Durante décadas fue
considerado un género comercial perteneciente a una disciplina menor. Pero
ahora se toma la revancha: los precios se disparan y su prestigio aumenta sin
descanso.
Álex Vicente
af, de la muestra B&W. Early Works. En
Espacio Mínimo hasta el 17 enero.
Foto: Espacio Mínimo Galería, Horst P.Horst
¿Asiste la fotografía de moda a una edad dorada? Todos los
indicios apuntan a esta suposición. Museos e instituciones se abren a los
grandes nombres del género con un éxito inaudito de visitantes y las galerías
de las capitales del arte sacan partido al brillo adquirido por sus jefes de
filas, mientras ferias especializadas y casas de subastas registran ingresos de
récord que, hace tan solo unos años, habrían resultado pura ciencia ficción.
Desde hace media década, las imágenes de estilo han adquirido un nuevo estatus.
En la pasada edición de Paris Photo, encuentro de referencia para el sector
celebrado a mediados de noviembre en la capital francesa, los pasillos del
Grand Palais acogieron una inesperada invasión de creaciones pertenecientes a
esta disciplina, desdeñada durante décadas por su vocación comercial.
Espacio de la galería Camera Work en la misma
feria, donde pudieron verse creativos primeros planos de Jeff Koons y Michael
Douglas, inmortalizados por Martin Schoeller.
Bastaba observar las ventas cerradas durante la cita para
entender que este ramo había dejado de ser menor. Los precios no siempre
trascendieron, por exigencia de galeristas y compradores, pero los insiders incluyeron el portfolio que Versace encargó
a Richard Avedon en 1992 entre las piezas más codiciadas. Esa serie, un
suntuoso trabajo en color protagonizado por todas las supermodelos de la época
–allí estaban Naomi Campbell, Christy Turlington o Shalom Harlow, pero también
la recién descubierta Kate Moss–, habría sido una de las mejores transacciones
de la semana. No demasiado lejos del récord registrado en la feria, una imagen
de Diane Arbus, quien trabajó como fotógrafa para Vogue antes de obtener un pleno reconocimiento
como artista. Por uno de sus más célebres retratos, un coleccionista pagó cerca
de 400.000 euros en el stand
de la galería neoyorquina Howard Greenberg.
Hasta hace muy pocos años, nadie hubiera abonado cantidades
similares por una instantánea de moda. «Esa percepción ha cambiado
profundamente», opina la directora de la Gagosian Gallery en París, Serena
Cattaneo Adorno. «En estas fotos ya no vemos la voluntad de vender vestidos,
sino una cualidad mucho más abstracta, así como el genio de quien las creó».
Nada que ver con aquella funcional «fotografía de la vestimenta» que describió
Roland Barthes en los 60.
Fotografía de Giovanni Gastel, realizada en Roma,
en 2008. Fue una de las imágenes destacadas del último Paris Photo.
Foto: Paris Photo
El caso de Richard Avedon resulta paradigmático. En los 12
meses que sucedieron a su muerte en 2004, el precio de su obra se multiplicó
por 10. Al llegar a 2011, el coste medio de sus instantáneas había aumentado un
89%. En 2010, la venta de sus fotografías generó casi 6 millones de euros. El
año anterior, solo había sumado 2 millones.
Entre la lista de nombres que asisten a una inesperada
revaloración también se encuentra Irving Penn, otro legendario fotógrafo de Vogue que falleció en 2009,
ultracotizado gracias a sus series de moda, pero también a sus naturalezas
muertas. Por una de ellas, se desembolsaron en julio 380.000 euros en una
subasta neoyorquina. El valor total de las obras de Penn vendidas supera este
año los 4 millones y lo sitúa como el tercer fotógrafo más cotizado de 2014,
tras Richard Prince y Cindy Sherman. Aunque puede que Helmut Newton,
desaparecido en 2004, fuera el primero en romper la barrera de precios que
demostraba el desdén por el género. En 2008, un coleccionista pagó 535.000
euros por Sie Kommen,
un díptico de 1981 donde sus modelos aparecían desnudas y vestidas en dos
imágenes idénticas. Newton, portaestandarte de un erotismo elegante y
digerible, sigue bien posicionado. Hace unos meses, su serie Private Property se
comercializó por más de 314.000 euros.
