. Antes de convertirse en mendigo,
Emiliano era un probo funcionario, hijo único de vida apacible, hasta que un
día, al morir la madre, su rutina de ciudadano corriente dio un vuelco
inesperado. Con una añagaza urdida a medias con unos aviesos especuladores, el
casero logró desahuciarlo del piso donde vivía. Una vez en la calle, el
funcionario Emiliano Maté, en señal de protesta, se sentó en la acera frente a
su casa, junto a la glorieta de Cuatro Caminos, en Madrid, y allí ha
permanecido sin moverse durante más de 30 años. Emiliano solo era un
resistente, pero con el tiempo se fueron volviendo herrumbrosos su barba y sus
harapos, y al verlo durmiendo entre cartones, verano e invierno, en compañía de
varios perros, con el plato de la limosna y un carrito de supermercado donde
guardaba los abalorios de subsistencia, entre ellos la botella de aguardiente,
la gente al pasar lo creía uno más entre los vagabundos de la ciudad. Nadie
imaginó que era un lejano precursor de la cólera de 15-M.
El pintor Daniel Quintero
ha trabajado durante años en el empeño de realizar retratos imaginarios de
grandes personajes sefardíes de la Edad Media que fueron desahuciados de la
historia española y llevado por la idea de recobrar la memoria perdida ha
recorrido las sinagogas de Europa, de Turquía e Israel en busca de rostros de
actualidad que le sirvieran de modelos para acomodarlos, según su inspiración,
a las figuras insignes de pasado hebreo que tuvieron que abandonar Sefarad.
En esta galería de retratos
está Samuel ha-Leví, que fue tesorero de Pedro I de Castilla, de quien obtuvo
el privilegio de construir en Toledo la sinagoga del Tránsito; Baruj Garzón
Serfaty, nacido en una familia de vieja raigambre sefardí, quien tras cursar
estudios en la Sorbona de París y en el Seminario Rabínico de Londres, fue
nombrado primer jefe espiritual de la renacida comunidad judía de la capital de
España en la segunda mitad del siglo XX; Benjamín de Tudela, viajero al lejano
Oriente, anterior a Marco Polo; Yehuda ha-Leví, máximo poeta hebreo medieval;
doña Gracia de Mendes, de origen portugués, llamada La Señora, cuyos negocios
familiares rivalizaron con los Médicis y desde el exilio en Estambul ayudó a
los sefardíes pobres; Nahmánides, célebre rabino catalán nacido en Porta que
llegó a ser jefe espiritual de toda Cataluña desde la sinagoga de Girona.
El pintor Daniel Quintero
cruzó un día por la acera de Cuatro Caminos, donde el mendigo Emiliano
permanecía afincado como una instalación humana y al verlo no lo dudó un
segundo: su rostro sería el de Maimónides, el más universal de los judíos
españoles. Después de saludarlo con el respeto debido, le preguntó si haría la
merced de posar para un retrato. Conseguida su aquiescencia, el mendigo, con
todos sus aditamentos, incluidos los perros, acudió al estudio del artista y
después de cuatro sesiones quedó convertido en el filósofo, médico y rabino que
desde Córdoba iluminó al mundo con su sabiduría aristotélica. Ahora esta
galería de retratos se expone en la Sinagoga del Tránsito, en Toledo. Los
rostros que el espectador puede contemplar en esta muestra están extraídos de
algunos hogares de Israel, de Estambul y de Tesalónica donde muchas familias de
judíos sefarditas aún conservan la llave de la casa que sus antepasados
habitaron en España, su añorada Sefarad, antes de ser expulsados de este país
por los Reyes Católicos en 1492. A lo largo de cinco siglos esa llave ha pasado
de padres a hijos como una herencia simbólica que contiene, a la vez, la
fatalidad del destino y la esperanza de un retorno. Hasta ahora solo servía
para abrir la propia memoria y también el arca donde se ha guardado el tesoro
de una lengua que se negaba a desaparecer.
Daniel Quintero pudo pintar
el rostro de aquel sefardita, comerciante de ámbar, que conocí en el gran bazar
de Estambul. Sus antepasados vivieron en Toledo y él había realizado varios
viajes a España con la llave de la puerta de una casa que solo estaba en sus
sueños. La puerta ya no existía, pero pensó que, tal vez, la cerradura pudiera
andar perdida en manos de algún chamarilero. Después de recorrer decenas de
anticuarios por toda España un día se produjo el milagro. Entre los cachivaches
de una almoneda, que regentaba un gitano de Plasencia, el sefardita encontró
una cerradura herrumbrosa del siglo XV en la que su llave encajaba y funcionaba
perfectamente. En el bazar de Estambul el sefardita me hizo una demostración. Metió
la llave en la cerradura, la accionó varias veces y con palabras pronunciadas
en ladino meloso me dijo: así es cómo se abre y se cierra el destino. En la
exposición de Daniel Quintero en la sinagoga del Tránsito, en Toledo, fluyen
estas historias.
https://elpais.com/cultura/2017/11/10/actualidad/1510348645_173248.html
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