Bailarines de 'breakdance' en las calle de
Nueva York, en 1981. PYMCA
DARÍO PRIETO Madrid
De los guetos de San Luis al dowtown de Los
Ángeles, de las playas de Dakar a los escombos de Damasco y de los parques de
Alcorcón a las pistas de skate de Tokio la escena se repite: un grafiti en una
pared y un grupo de jóvenes rapeando sus cosas. En menos de 40 años, el
hip hop se ha extendido por todo el mundo como ninguna otra cultura juvenil,
llegando a sitios donde el rock no ha podido llegar. La forma de vida asociada
a los «cuatro elementos» (el rapeo de los MC's, la música de los DJ's, el baile
o breakdance y el arte urbano a través del grafiti) cambió para siempre la
forma de decir y hacer las cosas, y su vigor parece estar muy lejos de
apagarse.
Hay muchos estudios sobre el hip hop, pero el de
Jeff Chang pasa por ser la biblia de este fenómeno. Generación hip-hop. De la
guerra de pandillas y el grafiti al gangsta rap, aparecido en inglés en 2005 y
publicado ahora en español por la editorial argentina Caja Negra, es una
exhaustiva historia que llega hasta la llegada del siglo XXI y la irrupción de
Eminem en la escena.
El tratado de Chang se caracteriza por la
importancia del contexto social para articular el relato. En cuanto miembro de
una minoría dentro de la ensalada cultural estadounidense -es de origen chino y
hawaiano- Chang subraya los aspectos políticos, filosóficos o
revolucionarios del hip hop. Seducido por esta cultura, no sólo ha
contribuido a divulgarla a través de libros y artículos de prensa, sino que
también llegó a fundar el sello Solesides, donde empezó a despuntar el californiano
DJ Shadow y que acabaría dando origen al prestigioso colectivo Quannum
Projects.
«Escuché por primera vez el Rapper's delight a los
12 años, cuando vivía en Honolulu, Hawai», recuerda Chang en una conversación
con este diario. «Al igual que los otros chicos de la escuela, las rimas me
volvieron loco. Fue un poco antes de que empezase a entender que el rap era
parte de un movimiento mucho más grande. Una vez que descubrí lo que incluía
-grafiti, baile, DJ y rapeo- quise aprender todo lo posible sobre ello. Me
cautivó el hecho de que fuesen chicos negros que parecían tener el control de
su mundo. Tenían su propia jerga, su propia manera de vestir, su propia
chulería. Ahí fue cuando realmente caí dentro de ese universo».
El tratado de Chang se detiene con especial
interés en los orígenes de todo, en lo que pasó antes de que se pronunciase el
primer verso de un rap y de que el primer grafitero colocase su tag sobre una
pared. Es decir, el Bronx. Durante la década de los 70, el barrio de
Nueva York vivió un proceso de degradación provocado por el abandono de las
autoridades locales y por proyectos que modificaron dramáticamente su
geografía, como la Cross Bronx Expressway diseñada por el urbanista Robert
Moses, una autopista que seccionó y aisló, como una herida sin cauterizar,
miles de viviendas abandonadas a su suerte. La población mayoritariamente
blanca de la zona se mudó a otros barrios y comenzaron a proliferar los
incendios intencionados de edificios, mientras en las calles los jóvenes,
principalmente negros y puertorriqueños, se agrupaban en pandillas para hacer
frente a una policía hostil y un futuro sin expectativas.
Los primeros nombres del género
En ese escenario fue donde empezaron a funcionar
los primeros nombres del género, como Afrika Bambaataa, Grandmaster Flash y DJ
Kool Herc. Este último, autor del prólogo del libro, encarna una de las
principales aportaciones que sucedieron en el génesis del hip hop, al traer de
su Jamaica natal los soundsystems -fiestas callejeras con potentes equipos de
sonido con el disc jockey como maestro de ceremonias- y otras aportaciones (la
filosofía del dub, el toasting o proto-rapeo y la vocación contestataria) que
Chang considera fundamentales para entender el desarrollo posterior de esta
cultura.
«Mi formación ha sido como periodista y crítico
musical. Y creo que puedo hablar de musicología con los mejores del
mundo -ésa es la chulería hip-hopera que me sale-», bromea Chang sobre
el tono del libro. «Pero es cierto que quería hablar del hip hop en su contexto
social más amplio, explicar cómo el contenido del hip hop fue moldeado por ese
contexto y cómo cambió el propio contexto social. Lo hice así porque es la
forma en que lo viví desde el principio. No estaba interesado en elaborar un
mero escrutinio de un listado de discos como si fuesen objetos fuera de su
espacio y de su tiempo, aunque podría hacerlo. Pero eso no es lo que buscaba:
las personas experimentan la música juntos y quería capturar esa experiencia
común». El propio Kool Herc lo cuenta en el prólogo.
«El hip hop lo recibe a uno con los brazos
abiertos. Somos una familia. Lo importante no es la cantidad de balas que
dispara tu arma, ni usar zapatillas de 200 dólares, ni ver si soy mejor que tú
o si tú eres mejor que yo. Lo importante es la relación entre nosotros,
conectarse el uno con el otro. Por eso tiene un atractivo universal. Ha dado a
los jóvenes una manera de entender su propio mundo, vivan en los suburbios, en
la ciudad o donde sea».