Entre los profesionales vivos, solo el alemán Peter
Lindbergh roza ese mismo estatus estelar. Por sus series en un reconocible
blanco y negro de textura bruta, fechadas entre 1990 y 2002, se pagaron entre
12.500 y 40.000 euros en Paris Photo. Se trataba de cifras destacables, aunque
alejadas de su marca personal: 120.000 euros por un retrato de Amber Valletta.
Sus imágenes de los 90 son especialmente perseguidas, al estar protagonizadas
por personalidades tan reconocibles como las supermodelos y remitir a un tiempo
pasado idealizado en el imaginario estilístico. «La fotografía de moda permite
observar un cuadro sociológico de cada momento histórico. No solo se refiere a
un momento en el tiempo, sino también a un estándar sobre el gusto de la
época», ha expresado el jefe de fotografía de Christie’s, Alexander
Montague-Sparey.
Una compra (relativamente) asequible. A pesar de la espectacularidad de las cantidades, este
género es en realidad un mercado tirando a barato. «Los precios son dispares.
Pese a las apariencias, se trata de un sector que seduce a los coleccionistas jóvenes
o con presupuestos limitados, que persiguen el valor de una imagen a largo
término» , apunta David Peckman, director de la Hamiltons Gallery, que
representa el legado de Penn, Newton y Horst P. Horst, pero también a Annie
Leibovitz, Herb Ritts, Albert Watson y valores pujantes como Cathleen Naundorf
y Erwin Olaf. Algunos resultan prohibitivos, aunque no toda su obra lo sea. El
último informe de Artprice
sobre el estado del arte contemporáneo, aparecido en septiembre, apuntaba a la
fotografía como un «hervidero de trabajo asequible». En comparación, por una
obra de Jeff Koons se han pagado este año 39 millones de euros. Es decir, cerca
de 40 veces más que el valor máximo registrado por una imagen de moda: en 2010,
Dior pagó 1 millón de euros por Dovima
with Elephants, mítica composición firmada por Avedon en 1955.
«Incluso los profesionales más célebres cuentan con imágenes de menos de 5.000
dólares [4.040 euros], incluidos Man Ray, Helmut Newton e Irving Penn»,
afirmaba el estudio. La galería berlinesa Camera Work, igualmente especializada
en esta disciplina gráfica, representa a fotógrafos como Michel Comte (73.500
euros por su desnudo de Carla Bruni en 2008), Martin Schoeller (32.400 euros
por un primer plano de Angelina Jolie en 2010) o Patrick Demarchelier, que
suele sumar un mínimo de 20.000 euros por cualquiera de sus obras. «La foto de
estilo resulta accesible, logra seducir a públicos distintos y vende ensoñación
en tiempos deprimidos. Casi todos los espectadores pueden interactuar con estos
trabajos», afirma su director, Benjamin Jäger, para justificar su éxito.
Dress by Hattie Carnegie (1939), presente en la
muestra Horst: Photographer of Style del Victoria and Albert Museum (hasta el 4
enero).
Exposiciones que entran por los ojos. Incluso los museos, tradicionalmente reacios a abrir las
colecciones públicas a la imagen de moda, empiezan a cambiar de opinión.
Instituciones estadounidenses como el Smithsonian de Washington dicen
interesarse por ella por primera vez. «Cada vez nos abrimos más al género
porque hemos pasado de un arte más conceptual y abstracto a una cultura visual
que lo absorbe todo», afirmó su directora, Elizabeth Broun, al New York Times.
Discretamente, el MoMA neoyorquino también mueve ficha. Entre sus últimas
adquisiciones se encuentran obras de la estadounidense Collier Schorr, que
empezó como fotógrafa para campañas de Calvin Klein y luego trabajó para
Bottega Veneta, Comme des Garçons o Victoria’s Secret, además de realizar
editoriales de moda para revistas como Vogue,
i-D o Dazed.
«Sería falso decir que la foto de moda es nuestra
prioridad, pero tampoco existe animadversión alguna. Grandes profesionales que
han trabajado en este sector, de Man Ray a Juergen Teller, están representados
en nuestra colección. Otros lo estarán en el futuro», aclara el director de su
departamento fotográfico, Quentin Bajac, para quien la relación que une a moda
y fotografía «responde a una tradición histórica», aunque el actual boom
responda, en parte, «a la nueva proximidad entre el arte y las marcas de lujo».
Basta con regresar al lugar donde empezamos el recorrido para demostrarlo: el
patrocinador principal de Paris Photo no era otro que Giorgio Armani.
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