domingo, 7 de diciembre de 2014

EL ESCRITOR QUE AMÓ A JEAN SEBERG



Se cumplen cien años del nacimiento de Romain gary, el escritor que se burló del Goncourt al ganarlo dos veces, y el marido de la actriz sueca, cuya relación se evoca indirectamente en una novela sobre la impotencia, que acaba de salir a la luz 

J. M. PLAZA


Todavía no se había inventado la Viagra cuando Romain Gary escribió una novela sobre la decadencia sexual de un viejo vividor, enamorado de una veinteañera. El simbólico título lo dice todo: 'Próxima parada: final de trayecto'. Este libro lo acaba de reeditar Demipage, coincidiendo con el centenario del nacimiento de su autor, uno de los más importantes y controvertidos escritores franceses, un autor de éxito y un héroe: fue aviador, luchador en la Resistencia, diplomático, amigo de André Malraux y Albert Camus y ganador del premio Goncourt por dos veces, algo que prohíben expresamente sus bases.
Romain Gary, seudónimo de Roman Kacew, representa, como pocos, el espíritu francés, a pesar de ser un judío ruso nacido en Lituania, que escribió algunos libros en inglés y se casó con una actriz norteamericana (que parecía francesa): Jean Seberg, la memorable Patricia de 'Al final de la escapada'. Esta relación marcaría su vida y, posiblemente, su muerte.
El escritor conoció a la musa de la Nouvelle Vague cuando era consúl general de Francia en Los Ángeles. Gary nunca fue un diplomático al uso (le consideraban demasiado bohemio y, por ello nunca le nombraron embajador), sino un artista, que había tentado el cine y era amigo de grandes directores.
A Los Ángeles llegó Jean Seberg, una muchacha de apenas 20 años, que había debutado con Otto Preminger en 'Juana de Arco' y repetía con el mismo director en 'Buenos días, tristeza', película basada en la novela autobiográfica de la jovencita Françoise Sagan, que escandalizó a Francia en los años cincuenta. El padre de la protagonista, interpretado por David Niven, podía recordar al Romain Gary de ese momento. Y lo cierto es que el maduro diplomático y la joven actriz se enamoraron y vivieron una apasionada, accidentada y atormentada historia de amor.
La diferencia de edad (24 años) no era lo preocupante. Al menos, entonces. Había otras circunstancias adversas: los dos eran grandes seductores (e infieles, por lo tanto) y ambos estaban casados: Gary, con una mujer que no se lo puso fácil, la escritora Lesley Blanch. Para Jean Seberg resultó más sencillo, ya que siempre fue rebelde y rabiosamente independiente. Una mujer fatal, a su pesar.
"Yo ya no puedo satisfacerla"
En 1963, Gary y Seberg tuvieron un hijo, Alessandre Diego (que fue concebido en Mallorca) y su relación se prolongó, con notables altibajos, hasta 1970. El escritor lo veía venir y años antes declaró: "Lo normal es que nos separemos porque yo ya no puedo satisfacerla".
El último periodo de su relación fue demasiado intenso y desestabilizador, entre amantes y locuras por parte de ella. A finales de los sesenta, en una fiesta en Nueva York, Jean Seberg sedujo al escritor Carlos Fuentes, que se acababa de divorciar de la actriz Rita Macedo. El mexicano quedó deslumbrado por aquella joven de cara ingenua, a la que describió así: "Era brillante, inteligente, bella y muy vulnerable". Su recuerdo no le abandonó nunca, aunque vivieron un romance de apenas dos meses. Esa historia, debidamente aderezada, la contará después (en 1994) en su novela 'Diana o la cazadora solitaria', cuya protagonista, Diana Soren, posee "una infinita capacidad sexual".
Esta era una de las características de la dulce Jean Seberg: su pasión. Su apasionado modo de vivir la sexualidad. La otra, la independencia. La tercera, quizás la locura. Todo ello formaba un explosivo cóctel que enamoraba a los hombres, al tiempo que los arrastraba hacia el lado oscuro. La actriz abandonó a Carlos Fuentes y vivió una historia con Clint Eastwood mientras rodaban 'La leyenda de la ciudad sin nombre'. Fue otro de sus muchos amantes.
Jean Seberg mantuvo un doble vida. Se movió entre grandes hombres, que supieron admirar su belleza e intentaron protegerla, y entre canallas, que abusaron de ella. Una de sus relaciones más problemáticas fue con un miembro del movimiento pro derechos civiles, los Panteras Negras, con quien tuvo un hijo, fallecido a los tres días. A pesar de separse en 1970, Gary nunca abandonó a Jean Seberg: le cedió un apartamento en el centro de París y le pagó las visitas médicas al psiquiatra hasta el fin de sus días.
El don de la anticipación
La década de los setenta, ya en la antesala de la vejez, será la más prolífica y extraña del escritor. Pero no adelantemos acontecimientos y recordemos su trayectoria literaria. Antes de la Segunda Guerra Mundial, ya había publicado tres títulos con su verdadero nombre, Romain Kacew. En 1945 firmó, ya como Romain Gary, la novela 'Una educación europea', sobre la resistencia polaca contra los nazis. Once años después obtuvo el premio más prestigioso de Francia, el Goncourt, con 'Las raíces del cielo', una obra "que explica una época y un conflicto histórico de enormes proporciones", según Adolfo García Ortega (autor de los prólogos de cuatro de sus novelas traducidas al español), quien añade que esa novela "poseía el don de la anticipación". Gary fue un adelantado en el tema africano y ecológico.
