martes, 9 de diciembre de 2014

ENSAYO 'LA MALA PUTA' CÓMO MATAMOS LA LITERATURA


Ilustración: LUIS S. PAREJO
Miguel Dalmau y Román Piña escriben la historia de la autodestrucción del sector editorial

LUIS ALEMANY Madrid
"Decía Borges que de lo único que un hombre no se arrepiente es de haber sido valiente. Mi temprana decisión de dedicarme exclusivamente a la literatura y hacerlo lejos de los centros de poder fue uno de los pocos episodios audaces de mi vida. ¿Cómo voy a arrepentirme de algo que siempre me ha mostrado lo mejor de mi mismo? Para eso precisamente debería servir la literatura".
El autor del entrecomillado, Miguel Dalmau, publicó en 1999 'Los Goytisolo', presentó en 2004 'Jaime Gil de Biedma. Retrato de un poeta', sobre el escritor barcelonés, y trabajó durante seis años para terminar una biografía de Julio Cortázar este año, en el centenario del autor de Rayuela. Entregó el trabajo en el plazo previsto a su editorial (Circe) pero el libro no ha llegado a las librerías ni se le espera. El proyecto está cancelado. ¿Por qué? La agencia de Carmen Balcells no autorizó las citas de los textos de Cortázar que incluía el manuscrito de Dalmau, lo que obligaba a reconstruir el trabajo por completo. La tarea era demasiado grande para terminarla dentro del año Cortázar y ni siquiera estaba claro que mereciese la pena publicar un libro así sin las palabras del retratado. La biografía de Cortázar se fue a un cajón, con grave perjuicio económico para el autor y su editor.
¿Podremos leer el libro dentro de 30 años? A veces pasan cosas así. ¿Por qué la agencia actuó así? Dalmau tiene en la cabeza un par de versiones pero le falta una certeza. Así que, de momento, su explicación remite al poder, en abstracto y en mayúscula (así lo escribe el escritor mallorquín), que gobierna el negocio editorial en España y que, en su opinión, maltrata a la literatura hasta la humillación. Dedicado al poder, a retratarlo y desafiarlo, llega 'La mala puta' (Slopper), el libro que Dalmau ha escrito junto al profesor, editor, escritor y periodista Román Piña. El insulto del título alude a una frase de Hemingway, al que un día le presentaron a Carlos Barral en Madrid. Hemingway preguntó a Barral cómo estaba "la mala puta". "¿Qué mala puta?". "La literatura española".
¿Y el chulo? ¿Podemos definir qué significa eso de 'el Poder¡? En el reparto de La mala puta estamos todos: editores, agentes, escritores (facilones, envidiosos, mansos, avariciosos...), sus cónyuges, presentadores de televisión que salen finalistas del Planeta, catedráticos, críticos, periodistas... Y tantas sospechas recuerdan a la frase aquella del filósofo Terence McKenna, eso de que "la verdadera conspiración es que no existe ninguna conspiración". Por ejemplo: en un periódico como EL MUNDO (en el que colabora Román Piña), en su sección de Cultura, se toman decisiones más o menos acertadas y nobles, pero no hay una política de la exclusión ni del 'matoneo'.

Miguel Dalmau. TONI SALVÁ

Los autores de 'La mala puta' contestan con un "sí, bueno", cada uno a su estilo: "Yo soy un incendiario fanático y Román un escéptico coñón", anuncia Dalmau. ¿Y el poder? "El Poder es la gran instancia que dirige nuestras vidas. Es una hidra que tiene varias cabezas destinadas a reprimir nuestros impulsos y organizar en su beneficio la existencia de los ciudadanos. Escuelas, iglesias, cuarteles, parlamentos, juzgados, cárceles... Para la mayoría, el Poder es necesario, pero para una minoría rebelde el Poder es esa sensación de asfixia difusa que sienten las almas sensibles y las mentes creadoras cuando se ponen en movimiento. Esa capa densa, imperceptible, que te impide desarrollarte y expresarte con libertad: eso es el Poder".
Continúa Piña: "Cuando empecé a colaborar con prensa a los 27 años me preguntaba por qué siempre teníamos a la misma gente en los papeles. El dilema es el de siempre: ¿sacamos en los papeles a los famosos porque ellos nos ayudan a vender periódicos, o a esos artistas desconocidos cuya escasa proyección nos parece intolerable?...".
¿Suena esto a nostalgia por la época en la que los periódicos decían/decidían lo-que-es-importante, aunque lo importante fuera una pesadez? «Yo no conocí ese tiempo del 'gran relato de lo que está ocurriendo', y casi diría que nunca existió. La noticia tiene un día de gloria y vida. El segundo día ya es un relato pedorro. Y creo que se sigue haciendo así. El otro día un periódico importante desplegó una información completamente casposa sobre el presunto gran momento de producción de los 'grandes autores que irrumpieron en los 80'. Pero no da igual lo que hagan los periodistas, en absoluto. Ahora más que nunca tienen una responsabilidad fundamental: la de distinguir el fraude de la excelencia".
La mala puta reparte responsabilidades entre todos y describe cómo se jodió el Perú, Zavalita. ¿Qué Perú? El país en el que vivían Dalmau y todos aquellos escritores que estaban bien: escribían en prensa, editaban en Anagrama, tenían traducciones en italiano, críticas en los suplementos y algún libro convertido en película ('El cónsul de Sodoma' en su caso)... Y ahora se encuentran con que su trabajo no da para nada. Para ellos, perder su modo de vida es un drama que todos comprendemos. Pero, aunque sea un poco cínico: ¿de verdad será malo para la sociedad que no haya dinero en la literatura?
En otras palabras: 'La mala puta' describe un futuro en el que los escritores serán como nuestros músicos de jazz, que viven de lo que sea y tienen un público pequeño y generoso, qué más da que 40 millones de españoles ignoren a Jorge Pardo.
Tampoco es tan terrible, ¿no?

