XAVIER VIDAL-FOLCH
El presidente de Estados
Unidos, Donald Trump, regresa a la Casa Blanca el 13 de julio tras unas
vacaciones. CHRIS KLEPONIS / POOL EFE
Donald Trump desarrolla
tres tácticas distintas de guerra comercial, a veces superpuestas, a veces
inconexas entre sí.
Turquía, con Irán, encarna
hoy la tercera: las sanciones económicas directamente dictadas como represalias
políticas.
Argentina, la segunda:
sufrió en mayo el coste automático del recalentamiento económico de EE UU (un
factor de la dura política monetaria, y del alza de su divisa) sobre los
emergentes endeudados en dólares.
México, China y Europa, la
primera: la guerra arancelaria para reducir el creciente déficit comercial de
Washington, aunque con la delirante coartada de que las exportaciones de
aquellos pondrían en peligro su seguridad nacional.
Quizá las tres tácticas
respondan a una estrategia común. A una lógica interna para nada reflexiva,
sino impulsiva, esculpida con intuiciones e improvisaciones.
Si eso es así,
probablemente la estrategia trumpista obedecería a la intención de revertir una
de las grandes tendencias desatadas con la Gran Recesión.
La de la pérdida de
posición (y riqueza relativa) de amplias zonas de clases medias occidentales. Y
el concomitante ascenso de los sectores más vulnerables e intermedios de los
países emergentes: no solo de China, también de India, Brasil, Turquía...
La particularidad de la
guerra de Trump —que solo él considera buena y susceptible de ser ganada en
solitario—, estriba en su finalidad. No consiste en retrotraer el reparto de y
a las clases medias en favor del conjunto de las occidentales, sino
exclusivamente de las norteamericanas.
Por eso renuncia al
liderazgo (occidental y) global y se presenta solo como patrón del America
First, como líder americano: el del país más potente en el mundo, pero no como
aspirante a líder del mundo.
Y además, el método que usa
no es el liberal-multilateral empleado por tantos de sus predecesores para
afianzar su hegemonía. Sino el autoritario-aislacionista de desafiar a esas
organizaciones multilaterales: la OMC, violando sus límites a la imposición de
aranceles; pero también la UNRWA, que protege a los desterrados palestinos,
boicoteándole el presupuesto.
Es la versión actual, con
riesgo de metástasis, de las políticas de emprobrecimiento del vecino (vía
devaluaciones monetarias y/o alzas de tarifas exteriores) que arruinaron al
mundo en los años treinta.
Claro que algunos
emergentes le prestaron terreno abonado. Crecieron exponencialmente, sin
suficiente ahorro público, ni empresarial ni de los hogares, alimentando
(comprensibles) burbujas.
Llenaron ese vacío con la
inversión, que remuneraban generosamente frente a los tipos cero de Occidente,
buena parte de cuyos capitales fluyeron hacia allí.
Ahora, cuando los tipos
recuperan el tipo en el mundo desarrollado, vuelve a casa. Y en modo estampida,
si el inquilino del gran poder prodiga amenazas y sanciones.
https://elpais.com/economia/2018/08/15/actualidad/1534354550_691239.html
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