miércoles, 31 de diciembre de 2014

EL TEATRO REAL CIERRA EL AÑO CON UNA POETICA MUERTE EN VENECIA DE BRITTEN





"Death in Venice" , Teatro Real, 23 de diciembre de 2014
Ópera en dos actos y diecisiete escenas. Libreto de Myfanwy Piper, basado en el relato Der Tod in Venedig (1912) de Thomas Mann

Estreno en el Teatro Real
Coproducción del Teatro Real y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intemezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)

Ficha Artística
Dirección musical: Alejo Pérez
Dirección de escena: Willy Decker
Escenografía: Wolfgang Gussmann
Figurines: Wolfgang Gussmann, Susana Mendoza
Iluminación: Hans Toelstede
Coreografía: Athol Farmer
 Dirección del coro: Andrés Máspero
 Gustav von Aschenbach: John Daszak
El viajero (viejo presumido, viejo gondolero, director del hotel, barbero del hotel, director de los músicos, voz de Dionisio):
Leigh Melrose
La voz de Apolo: Anthony Roth Costanzo
Empleado inglés. Guía de Venecia: Duncan Rock
Tadzio: Tomasz Borczyk / Alejandro Pau.
Pedigüeña: Itxaro Mentxaca.
Conserje del hotel: Vicente Ombuena
Vendedor de cristal: Antonio Lozano
Camarero: Damián del Castillo
Vendedora de encaje: Nuria García Arrés.
Vendedora de periódicos y fresas: Ruth Iniesta
Otros personajes: Debora Abramowicz
Miriam Montero
 Alexander González
Rubén Belmonte
Elier Muñoz
Sebastián Covarrubias
Vasco Fracanzani
 Igor Tsenkman
 Ivaylo Ognianov
José Alberto García
Enrique Lacárcel
Paula Iragorri
Ohiane González de Viñaspre
Adela López
 Legipsy Álvarez
 Esther González
 José Carlo Marino
  Oxana Arabadzhieva
  Álvaro Vallejo
  Carlos Carzoglio

Otros actores y bailarines
 Gustav von Aschenbach, Marco Berriel. Amigos de Tadzio, Juan C. Avecilla, José Cameán, Josh Climent, Botones y marionetas, Niños, Irene Lebrun y David Moreno.


Con Fedro de Platón en el vértice, desde la antigüedad clásica, artistas e intelectuales han perseguido el canon de belleza ideal.
Thomas Mann, en el siglo XIX,  plasma sus inquietudes al respecto en el relato La muerte en Venecia. Inmerso en un vacío creativo sin fondo, el escritor Gustav Aschenbach se debate entre las fuerzas contenidas de lo apolíneo y la pasión de lo dionisíaco.
Es evidente que el catalizador será el adolescente Tadzio, con el que coincide en su último viaje a una decadente Venecia asolada por una epidemia de cólera, presagio del derrumbamiento de un mundo que ya se ha esfumado para siempre (el relato corto se publica en 1912).
En su última ópera, con un nuevo universo sonoro de colores y texturas, Benjamin Britten, el gran heredero de Purcell, refleja la crisis existencial y estética del protagonista a lo largo de 17 escenas en las que se desarrolla un atormentado monólogo interior.
Entre los días 4 y 23 de diciembre el Teatro Real ofreció siete funciones de esta nueva producción de Muerte en Venecia, de Benjamin Britten (1913-1976), con dirección musical de Alejo Pérez y una sobrecogedora y poética puesta en escena de Willy Decker, coproducida con el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, donde se estrenó con gran éxito en mayo de 2008. 


