lunes, 8 de diciembre de 2014

LA MALDICIÓN DEL GENIO IGNORADO. EL THYSSEN SE UNE AL TRIBUTO A VAN GOGH EN EL 125 ANIVERSARIO DE SU MUERTE CON CINCO OBRAS

Una mujer contempla el cuadro 'Los descargadores en Arles' (1888), de Vincent van Gogh. EFE



 FLAVIA DE FARRACES Madrid
Necesitó morir para que despuntara su leyenda. Casi inmediatamente después de su fallecimiento, empezaron a sucederse los reconocimientos que en vida le esquivaron. El 29 de julio de 2015 se cumplen 125 años de la muerte de Vicent van Gogh y varios países europeos ya han comenzado a celebrar exposiciones y eventos para conmemorar su legado y la influencia que ejerció sobre las generaciones artísticas posteriores bajo el lema 125 años de inspiración.
El museo Thyssen-Bornemisza se ha sumado al homenaje reuniendo en una sala cinco de sus obras, procedentes de las colecciones del museo: cuatro pinturas y una litografía que identifican las grandes etapas de su trayectoria, adquiridas entre 1965 y 1996 por Hans Heinrich Thyssen. Tres lienzos de Georges Michel, Charles-François Daubigny y Anton Mauve, maestros paisajistas que marcaron su estilo, completan la muestra comisariada por Guillermo Solana que puede visitarse hasta el 11 de enero.
El recorrido se inicia con 'Campesinos comiendo patatas' (1885), considerada su primera obra maestra. Con la ayuda de su hermano Theo, que se convirtió en un apoyo fundamental en su vida, se imprimieron 20 litografías del lienzo, entre ellas la que se expone en la pinacoteca. Su paleta era aún oscura en aquella época, como refleja la pluralidad de rostros y manos ahogados en una mísera penumbra del mismo color que la tierra que labraban.
'Molino de agua en Gennep' es el cuadro de mayores dimensiones realizado por el pintor y una de las piezas más valiosas del periodo neerlandés. A mediados de noviembre de 1884, Vincent escribe a Theo, en una de esas cartas que constituyen los documentos más valiosos sobre su figura: «Estos días, a pesar de las fuertes heladas, he estado trabajando aún al aire libre en un estudio más bien grande de un viejo molino de agua en Gennep, al otro lado de Eindhoven. Quiero terminarlo al aire libre, pero será lo último que pinte en el exterior este año». Envuelta en una fría luminosidad invernal, es un ejemplo de utilización del contraluz, recurso expresivo que vuelve a emplear en Paisaje al atardecer.
En 1886 Van Gogh decide instalarse en París con Theo, a pesar de que este último creía que los tonos sombríos de su hermano no cuajarían en una ciudad donde se había impuesto el impresionismo. La colisión con esta escuela insufló una luz y colorido a las composiciones del genio que ya nunca abandonarían, convirtiéndose en su marca distintiva.
El pintor había empezado a copiar láminas japonesas y fantaseaba con un viaje a tierras orientales para estimular a sus musas. «Envidio a los nipones por la increíble claridad de la que están impregnados todos sus trabajos. Nunca resultan aburridos ni hacen el efecto de haberlos realizado deprisa... Su estilo es tan sencillo como respirar», anotó. Pero Toulouse Lautrec le convenció de que el desplazamiento no valía la pena ya que la luz de la villa provenzal de Arlés era exactamente igual a la del Imperio del Sol Naciente.
Una vez allí, se instaló en la célebre casa amarilla, donde pretendía establecer un estudio de artistas, y dio comienzo al frenesí artístico que caracterizó sus últimos años. Sobreviviendo con una dieta de café, pan y absenta, ya que prefería gastar su dinero en óleos y acuarelas, pintó hasta la extenuación como para estrujar una vida que se le antojaba exigua.
En los últimos 30 meses hizo más de 500 obras. Mientras, su frágil equilibrio emocional se deterioraba a la par que su castigado cuerpo y una cruda desesperación le empujaba a tragar aguarrás y masticar pintura.
En agosto de 1888 Vincent describió por carta a su hermano «un efecto magnífico y muy extraño» que había descubierto una tarde al observar una barcaza de carbón en el río Ródano que estaba siendo descargada por los obreros. Aseguraba haber captado un halo nipón en la escena («era puro Hokusai»), que recreó en 'Los descargadores en Arlés'.
'Les Vessenots' es la última tela, que realizó a las afueras de Auvers-sur-Oise, donde residía el doctor Gachet, con quien trabó amistad. Su atención se dirigió en esta ocasión hacia la campiña que se desplegaba ante sus ojos. « Seguramente reconocerán mi trabajo después, y escribirán sobre mí cuando esté muerto y me haya ido», pronosticó, sabedor de su condena.

http://www.elmundo.es/madrid/2014/12/07/54848f37ca47418a1d8b4576.html

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