Román Piña. JORDI AVELLÀ
"Yo lo veo al revés", responde Piña. "¿Puede un jazzman ser un amateur y salirse con la suya? Lo dudo. Es triste que un jazzman o un escritor, si son artistas de culto y de buen nivel, no se puedan ganar la vida con lo suyo. Pero es más triste aún que impostores o artistas mediocres sí se la ganen, o utilicen estas disciplinas como medios para obtener ingresos extra, como quien coge un sobre de dinero negro".
Y Dalmau toma su hilo: "Nosotros no éramos los profesionales de la literatura sino los amateurs. Nosotros sólo intentábamos ser buenos escritores, pero fueron los editores quienes nos convirtieron en autores. Nosotros éramos los minoritarios, los apasionados, los de las cavas de jazz. Éstos éramos nosotros. Unos putos soñadores, aficionados en el mejor sentido, románticos. El hecho de que fuéramos profesionales en nuestro aprendizaje riguroso no quiere decir que fuéramos profesionales de corazón, fríos, calculadores, o que nos dejáramos manipular por las editoriales, sino todo lo contrario. De hecho ningún editor iba a buscarnos, no había agencias literarias, sólo una, y a veces éramos descubiertos por nuestros artículos. Todo era azar. En el polo opuesto, tenemos hoy a esos junta-letras que usted llama amateurs y que en realidad son autores absolutamente profesionales -o mejor, profesionalizados-, que fueron y siguen siendo inventados por las editoriales. Incluso se dejan escribir los libros por otro. Creo que está clara la diferencia".
De modo que el problema no es que los 'dalmaus' de España vayan a ser pobres: "Es evidente que escribir sin objetivos metaliterarios -dinero, fama y honores- proporciona gran placer y libertad. Y uno se siente mucho más limpio", explica el aludido. El problema es que la recompensa a su esfuerzo se lo queden los más sospechosos de sus colegas.
'La mala puta' es también un reportaje dedicado a preguntar a un puñado de escritores (David Torres, Llucia Ramis, Fernández Mallo, Hernán Migoya...) cómo se sienten ante las promesas incumplidas de su profesión y a rastrear a los juguetes rotos de la literatura española de los 90. Uno de ellos es Pablo González Cuesta, al que le ha ido más o menos bien por el método de dejarlo todo y marcharse a una cabaña en nosedónde en Chile, a seguir escribiendo, aunque nadie le lea. Otro es Pedro Maestre, ganador del Nadal en 1996, al que le fue casi todo mal porque no entendió que la mala puta lo estaba utilizando. Mal, porque no se fue a Chile o más lejos con el botín del Nadal. Ahora rehace su vida y escribe.
Y sí, bueno: pero todos, en cualquier trabajo, recordamos a algún colega que tenía talento pero que no prosperó por suerte, por carácter o porque alguien le hizo la puñeta: "Las lacras del mundo literario son las mismas de los otros ámbitos: enchufismo, nepotismo, incompetencia... Pero la factura nos importa más, porque puede suponer la autodestrucción de un arte demasiado importante para la necesidad de mucha gente de enfrentarse valiente y crudamente a este mundo", explica Piña. Y Dalmau le hace el coro: «Nuestro país ha bajado el listón en todo, salvo en incultura, grosería, frivolidad, falta de ética y estupidez".
Hay nombres propios por todas las en La mala puta, para quienes se quedan con las ganas cuando Trapiello escribe "X" en sus diarios: Echevarría, Gimferrer, Cebrián, Vila Matas, Muñoz Molina, Antonia Kerrigan, Balcells, Freire, Saladrigas, Arcadi Espada, Jordi Gracia... Algunos quedarán contentos con su retrato y otros no. Pero ahora no vamos a estropear esa intriga.

http://www.elmundo.es/cultura/2014/12/08/5481b1c8e2704e72268b4591.html

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