El hallazgo se produjo en la tumba del visir Amenhotep Huy, gobernador
de Amenhotep III
El féretro de madera y yeso hallado en Luxor
contiene la momia intacta de una sacerdotisa de Amón-Ra. PROYECTO VISIR
AMENHOTEP HUY
FRANCISCO
CARRIÓN Especial para EL MUNDO El Cairo
Tañía el sistro y danzaba en templos y procesiones rindiendo culto a
Amón-Ra, el Rey de los dioses. El cuerpo de una de aquellas cantoras, ilustres
representantes del todopoderoso clero, ha despertado tres milenios después de
que su sarcófago fuese sepultado en una árida colina de la antigua y formidable
Tebas. Una misión de arqueólogos españoles firma el prodigioso hallazgo.
«El sarcófago se halla extraordinariamente bien conservado para haber
permanecido bajo seis metros de restos. Es casi un milagro»,
relata a EL MUNDO Francisco Martín Valentín, que dirige junto a Teresa Bedman
la expedición que desde 2009 horada la tumba del visir Amenhotep Huy en la
necrópolis de Asasif, a un tiro de piedra del templo de Hatshepsut.
Escondido en el patio que precede a la capilla del gobernador de
Amenhotep III (1387-1348 a.C.), el ataúd de la cantora-sacerdotisa ha vencido
al tiempo y los saqueos: está fabricado en madera y yeso; mide 181
centímetros de largo, 50 de ancho y 48 de alto; luce coloridas inscripciones y una
momia intacta aguarda en su interior la reapertura del féretro, prevista
para finales de semana.
La perfección domina las facciones de la figura. Una
cautivadora belleza de peluca negra, corona de flores y collar cincelan el
rostro de un cuerpo hierático de brazos cruzados. «Tiene un poco dañada la
nariz pero es una cara preciosa. Quien trabajó el sarcófago era gente de
nivel», dice el experto. Los laterales incluyen representaciones de los
cuatro hijos de Horus (Kebehsenuf, Imset, Duamutef, Hapi), Isis, Osiris y
Neftis con jeroglíficos en egipcio tardío.
Su identidad sigue siendo un
enigma
La identidad exacta de su inquilina sigue siendo un enigma. «No hemos
descubierto aún su nombre porque se han adherido algunos restos que han dañado
la inscripción», lamenta Martín Valentín. Su cavidad, todavía sellada, puede
cobijar nuevas sorpresas: «Tal vez encontremos un papiro o un ejemplar del
Libro de los Muertos entre las piernas de la momia, como era costumbre en la
época».
El sarcófago, esculpido a caballo de las dinastías XX y XXI, reúne
estos días las miradas de quienes escudriñan sus detalles en busca de la fecha
precisa de un tiempo remoto. «El estilo es más antiguo de lo debido para ser un
sarcófago de la dinastía XXI, que van muy decorados pero al mismo tiempo tiene
muchos elementos parecidos», argumenta el egiptólogo, quien barrunta que podría
datar de finales de la dinastía XX y principios de la XXI.
Una tesis que comparte el ministro de Antigüedades egipcio, Mamduh el
Damati: «Tiene un estilo único que fue común durante el reinado de la dinastía
XXI». Una época de mudanza -situada entre el 1000 y el 900 a.C., durante el
Tercer Periodo Intermedio (1070-650 a. C.)- sobre cuyas costumbres y relaciones
sociales la sacerdotisa puede arrojar luz. «Hay muy pocos sarcófagos de la
dinastía XX y muy pocos de la dinastía XXI que muestren la transición de estilo
a finales del Imperio Nuevo», apunta uno de los protagonistas del hallazgo que
ha agitado a la legión de científicos que regresa a Luxor cada otoño para desenterrar
sus secretos.
'Un banco de datos enorme'
«La comunidad de egiptólogos ha valorado el hallazgo. Entienden que es
un banco de datos enorme. A diferencia de otras necrópolis cercanas, la de
Asasif es una zona poco conocida y excavada. Es una puerta abierta a un cúmulo
de información», explica Martín Valentín, conmovido por los colegas que,
fascinados por el descubrimiento, han desfilado por una misión que concluye su
sexta campaña a mediados de mes. «La nueva corrió por toda la necrópolis como
el eco de una fiesta. Todo el mundo se mostró muy excitado», evoca el
codirector de un proyecto del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto
financiado por la Fundación
Gaselec de Melilla.
Su equipo se topó fortuitamente con el tesoro cuando el calendario
estrenaba mes. «Eran las doce de la mañana del 1 de diciembre. Los arqueólogos
-relata el egiptólogo- trabajaban en el patio cuando percibieron una estructura
que no formaba parte de la acumulación de piedras que sostenía el muro de la
capilla. Era una especie de techo para cubrir algo. Al levantar las piedras,
apareció una cabeza de sarcófago como las tantas que hemos encontrado en la
zona.
Pero, dado que estaba hueco y nos hallábamos a 70 centímetros del
suelo, comenzamos a sospechar que se trataba de un enterramiento». Y la
intuición no erró. El páramo se convirtió entonces en un hervidero de obreros,
inspectores y autoridades. Y a las cinco de la tarde, tras rasgar una zanja de
4 metros de largo y documentar lo que iba emergiendo de la tierra, la comitiva
procedió al levantamiento del cadáver.
Trasladada a una capilla contigua -despejada por la misión tras
retirar durante cinco temporadas toneladas de escombros-, la urna abandonó por
fin las sombras y reposó sobre unas tablas. «Fue un instante emocionante porque
el tiempo se confundía. No sabías si estabas a punto de enterrar a una cantora
de Amón o si se había recuperado del olvido tras milenios bajo tierra».
El sepulcro de la sacerdotisa confirma que la tumba del visir -cuya
memoria fue perseguida durante la radical reforma religiosa emprendida por
Ajenatón, hijo de Amenhotep III y precursor del monoteísmo- fue utilizada
como enterramiento posterior y taller de momificación -se han hallado
vestigios de camas de adobe, vendajes y bolsas de natrón-.
«Cobró un significado simbólico: la gente venía hasta aquí para
realizar peticiones a Osiris. Quienes como la cantora se enterraban en su
perímetro buscaban la mediación del visir», arguye el codirector con la vista
puesta ya en las tumbas del muro norte a las que la expedición consagrará el
próximo otoño.
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/12/10/54874593e2704e94508b4572.html
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