lunes, 20 de agosto de 2018

LA ÉPICA DEL BURÓCRATA. LAS TRAMAS PROTAGONIZADAS POR AGENTES DE DESPACHO SE HAN CONVERTIDO EN EL MEJOR RECLAMO PARA EL ESPIONAJE FRANCÉS MARC BASSETS



Mathieu Kassovitz como Guillaume Debailly, en un momento de 'Oficina de infiltrados'.

En Oficina de infiltrados, la historia de espías que algunos han considerado la mejor serie francesa de la historia, los agentes secretos raramente participan en persecuciones espectaculares, las secuencias de tiroteos y explosiones son escasas, y los protagonistas están lejos del arquetipo de James Bond.

El título original de la serie, que empezó a emitirse en 2015 y próximamente estrenará su cuarta temporada, es Le Bureau des légendes. Literalmente, "La oficina de las leyendas". Como su nombre indica, los héroes de esta ficción televisiva son burócratas, u oficinistas. Pero oficinistas con sentimientos: burócratas que se enamoran. Y es así, con el factor humano, como se tuerce todo.

Porque esto es Francia, el país que sacraliza el Estado y en el que la casta de los altos funcionarios gobierna el país. Y el país, también, al que le gusta recrearse en el lugar común de la patria de la seducción.

Es lógico, por tanto, que estos James Bond franceses pasen gran parte de los capítulos sentados en sus despachos ante los ordenadores o discutiendo en salas de reuniones. Y se entiende que en Oficina de infiltrados, creada por el cineasta Éric Rochant, el trabajo de los agentes sea ante todo una cuestión mental, un juego de espejos en el que al final nadie sabe quién es quién, como partidas simultáneas de ajedrez. Pero un ajedrez peculiar, en el que los sentimientos contaminan la razón, y viceversa.

Los burócratas de Oficina de infiltrados o bien son agentes con una identidad y una biografía falsa —la “leyenda” del título francés— a los que sus jefes envían a países en conflicto, o bien son los responsables de dirigirlos y controlarlos durante las operaciones.
La oficina de la serie —una célula supersecreta dentro los servicios de espionaje franceses— es ficticia, pero tiene una ubicación conocida en el mundo real: la DGSE, siglas de la Dirección General de la Seguridad Exterior, el equivalente de la CIA en Francia. La sede de la DGSE —y de la ficticia Oficina de infiltrados— se encuentra en el 141 del bulevar Mortier, un complejo militar que ocupa una manzana en el distrito XX, en el este de París, junto a la estación de metro Porte des Lilas y cerca de una iglesia cuyo nombre parece elegido expresamente para una burocracia que gestiona crisis en países conflictivos y se ocupa de la lucha antiterrorista. Se trata de Nuestra Señora de los Rehenes, erigida en el lugar donde una decena de sacerdotes fueron ejecutados durante la Comuna de París, en 1871.


Las buenas ficciones explican un tiempo y un país. La Francia de Oficina de infiltrados es una potencia geopolítica consciente de sus limitaciones pero que quiere jugar en el gran tablero global, que trata de tú a tú a Estados Unidos y Rusia, y se mueve por los teatros más calientes del globo como Siria o Irán. Es un país con un pasado colonial, y ahí está para recordarlo una de las tramas, que sucede en Argelia, y con un problema de yihadismo autóctono, reflejado en la historia de un francés musulmán que va combatir con el Estado Islámico. Y es también un país en el que el Estado impone respeto. Una de las paradojas de esta serie es que, pese a que los planes de los espías de la DGSE casi siempre se tuercen, no hay rastro de crítica en el relato, y el tono con los servicios secretos es casi reverencial.

“Territorio militar. Prohibido fotografías”, dice un cartel en el muro coronado de alambres de espino y varias cámaras que rodea la sede de la DGSE. “Zona protegida. Prohibido entrar sin permiso”, dice otro cartel.

El bulevar Mortier está casi vacío este mediodía de mediados de agosto. Solo se ve un grupo de hombres y mujeres de mediana edad, con aspecto —sí— de oficinista. Y un poco más atrás, un grupo de jóvenes atléticos vestidos de sport. Todos se detienen frente a una puerta metálica. La puerta se abre. Ellos entran. ¿Son espías? ¿Vuelven de almorzar? ¿Qué misión preparan? ¿Estará entre ellos un Guillaume Debailly, el brillante y atormentado protagonista, interpretado por Mathieu Kassovitz? ¿Será una de las mujeres la formidable agente Marina Loiseau real?
La magia de las buenas ficciones es que impactan en la realidad, la modifican. Y haber visto Oficina de infiltrados no solo causa una sensación extraña en quien se pasea por el bulevar Mortier, y de repente puede llegar a sospechar que los oficinistas que vuelven de almorzar le vigilan, y que quizá alguien salga de detrás de una esquina, lo meta en un automóvil y se lo lleve a una caserío lejos de la ciudad para interrogarle y preguntarle qué hacía tomando notas en una libreta frente al sanctasanctórum del espionaje francés.

La serie se ha convertido en el mejor anuncio para la DGSE, un agencia que había tenido mala fortuna en la ficción: sus agentes aparecían con frecuencia retratados como chapuceros o bufones, como explica Yves Trotignon, exfuncionario de la agencia y autor de Politique du secret. Regards sur Le Bureau des légendes "(Política del secreto. Miradas sobre 'Oficina de infiltrados')". Más cerca de Mortadelo y Filemón que de James Bond. Ahora son figuras modélicas: los actuales agentes son fans; Rochant incluso recibió una medalla, según Le Figaro; y algunas informaciones señalan que gracias a la serie el reclutamiento ha aumentado.

Si los burócratas-espías se hubiesen infiltrado en Oficina de infiltrados, la operación no habría salido mejor.

https://elpais.com/cultura/2018/08/18/actualidad/1534597722_386117.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario