Una mujer contempla el cuadro 'Los descargadores
en Arles' (1888), de Vincent van Gogh. EFE
FLAVIA
DE FARRACES Madrid
Necesitó morir para que despuntara su leyenda. Casi
inmediatamente después de su fallecimiento, empezaron a sucederse los
reconocimientos que en vida le esquivaron. El 29 de julio de 2015 se cumplen
125 años de la muerte de Vicent van Gogh y varios países europeos ya han
comenzado a celebrar exposiciones y eventos para conmemorar su legado y la influencia que
ejerció sobre las generaciones artísticas posteriores bajo el
lema 125 años de inspiración.
El museo Thyssen-Bornemisza se ha sumado al homenaje
reuniendo en una sala cinco de sus obras, procedentes de las colecciones del
museo: cuatro pinturas y
una litografía que identifican las grandes etapas de su trayectoria,
adquiridas entre 1965 y 1996 por Hans Heinrich Thyssen. Tres lienzos de Georges
Michel, Charles-François Daubigny y Anton Mauve, maestros paisajistas que
marcaron su estilo, completan la muestra comisariada por Guillermo Solana que
puede visitarse hasta el 11 de enero.
El recorrido se inicia con 'Campesinos comiendo patatas' (1885), considerada su primera obra maestra. Con la ayuda
de su hermano Theo, que se convirtió en un apoyo fundamental en su vida, se
imprimieron 20 litografías del lienzo, entre ellas la que se expone en la
pinacoteca. Su paleta era aún oscura en aquella época, como refleja la
pluralidad de rostros y manos ahogados en una mísera penumbra del mismo color
que la tierra que labraban.
'Molino de agua en Gennep' es el cuadro de mayores
dimensiones realizado por el pintor y una de las piezas más valiosas del
periodo neerlandés. A mediados de noviembre de 1884, Vincent escribe a Theo, en
una de esas cartas que constituyen los documentos más valiosos sobre su figura:
«Estos días, a pesar de las fuertes heladas, he estado trabajando aún al aire
libre en un estudio más bien grande de un viejo molino de agua en Gennep, al
otro lado de Eindhoven. Quiero terminarlo al aire libre, pero será lo último
que pinte en el exterior este año». Envuelta en una fría luminosidad invernal, es un ejemplo de utilización del
contraluz, recurso expresivo que vuelve a emplear en Paisaje al
atardecer.
En 1886 Van Gogh decide instalarse en París con Theo, a
pesar de que este último creía que los tonos sombríos de su hermano no
cuajarían en una ciudad donde se había impuesto el impresionismo. La colisión
con esta escuela insufló
una luz y colorido a las composiciones del genio que ya nunca
abandonarían, convirtiéndose en su marca distintiva.
El pintor había
empezado a copiar láminas japonesas y fantaseaba con un viaje a tierras
orientales para estimular a sus musas. «Envidio a los nipones
por la increíble claridad de la que están impregnados todos sus trabajos. Nunca
resultan aburridos ni hacen el efecto de haberlos realizado deprisa... Su
estilo es tan sencillo como respirar», anotó. Pero Toulouse Lautrec le
convenció de que el desplazamiento no valía la pena ya que la luz de la villa
provenzal de Arlés era exactamente igual a la del Imperio del Sol Naciente.
Una vez allí, se instaló en la célebre casa amarilla, donde
pretendía establecer un estudio de artistas, y dio comienzo al frenesí
artístico que caracterizó sus últimos años. Sobreviviendo con una dieta de café, pan y absenta,
ya que prefería gastar su dinero en óleos y acuarelas, pintó hasta la extenuación
como para estrujar una vida que se le antojaba exigua.
En los últimos 30 meses hizo más de 500 obras. Mientras, su frágil equilibrio emocional se deterioraba a
la par que su castigado cuerpo y una cruda desesperación le empujaba a tragar
aguarrás y masticar pintura.
En agosto de 1888 Vincent describió por carta a su hermano «un efecto magnífico y muy extraño» que
había descubierto una tarde al observar una barcaza de carbón
en el río Ródano que estaba siendo descargada por los obreros. Aseguraba haber
captado un halo nipón en la escena («era puro Hokusai»), que recreó en 'Los
descargadores en Arlés'.
'Les Vessenots' es la última tela, que realizó a las
afueras de Auvers-sur-Oise, donde residía el
doctor Gachet, con quien trabó amistad. Su atención se dirigió en esta ocasión
hacia la campiña que se desplegaba ante sus ojos. « Seguramente reconocerán mi
trabajo después, y escribirán sobre mí cuando esté muerto y me haya ido»,
pronosticó, sabedor de su condena.
http://www.elmundo.es/madrid/2014/12/07/54848f37ca47418a1d8b4576.html
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