Mathieu Kassovitz como
Guillaume Debailly, en un momento de 'Oficina de infiltrados'.
En Oficina de infiltrados,
la historia de espías que algunos han considerado la mejor serie francesa de la
historia, los agentes secretos raramente participan en persecuciones
espectaculares, las secuencias de tiroteos y explosiones son escasas, y los
protagonistas están lejos del arquetipo de James Bond.
El título original de la
serie, que empezó a emitirse en 2015 y próximamente estrenará su cuarta
temporada, es Le Bureau des légendes. Literalmente, "La oficina de las
leyendas". Como su nombre indica, los héroes de esta ficción televisiva
son burócratas, u oficinistas. Pero oficinistas con sentimientos: burócratas
que se enamoran. Y es así, con el factor humano, como se tuerce todo.
Porque esto es Francia, el
país que sacraliza el Estado y en el que la casta de los altos funcionarios
gobierna el país. Y el país, también, al que le gusta recrearse en el lugar
común de la patria de la seducción.
Es lógico, por tanto, que
estos James Bond franceses pasen gran parte de los capítulos sentados en sus
despachos ante los ordenadores o discutiendo en salas de reuniones. Y se
entiende que en Oficina de infiltrados, creada por el cineasta Éric Rochant, el
trabajo de los agentes sea ante todo una cuestión mental, un juego de espejos
en el que al final nadie sabe quién es quién, como partidas simultáneas de
ajedrez. Pero un ajedrez peculiar, en el que los sentimientos contaminan la
razón, y viceversa.
Los burócratas de Oficina
de infiltrados o bien son agentes con una identidad y una biografía falsa —la
“leyenda” del título francés— a los que sus jefes envían a países en conflicto,
o bien son los responsables de dirigirlos y controlarlos durante las
operaciones.
La oficina de la serie —una
célula supersecreta dentro los servicios de espionaje franceses— es ficticia,
pero tiene una ubicación conocida en el mundo real: la DGSE, siglas de la
Dirección General de la Seguridad Exterior, el equivalente de la CIA en
Francia. La sede de la DGSE —y de la ficticia Oficina de infiltrados— se
encuentra en el 141 del bulevar Mortier, un complejo militar que ocupa una
manzana en el distrito XX, en el este de París, junto a la estación de metro
Porte des Lilas y cerca de una iglesia cuyo nombre parece elegido expresamente
para una burocracia que gestiona crisis en países conflictivos y se ocupa de la
lucha antiterrorista. Se trata de Nuestra Señora de los Rehenes, erigida en el
lugar donde una decena de sacerdotes fueron ejecutados durante la Comuna de París,
en 1871.
Las buenas ficciones
explican un tiempo y un país. La Francia de Oficina de infiltrados es una
potencia geopolítica consciente de sus limitaciones pero que quiere jugar en el
gran tablero global, que trata de tú a tú a Estados Unidos y Rusia, y se mueve
por los teatros más calientes del globo como Siria o Irán. Es un país con un
pasado colonial, y ahí está para recordarlo una de las tramas, que sucede en
Argelia, y con un problema de yihadismo autóctono, reflejado en la historia de
un francés musulmán que va combatir con el Estado Islámico. Y es también un
país en el que el Estado impone respeto. Una de las paradojas de esta serie es
que, pese a que los planes de los espías de la DGSE casi siempre se tuercen, no
hay rastro de crítica en el relato, y el tono con los servicios secretos es
casi reverencial.
“Territorio militar.
Prohibido fotografías”, dice un cartel en el muro coronado de alambres de
espino y varias cámaras que rodea la sede de la DGSE. “Zona protegida.
Prohibido entrar sin permiso”, dice otro cartel.
El bulevar Mortier está
casi vacío este mediodía de mediados de agosto. Solo se ve un grupo de hombres
y mujeres de mediana edad, con aspecto —sí— de oficinista. Y un poco más atrás,
un grupo de jóvenes atléticos vestidos de sport. Todos se detienen frente a una
puerta metálica. La puerta se abre. Ellos entran. ¿Son espías? ¿Vuelven de
almorzar? ¿Qué misión preparan? ¿Estará entre ellos un Guillaume Debailly, el
brillante y atormentado protagonista, interpretado por Mathieu Kassovitz? ¿Será
una de las mujeres la formidable agente Marina Loiseau real?
La magia de las buenas
ficciones es que impactan en la realidad, la modifican. Y haber visto Oficina
de infiltrados no solo causa una sensación extraña en quien se pasea por el
bulevar Mortier, y de repente puede llegar a sospechar que los oficinistas que
vuelven de almorzar le vigilan, y que quizá alguien salga de detrás de una
esquina, lo meta en un automóvil y se lo lleve a una caserío lejos de la ciudad
para interrogarle y preguntarle qué hacía tomando notas en una libreta frente
al sanctasanctórum del espionaje francés.
La serie se ha convertido
en el mejor anuncio para la DGSE, un agencia que había tenido mala fortuna en
la ficción: sus agentes aparecían con frecuencia retratados como chapuceros o
bufones, como explica Yves Trotignon, exfuncionario de la agencia y autor de
Politique du secret. Regards sur Le Bureau des légendes "(Política del
secreto. Miradas sobre 'Oficina de infiltrados')". Más cerca de Mortadelo
y Filemón que de James Bond. Ahora son figuras modélicas: los actuales agentes
son fans; Rochant incluso recibió una medalla, según Le Figaro; y algunas
informaciones señalan que gracias a la serie el reclutamiento ha aumentado.
Si los burócratas-espías se
hubiesen infiltrado en Oficina de infiltrados, la operación no habría salido
mejor.
https://elpais.com/cultura/2018/08/18/actualidad/1534597722_386117.html
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