En esta ocasión la ópera será protagonizada por el tenor John Daszak, que encarnará al atormentado escritor Gustav von Aschenbach, y el barítono Leigh Melrose, encargado de dar vida a siete distintos personajes en sustitución de Peter Sidhom, inicialmente previsto.
Ambos cantantes debutan en el Real, al lado de un gran número de solistas, de la mano de Alejo Pérez -que en Madrid ha dirigido Ainadamar, Don Giovanni y La conquista de México-, y de Willy Decker, responsable de la inolvidable producción de Peter Grimes, de Britten (en la primera temporada del  renovado Teatro Real), de la tetralogía de Wagner, presentada entre 2002 y 2004, de una inquietante versión de La ciudad muerta, de Korngold, en 2010, y de Werther, de Massenet, en 2011.
Muerte en Venecia es la última ópera de Britten y su confesional y liberadora despedida. En ella el escritor Gustav von Aschenbach, alter ego del compositor, camina inexorablemente hacia la muerte, cautivo de su amor por el joven Tadzio, encarnación de la belleza, el erotismo y la eternidad.
Estructurada en 17 escenas, la ópera presenta un complejo y sutil tejido de motivos musicales con una orquestación refinada y sugerente que se articulan con monólogos reflexivos.
En su puesta en escena, Willy Decker se aleja de las lecturas más realistas de la obra para adentrarse en el conflicto interior del protagonista, con sus ensoñaciones y fantasías, ayudado por la atmósfera nebulosa, decadente y poética de Venecia.
La ópera, basada en la novela homónima de Thomas Mann, vertebra una ambiciosa programación en diferentes ámbitos artísticos y culturales —artes plásticas, cine, danza, música, conferencias, etc., en la que participan la Biblioteca Nacional, la Fundación Juan March y la Filmoteca Española.
En el Teatro Real la programación en torno a la ópera de Britten se concentra en diciembre, pero se prolongará hasta marzo. Comenzó el 25 de noviembre (un día antes de la Rueda de Prensa) con un debate con Willy Decker, Alejo Pérez yJoan Matabosch, dentro del ciclo Enfoques.

La estilizada puesta en escena de Willy Decker –quien califica la obra de “fascinante, llena de ambigüedad y equívocos”– subraya la tensión intelectual y erótica que consume al protagonista, resaltando su lado más onírico.
Y es a partir de aquí como se dibuja todo el proyecto teatral, musical y vocal.
Es inevitable evocar con la puesta actualizada de esta ópera, la onírica película de Muerte en Venecia, que realizó en una coproducción franco-italiana Luchino Visconti di Modrone, conde de Lonate Pozzolo, de origen milanés, cuyo perfume y “élan magique”, siempre presentes, atraviesa toda la “regia”.


Conseguida sin embargo la puesta al día en este nuevo formato grácil, evocador, hacia el patetismo que adquiere en la mayoría de los humanos, la ideación, la visión y la comprobación de su propia muerte.
En este sentido la Death in Venice del Real es otra propuesta terminal, oscura, como lo fue la de Visconti, donde se puede oler desde el comienzo la cercanía inexorable y fatídico de las Parcas.
Alejo Pérez, el joven director argentino, puede con todo lo que se trae entre manos, desde el movimiento escénico, hasta el subrayado actoral y la dirección de los cantantes y bailarines. Las entradas son ajustadas, la Orquesta y el Coro Titulares del Teatro Real, excelentes en su performance, como suelen.
Los actores y bailarines parecen disfrutar sinceramente con ese deambular fascinante con el que corren y habitan aquí y allí, el escenario y lo hacen muy bien.
John Daszak, el versátil tenor británico como von Aschenbach (que en alemán significa “río de cenizas”) se las ingenia para manejar con elegancia y soltura su voz, haciendo creíble y apreciable un rol que tiene muchísimo componente teatral y actoral. Igual sucede con el desempeño de Leigh
Melrose, un barítono neoyorkino que desempeña muchos papeles, todos con eficacia y seguridad.
Muy bien Anthony Roth Costanzo, el contratenor estadounidense graduado en Princeton y en la Escuela de Música de Manhattan, en la voz de Apolo.
Duncan Rock como un empleado inglés y guía de Venecia, eficaz y acompañado por una pléyade de solventes secundarios como Itxaro Mentxaka, el conocido Vicente Ombuena, Antonio Lozano, Damián del Castillo, Nuria García Arrés y Ruth Iniesta en los roles de apoyo, todos españoles.
Siempre nos quedará alguien importante sin mencionar, dada la amplitud del reparto y la riqueza que cada pequeño papel desempeña en esta concepción de la última ópera de Benjamin Britten.
Todo el engranaje de la performance no hubiera tenido unos mimbres sobre los que fabricarse sin la prosa densa, por momentos oscura de Thomas Mann, uno de los grandes prosistas en lengua alemana que nos hace recordar, por si fuera necesario hacerlo, que, “una vez conocida la belleza, solo puede seducirla o morir”. En eso estamos.
El público aplaudió lo suyo y apreció visiblemente el esfuerzo de un montaje de envergadura y altos vuelos. Otro tanto positivo para el coliseo madrileño que se esfuerza por estar a la altura de los proyectos y de sus costes, como ocurre en estos tiempos y esto no siempre es fácil, ni evidente.

Alicia Perris

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