Chang también quería contar la historia de
aquellos que llegaron a la mayoría de edad después del movimiento de los
derechos civiles en EEUU. «El hip hop ha sido nuestro lenguaje, la forma en
que nos hablamos entre nosotros. Y a través de ella hemos encontrado un
significado común. ¿Cómo sucedió? ¿Qué significa para nuestra actual forma de
vida? Son grandes preguntas, pero es lo que el hip hop ha significado para mí y
millones más como yo. Quería describir la visión del mundo que el hip hop nos
ha dado», asegura el autor.
En cierta forma, la tesis del musicólogo es que
tras la ilusión de que los problemas raciales habían quedado resueltos en
Estados Unidos en la década de los 60, la situación no sólo no mejoró sino que
empeoró notablemente para la población negra. «En mi nuevo libro, Who We Be: La
coloración de América, sostengo que la división racial ha sido la más
importante en la historia de los Estados Unidos», apunta sobre este aspecto.
«Ha estado a punto de llevar a nuestro país a la disolución una y otra vez. Por
un lado, la elección de Barack Obama ha creado un escenario en el que hay una
apertura a la comprensión de cómo el país ha llegado a este momento de su
historia. Por otro lado, ha creado una reacción por parte de los pensadores
conservadores, que se sienten incómodos por la forma en que EEUU está cambiado
demográfica y culturalmente».
Sentimientos y
aspiraciones de una generación
El hip hop, según Chang, «lo es todo» para gran
parte de la población negra de su país. «Capturó los sentimientos y
aspiraciones de una generación cuando comenzó la reacción violenta contra los
negros. Lo que a veces se pierde en muchos estudios históricos sobre esta
época, de la década de los 70 a la de los 90, es cuán intensa fue esta
reacción. Muchas de las victorias conseguidas durante la era de los
derechos civiles se han deshecho, haciendo que haya mucha menos libertad
para las generaciones más jóvenes».
«Me parece que estas guerras culturales», prosigue
Chang, «no son tan diferentes a las que podéis estar experimentando en Europa,
donde la división racial puede manifestarse en los debates que tiene la gente
sobre la inmigración y la noción de que 'esos inmigrantes' están destruyendo
todo lo bueno del país. En cualquier caso, éste es el punto en que nos
encontramos en este momento dentro de la Historia de Estados Unidos, donde todavía
estamos luchando contra el legado de la esclavitud y la degradación de los
pueblos nativos y los inmigrantes de color. Me interesan las formas en que el
hip hop y el multiculturalismo nos han ayudado a salvar estas importantes
divisiones, así como la cuestión de por qué estas brechas continúan siendo
reproducidas en cada sucesiva generación».
Para Chang, la importancia del hip hop radica en
que «es una forma de cultura de código abierto, definida por sus usuarios y que
permite expresarse fácilmente. Es un regalo de las prácticas culturales de la
Afrodiáspora que dieron origen al hip hop. Por eso, siempre que haya
jóvenes y gente que sienta la necesidad de decir algo, habrá hip hop para
decirlo». Así, desde su conexión con otras manifestaciones culturales negras,
del blues al rock and roll pasando por el soul y el funk, el hip hop ha
terminado aglutinándolas todas y potenciándolas como un altavoz.
Y, como fenómeno de impacto global, el hip hop ha
necesitado de sus estrellas. El libro destaca la importancia de Afrika
Bambaataa, que formó parte de una de las pandillas del Bronx, los Black Spades,
y mantuvo desde entonces un mensaje fuertemente combativo en su música.
«No éramos
gente de color. Éramos negros»
«No éramos negritos. No éramos gente de color.
Éramos hombres y mujeres negros y debíamos despertar y aprender a
amarnos a nosotros mismos, así como a respetar también a los nuestros». De
igual forma, Chang no cree que fuese posible «contar una historia como ésta sin
Public Enemy. Han tenido un profundo impacto no sólo en el hip hop
estadounidense, sino en todo el mundo.
Continuaron con el legado de Afrika Bambaataa de
aumentar la conciencia política de la negritud dondequiera que fuesen. Allá
donde viajaban dejaban cientos de grupos como ellos. Y ese impacto perdura».
Tampoco «sin Run DMC, que ayudaron a derribar los muros de la segregación
cultural en EEUU. En muchos aspectos, son la razón que hizo que el hip hop se
expandiese por todo el mundo».
De este primer ímpetu, el hip hop ha ido
evolucionando en multitud de subgéneros, desde el positivismo de De la Soul a
los fraseos cannábicos de Snoop Dogg, pasando por la explosión del estilo en
Francia y su impacto en la música electrónica. Pero el paso del tiempo
también ha provocado muchos prejuicios hacia esta cultura, alimentados por
las explosiones de violencia del gangsta rap (y los asesinatos de figuras como
2pac y Notorious BIG), el machismo de algunas letras, la ostentación del bling
bling y la absorción de este espíritu contestatario por parte de las marcas y
la maquinaria capitalista.
Pequeños daños que, según Chang, no enturbian la
aportación global: «El hip hop sobrevive en barrios de todo el mundo como algo
que está totalmente bajo el control de los jóvenes. Sólo hay que ver las
asombrosas formas que tienen estos de inventar bailes, promover estilos de rap
únicos o manifestaciones de arte urbano específicas de cada comunidad para
saber que el hip hop sigue evolucionando. Y que lo hace a un ritmo que todavía
es difícil de pillar por las grandes compañías y los anunciantes. Eso es lo que
me da esperanza. No deja de sorprenderme».
http://www.elmundo.es/cultura/2014/12/08/5484f566e2704e4d718b4578.html
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