Los éxitos se sucedieron en su vida. El público esperaba ansioso los nuevos títulos del famoso autor, que también escribió teatro, ensayo, dirigió dos películas para su mujer y participó en abundantes guiones cinematográficos, entre ellos, 'El día más largo', sobre el desembarco en Normandía.
Este reconocimiento popular se topó, de pronto, con la crítica, que empezó a despreciar las novelas de Gary (por fáciles), al tiempo que miraba hacia el Nouveau Roman. Este hecho afectó íntimamente al escritor, acostumbrado al éxito, y decidió actuar: se inventó una nueva identidad literaria y la mantuvo en secreto hasta el final. Así lo justificó: "Quería ser espectador de mi segunda vida. Fue como volver a nacer. Todo me fue dado de nuevo".
La realidad es que Gary pretendía mostrar a sus críticos que aún tenía mucho que decir. sorprendió a todos. En 1976, un casi desconocido Émile Ájar (había publicado una novela) obtuvo el premio Goncourt con 'La vida ante sí', una historia llena de humanidad sobre la amistad entre Momo, un niño huérfano, y Rosa, vieja madame que acoge en su casa a los hijos de las prostitutas. Una novela cálida, dura y esperanzadora.
Voz nueva, joven, fresca y original
La obra fue todo un acontecimiento: los críticos la saludaron con entusiasmo y la calificaron como una voz nueva, joven, fresca, original. Fue el libro más vendido del año en Francia y se hizo una película, 'Madame Rosa', que obtuvo el Oscar, y Simone Signoret, el César a la mejor actriz, como vieja prostituta. De repente, todo el mundo quería saber quién era ese misterioso escritor que no daba la cara, y Gary llegó a un acuerdo con su sobrino, Paul Pavlovich, para que asumiera la personalidad del reconocido autor, impostura que se mantuvo hasta su muerte. Para dar mayor verosimilitud al engaño, Émile Álar publicó dos títulos más.
Aunque el estilo y los temas son muy distintos en las novelas firmadas como Gary o como Ájar, hay una constante: la búsqueda del humanismo, motivado por el deseo del escritor de creer en algo. No le resultaba fácil y no lo consiguió. Así que, a pesar de su brillante vida, en 1980, un año después del suicidio de Jean Seberg, Romain Gary -muy civilizadamente- se puso el pijama, se acostó en su cama y se disparó un tiro en la boca.
Tras desparecer, dejó a su editor un libro titulado 'Vida y muerte' de Émile Ajar, donde contaba la historia de su nuevo seudónimo y las razones que le habían motivado para tal transformación. 'La última década de su vida', en la que alternó sus dos firmas, son las más fructífuras de su trayectoria. En esos diez años siguió publicando también con su verdadero nombre literario: Roman Gary.
Uno de esos libros es Próxima estación: final de trayecto, que escribió al mismo tiempo que la obra con la que obtuvo su segundo Goncourt y se publicaron el mismo año. Dos novelas simultáneas, que no tienen nada que ver, lo que muestra su genio literario: 'La vida ante sí', es luminosa, coral, y mira hacia fuera, hacia los desheredados; 'Próxima estanción...' es oscura, íntima, y se centra en el mismo autor y su agónico presente, simbolizado en la impotencia como el fin de todo vestigio de vida.Y es que cuando se ha sido un gran amante y se ha gozado de las mujeres, la decadencia sexual es algo así como la muerte en el alma.
Al llegar a los sesenta, la sexualidad se desbarata y aquello de lo que se estuvo tan orgullo y fue un leit motiv de tus días, ya no funciona. Así viven esta limitación los personajes de la novela, desde el viejo y millonario play-boy, al protagonista (trasunto del propio Gary), un editor que ha de vender su pequeña editorial y es incapaz de satisfacer a su joven enamorada brasileña, que tiene 20 años, los mismos que Jean Seberg cuando se conocieron.
La novela, que es autobiográfica, no narra la historia que mantuvo con la actriz, pero sí existen unos paralelismos evidentes, y el gran tema es, en el fondo, el que vivió con su mujer y fue una de las causas de su separación. Porque, como decía un viejo vividor, interpretado por Burt Lancaster, en 'Novecento', la película de Bertolucci: "Cuando no se te levanta es que estás muerto".
Roman Gary lo grita a su modo en la novela, cuyo título original (también con referencias al Metro) podría resultar aún más patético: 'A partir de aquí vuestro billete no es válido'. Esto sucedió en 1974. Quizás ahora, con la Viagra, el trayecto se pudiese prolongar varias estaciones y esta obra sobre la impotencia no se hubiera escrito.

http://www.elmundo.es/cultura/2014/12/04/547f64b5268e3e522c8b4577.html?intcmp=ULNOH002

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