A raíz de la inminente edición
conjunta de las tres primeras novelas protagonizadas por su popular detective,
el escritor italiano recuerda cómo le urdió
Andrea Camilleri, en su casa, en Roma. ANTONELLO NUSCA
ANDREA CAMILLERI
Todo surgió a raíz de una novela
'histórica' que había empezado a escribir en 1993 y que se editaría
años después, 'La ópera de Vigàta'. Mientras trabajaba en aquel libro me di
cuenta de que mi forma particular de contar una historia era, por así decirlo,
bastante desordenada.
Me explico: todo lo que había escrito hasta el
momento había nacido de un fuerte impulso (el recuerdo de un
hecho que me habían contado, un episodio histórico...), y siempre había
comenzado a componer mis narraciones partiendo precisamente de esos impulsos,
de esas ideas, que luego, una vez acabada la novela, no conformaban ni mucho
menos el primer capítulo, sino que encontraban su lugar una vez que la trama
estaba encauzada. Al final, el primer capítulo al que metía mano acababa siendo
el quinto o el décimo, a saber.
Así fue como me hice una pregunta: ¿era capaz de
escribir una novela empezando por el primer capítulo y siguiendo el hilo, sin
saltos temporales ni lógicos, hasta el último? Me contesté que quizá lo sería
si lograba adentrarme en una estructura narrativa lo bastante sólida.
Llegado a ese punto, me vino a la cabeza un
texto de Leonardo Sciascia sobre la novela negra, sobre las reglas que
debe respetar un autor policíaco. Al mismo tiempo, recordé una afirmación de
Italo Calvino, según el cual era imposible ambientar una novela negra en
Sicilia. Y de ese modo decidí aceptar un doble reto: contra mí mismo y contra
el iluso de Calvino. De todas maneras, antes de poner negro sobre blanco
reflexioné largamente sobre la elección del protagonista, del investigador.
Tenía ya mucha práctica con el relato policíaco,
porque, en calidad dedelegado de producción de la RAI, había sido, entre
otras cosas, responsable de todo el 'Maigret' televisivo y de una serie de
Sheridan. Y también había dirigido otras producciones policíacas. Pero, por
encima de todo, me había influido la manera que tenía el dramaturgo Diego
Fabbri de adaptar a la pequeña pantalla las obras de Simenon: las
desestructuraba como novelas y las reestructuraba como guiones para la
televisión. Estar a su lado era como ir al taller de un relojero y verlo
desmontar un reloj para volver a montarlo adaptándolo a una caja nueva, con
otra forma.
Estoy convencido de que allí aprendí ese arte y,
sin darme cuenta, lo guardé en un rincón. En consecuencia, mi investigador se
perfiló enseguida no como un detective privado o un 'husmeabraguetas',
como los llaman los americanos, sino como un policía institucional, como un
inspector o un comisario. ¿Por qué no un suboficial o un oficial de los
'carabinieri'? Durante mucho tiempo estuve tentado de elegir como protagonista
a un subteniente de ese cuerpo, puesto que precisamente uno había sido el
investigador de mi primera novela, 'El curso de las cosas'.
Al final me decidí por un comisario porque me
pareció que estaba menos obligado a someterse a determinadas reglas de
comportamiento de las que los miembros del cuerpo de carabinieri no pueden
prescindir.
¿Qué rasgos característicos debía tener ese
personaje? Tengo que confesar que los vi claros desde el principio: debía ser
un hombre inteligente, fiel a su palabra, reacio a los heroísmos inútiles,
culto, buen lector, que razonara con sosiego y que careciera de prejuicios. Un
hombre al que se pudiera invitar tranquilamente a una cena familiar. Un hombre
que «cuando quería entender una cosa, la entendía», como escribí ya en el
primer libro.
Tenía pensados dos nombres: Cecè Collura y
Salvo Montalbano, ambos muy comunes en Sicilia. Elegí ponerle Montalbano en
agradecimiento a Manuel Vázquez Montalbán, ya que su novela 'El pianista' me
había sugerido la estructura definitiva de 'La ópera de Vigàta'.
Una vez que aclaré esas cosas, escribí mi primera
obra policíaca ateniéndome a las reglas que me había impuesto (de hecho, el
primer capítulo comienza al amanecer y así sucedería en todas las entregas
posteriores). La editorial Sellerio la publicó en 1994 con una cubierta
exquisita.
Tras haber superado con claridad el primer
reto, el que me había puesto a mí mismo, y muy probablemente también el
segundo, el de Calvino, mi impulso inmediato fue dejarlo ahí.
No le hice caso porque no estaba completamente
satisfecho con cómo había quedado la figura del comisario. Tenía la impresión
de que no lo había dibujado del todo, de que había antepuesto la labor de
investigador, pasando por alto algunos aspectos de su carácter.
En resumen, me parecía que sólo lo había resuelto
a medias. Y dejarlo a medias me molestaba mucho. Siempre intento concluir lo
que empiezo. Así pues, por una especie de escrúpulo artesanal, decidí escribir
una segunda novela sobre aquel comisario y terminar mi breve carrera de
escritor de género negro.
Creo que, ya desde las primeras líneas, hay algo
que salta a la vista,una diferencia sustancial entre la primera
novela y la segunda: en una, el amanecer lo ven dos basureros, mientras que en
la otra lo ve Montalbano. Así sucedería en todas las novelas posteriores.
Cabe señalar que, a partir de la segunda entrega,
todo lo que ocurre se ve a través de los ojos de Montalbano, tenemos siempre el
punto de vista de una cámara subjetiva; es decir, no sucede nada ajeno
a él: o lo ve o se lo cuentan. De ese modo, el lector siempre tiene en las
manos las mismas cartas que el comisario.
Decidí que también la segunda novela debía
centrarse en una investigación 'sui géneris': si el primer caso se basaba en
esencia en un delito de imagen, el segundo iba a centrarse en la memoria, en un
crimen sucedido muchísimos años antes y ya prescrito. Con la publicación de
aquella segunda novela, 'El perro de terracota', en 1996, daba
definitivamente por concluida mi incursión en el campo de la narrativa
policíaca. No obstante, y por motivos que aún hoy me resultan inexplicables, el
personaje cosechó un gran éxito. Y no sólo eso: su éxito sirvió de acicate para
mis obras anteriores, hasta el punto de que la editorial Sellerio tuvo que
reeditarlas.
Empecé a recibir decenas, centenares de cartas que
me invitaban, más o menos perentoriamente, a seguir escribiendo sobre Salvo
Montalbano. También es cierto que el personaje no necesitaba el respaldo de los
lectores para hincharme las narices constantemente. Empezó a aparecérseme
incluso cuando menos convenía, apremiante. Había leído que determinados
autores decían estar obsesionados con algunos de sus personajes y lo había
achacado a una afectación literaria.
Sin embargo, constaté que aquello podía suceder de
verdad. Acabé en la absurda tesitura de sólo poder pensar en una novela
'histórica' con la condición de pensar al mismo tiempo en un nuevo caso de
Montalbano. De otro modo no podía seguir adelante.
Y así me vi 'obligado' a escribir, y además con
cierta urgencia, la tercera novela, 'El ladrón de meriendas', en la que
favorecí un aspecto del comisario completamente personal.
Una vez más, me hice ilusiones de haber puesto
punto final. La verdad es que no me apetecía ser escritor de novela negra, y
menos de una serie con un mismo personaje.
Sin embargo, fue como echar gasolina al fuego.
http://www.elmundo.es/cultura/2014/12/01/547c2be422601dbb648b4571.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario