Ilustración:
LUIS S. PAREJO
Miguel Dalmau y Román Piña escriben
la historia de la autodestrucción del sector editorial
LUIS ALEMANY Madrid
"Decía Borges que de lo único que un hombre no se arrepiente es de
haber sido valiente. Mi temprana decisión de dedicarme exclusivamente a la
literatura y hacerlo lejos de los centros de poder fue uno de los pocos
episodios audaces de mi vida. ¿Cómo voy a arrepentirme de algo que siempre me
ha mostrado lo mejor de mi mismo? Para eso precisamente debería servir la
literatura".
El autor del entrecomillado, Miguel Dalmau,
publicó en 1999 'Los Goytisolo', presentó en 2004 'Jaime Gil de Biedma. Retrato
de un poeta', sobre el escritor barcelonés, y trabajó durante seis años para
terminar una biografía de Julio Cortázar este año, en el centenario del autor
de Rayuela. Entregó el trabajo en el plazo previsto a su editorial (Circe) pero
el libro no ha llegado a las librerías ni se le espera. El proyecto está
cancelado. ¿Por qué? La agencia de Carmen Balcells no autorizó las citas de los
textos de Cortázar que incluía el manuscrito de Dalmau, lo que obligaba a
reconstruir el trabajo por completo. La tarea era demasiado grande para
terminarla dentro del año Cortázar y ni siquiera estaba claro que mereciese la
pena publicar un libro así sin las palabras del retratado. La biografía de
Cortázar se fue a un cajón, con grave perjuicio económico para el autor y su
editor.
¿Podremos leer el libro dentro de 30 años? A veces
pasan cosas así. ¿Por qué la agencia actuó así? Dalmau tiene en la cabeza un
par de versiones pero le falta una certeza. Así que, de momento, su explicación
remite al poder, en abstracto y en mayúscula (así lo escribe el escritor
mallorquín), que gobierna el negocio editorial en España y que, en su opinión,
maltrata a la literatura hasta la humillación. Dedicado al poder, a retratarlo
y desafiarlo, llega 'La mala puta' (Slopper), el libro que Dalmau ha escrito
junto al profesor, editor, escritor y periodista Román Piña. El insulto del
título alude a una frase de Hemingway, al que un día le presentaron a Carlos
Barral en Madrid. Hemingway preguntó a Barral cómo estaba "la mala
puta". "¿Qué mala puta?". "La literatura española".
¿Y el chulo? ¿Podemos definir qué significa eso de 'el Poder¡? En el
reparto de La mala puta estamos todos: editores, agentes, escritores
(facilones, envidiosos, mansos, avariciosos...), sus cónyuges, presentadores de
televisión que salen finalistas del Planeta, catedráticos, críticos,
periodistas... Y tantas sospechas recuerdan a la frase aquella del filósofo Terence
McKenna, eso de que "la verdadera conspiración es que no existe ninguna
conspiración". Por ejemplo: en un periódico como EL MUNDO (en el que
colabora Román Piña), en su sección de Cultura, se toman decisiones más o menos
acertadas y nobles, pero no hay una política de la exclusión ni del 'matoneo'.
Miguel
Dalmau. TONI SALVÁ
Los autores de 'La mala puta' contestan con un
"sí, bueno", cada uno a su estilo: "Yo soy un incendiario
fanático y Román un escéptico coñón", anuncia Dalmau. ¿Y el poder?
"El Poder es la gran instancia que dirige nuestras vidas. Es una hidra que
tiene varias cabezas destinadas a reprimir nuestros impulsos y organizar en su
beneficio la existencia de los ciudadanos. Escuelas, iglesias, cuarteles,
parlamentos, juzgados, cárceles... Para la mayoría, el Poder es necesario, pero
para una minoría rebelde el Poder es esa sensación de asfixia difusa que
sienten las almas sensibles y las mentes creadoras cuando se ponen en
movimiento. Esa capa densa, imperceptible, que te impide desarrollarte
y expresarte con libertad: eso es el Poder".
Continúa Piña: "Cuando empecé a colaborar con
prensa a los 27 años me preguntaba por qué siempre teníamos a la misma
gente en los papeles. El dilema es el de siempre: ¿sacamos en los papeles a
los famosos porque ellos nos ayudan a vender periódicos, o a esos artistas
desconocidos cuya escasa proyección nos parece intolerable?...".
¿Suena esto a nostalgia por la época en la que los
periódicos decían/decidían lo-que-es-importante, aunque lo importante fuera una
pesadez? «Yo no conocí ese tiempo del 'gran relato de lo que está
ocurriendo', y casi diría que nunca existió. La noticia tiene un día de
gloria y vida. El segundo día ya es un relato pedorro. Y creo que se sigue
haciendo así. El otro día un periódico importante desplegó una información
completamente casposa sobre el presunto gran momento de producción de
los 'grandes autores que irrumpieron en los 80'. Pero no da igual lo que
hagan los periodistas, en absoluto. Ahora más que nunca tienen una
responsabilidad fundamental: la de distinguir el fraude de la excelencia".
La mala puta reparte responsabilidades entre todos
y describe cómo se jodió el Perú, Zavalita. ¿Qué Perú? El país en el
que vivían Dalmau y todos aquellos escritores que estaban bien: escribían
en prensa, editaban en Anagrama, tenían traducciones en italiano, críticas en los
suplementos y algún libro convertido en película ('El cónsul de Sodoma' en su
caso)... Y ahora se encuentran con que su trabajo no da para nada.
Para ellos, perder su modo de vida es un drama que todos comprendemos. Pero,
aunque sea un poco cínico: ¿de verdad será malo para la sociedad que no haya
dinero en la literatura?
En otras palabras: 'La mala puta' describe un
futuro en el que los escritores serán como nuestros músicos de jazz, que viven
de lo que sea y tienen un público pequeño y generoso, qué más da que 40
millones de españoles ignoren a Jorge Pardo.
Tampoco es tan terrible, ¿no?
Román
Piña. JORDI AVELLÀ
"Yo lo veo al revés", responde Piña. "¿Puede un jazzman ser
un amateur y salirse con la suya? Lo dudo. Es triste que un jazzman o un
escritor, si son artistas de culto y de buen nivel, no se puedan ganar la vida
con lo suyo. Pero es más triste aún que impostores o artistas mediocres sí se
la ganen, o utilicen estas disciplinas como medios para obtener ingresos extra,
como quien coge un sobre de dinero negro".
Y Dalmau toma su hilo: "Nosotros no éramos
los profesionales de la literatura sino los amateurs. Nosotros sólo
intentábamos ser buenos escritores, pero fueron los editores quienes nos
convirtieron en autores. Nosotros éramos los minoritarios, los apasionados, los
de las cavas de jazz. Éstos éramos nosotros. Unos putos soñadores, aficionados
en el mejor sentido, románticos. El hecho de que fuéramos profesionales en
nuestro aprendizaje riguroso no quiere decir que fuéramos profesionales de
corazón, fríos, calculadores, o que nos dejáramos manipular por las
editoriales, sino todo lo contrario. De hecho ningún editor iba a buscarnos, no
había agencias literarias, sólo una, y a veces éramos descubiertos por nuestros
artículos. Todo era azar. En el polo opuesto, tenemos hoy a esos
junta-letras que usted llama amateurs y que en realidad son autores
absolutamente profesionales -o mejor, profesionalizados-, que fueron y
siguen siendo inventados por las editoriales. Incluso se dejan escribir los
libros por otro. Creo que está clara la diferencia".
De modo que el problema no es que los 'dalmaus' de España vayan a ser
pobres: "Es evidente que escribir sin objetivos metaliterarios -dinero,
fama y honores- proporciona gran placer y libertad. Y uno se siente mucho más
limpio", explica el aludido. El problema es que la recompensa a su
esfuerzo se lo queden los más sospechosos de sus colegas.
'La mala puta' es también un reportaje dedicado a
preguntar a un puñado de escritores (David Torres, Llucia Ramis, Fernández
Mallo, Hernán Migoya...) cómo se sienten ante las promesas incumplidas de
su profesión y a rastrear a los juguetes rotos de la literatura española de los
90. Uno de ellos es Pablo González Cuesta, al que le ha ido más o menos bien
por el método de dejarlo todo y marcharse a una cabaña en nosedónde en Chile, a
seguir escribiendo, aunque nadie le lea. Otro es Pedro Maestre, ganador del
Nadal en 1996, al que le fue casi todo mal porque no entendió que la
mala puta lo estaba utilizando. Mal, porque no se fue a Chile o más lejos
con el botín del Nadal. Ahora rehace su vida y escribe.
Y sí, bueno: pero todos, en cualquier trabajo,
recordamos a algún colega que tenía talento pero que no prosperó por suerte,
por carácter o porque alguien le hizo la puñeta: "Las lacras del mundo
literario son las mismas de los otros ámbitos: enchufismo, nepotismo,
incompetencia... Pero la factura nos importa más, porque puede suponer
la autodestrucción de un arte demasiado importante para la necesidad de mucha
gente de enfrentarse valiente y crudamente a este mundo", explica Piña. Y
Dalmau le hace el coro: «Nuestro país ha bajado el listón en todo, salvo en
incultura, grosería, frivolidad, falta de ética y estupidez".
Hay nombres propios por todas las en La mala puta, para quienes se quedan
con las ganas cuando Trapiello escribe "X" en sus diarios:
Echevarría, Gimferrer, Cebrián, Vila Matas, Muñoz Molina, Antonia Kerrigan,
Balcells, Freire, Saladrigas, Arcadi Espada, Jordi Gracia... Algunos quedarán
contentos con su retrato y otros no. Pero ahora no vamos a estropear esa
intriga.
http://www.elmundo.es/cultura/2014/12/08/5481b1c8e2704e72268b4591.html
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