El escritor vasco viaja en
el ‘Capitaine Paul Lemerle’ para reconstruir la cultura de la segunda mitad del
siglo XX
Europa naufragaba en los
campos de batalla de la II Guerra Mundial cuando, el 25 de marzo de 1941, salió
de Marsella con destino a Martinica el ‘Capitaine Paul Lemerle’, “una cáscara
de nuez podrida hasta las máquinas’, en palabras de uno de los viajeros. El
“desgalichado” carguero llevaba a más de un par de centenar de fugitivos, entre
ellos algunos intelectuales, artistas e izquierdistas del más variado pelaje.
En ‘Los árboles portátiles’ (Taurus), Jon Juaristi (Bilbao, 1951) ha
reconstruido ese viaje.
“El libro está bajo la
sombra de los tres grandes mitos del progresismo de la segunda mitad del siglo
XX”, explica. “De un lado, la alianza de los movimiento identitarios y
anticoloniales, de los nuevos nacionalismos, con las vanguardias artísticas.
Hasta entonces los nacionalismos más bien habían echado mano en Europa del folclore.
Mi generación vinculó la cultura con lo más nuevo, con Oteiza o Chillida. Era
una versión doméstica de lo que ocurría a gran escala: los nuevos movimientos
anticoloniales se aliaron con las vanguardias. Esto se vincula con otro mito,
el de la aparición de un nuevo sujeto revolucionario: en el proletariado ya no
creía nadie, se había hecho socialdemócrata. Y el tercer mito es el
estructuralismo, la posibilidad de imponer una legitimidad científica en el
campo de los saberes humanos y las ciencias sociales”.
Juaristi explica que ha
querido “contar a la manera medieval, mezclando estilos, una memoria prenatal
posible, la de mi generación y sus grandes relatos, hoy desacreditados
(marxismo, estructuralismo, arte de vanguardia”. ¿A qué “manera” se refiere? “A
las misceláneas medievales: meterte en un bosque, pero sin perderte. También
sirve un saco de cerezas. Tiras de una y te salen varias pilladas por el
rabito. Y, sobre todo, no cortarse un pelo”. ¿Y qué ha sacado de este acercamiento
a esos grandes relatos? “Conocimiento. Volver al pasado es volver a los libros,
y conversar con los muertos”.
Esas grandes corrientes
empezaron a armarse en los cuarenta y tuvieron su continuación en los
siguientes treinta años, pillando de lleno a la generación de Juaristi, la de
los fundadores de ETA, y conduciendo a “resultados espectacularmente
desastrosos”. Para contar ese clima espiritual, Juaristi sigue muy de cerca en
su ensayo a varios personajes, y nos zambulle en su historia, sus conversaciones,
anhelos y proyectos. Los principales son estos:
Victor Serge. “Es un
intelectual dedicado a tiempo completo a la revolución. Tuvo una de las vidas
más desgraciadas del siglo. Fue el primer bolchevique confinado en el destierro
por Stalin. Luego pudo ir a Francia, pero ya siempre fue un apestado dentro de
la izquierda, como todos los disidentes. A Trotski le reprochó que no
reconociera el carácter totalitario de la Unión Soviética, y que siguiera
sosteniendo que sólo era un Estado obrero degenerado”.
André Breton. “Poeta
vanguardista y hombre de una absoluta irresponsabilidad personal. De ideología
confusa, es el típico caudillo vanguardista, que traslada a ese campo los
presupuestos leninistas. Le encantaba hacer de jefe de filas y jugaba a todo,
convencido de ser un representante de la gran tradición francesa. No logra
consolidar la aventura surrealista en Nueva York, que no admitía capillas de
ninguna especie. Quedó relegado como una figura patética hasta que volvió a
Francia”.
Claude Lévi Strauss. “Es un
joven antropólogo que procede de la escuela positivista de Marcel Mauss. Quiso
convertirse en el gran intelectual del socialismo francés, pero terminó
decantándose por la ciencia. Cuando sube al barco todavía es una promesa, pero
durante el viaje surgen esos atisbos de pensamiento propio que, más adelante lo
convertirían, con Jakobson, en creador del estructuralismo, esa metateoría de
un rigor de tal consistencia que justificaba todas las investigaciones en las
ciencias del espíritu”.
“Los nuevos movimientos
anticoloniales se aliaron con las vanguardias”
Anna Seghers. “Es una chica
judía que se casa con un revolucionario húngaro. Escribe literatura
comprometida, en la línea del realismo socialista. Es una buena escritora, que
tiene algo de las novelas de Zugazagoitia, que contaba de los pescadores de
Santa Bárbara como Seghers lo hacía de los obreros alemanes. El mundo de los
héroes de la clase obrera. Volvió a la República Democrática Alemana, donde se
convirtió en una escritora oficial. Nadie habló nunca mal de ella”.
Wifredo Lam. “Es el primer
vanguardista anticolonial. Empezó de manera muy académica en España, luego
contactó con Picasso y Breton. Estos le convencieron de que era negro —era, en
realidad, más chino que negro— y que aquello le podía ser de provecho. Es en el
barco, en sus conversaciones con Levi Strauss, cuando se produce su gran
transformación, y se convierte en el primer representante de una nueva
vanguardia vinculada a los movimientos anticoloniales. El mundo de la
negritud”.
Toribio Echevarria. “Es el
periodista hecho a sí mismo, el obrero consciente, autodidacta. Pero, sobre
todo, tiene un magnífico sentido común. Es el elemento de contraste que permite
entender de verdad qué pasó en la travesía. Fue un hombre de Prieto, un
burócrata socialista que puso en marcha el movimiento cooperativista en Éibar.
Tiene algo de cronista de Indias, y es admirable cómo consigue explicar lo que
pasó en el barco”.
Con estos personajes,
Juaristi ha armado un ensayo que retrata las marcas espirituales que pivotaron
sobre varias generaciones. “La idea fue la de encontrar una especie de espacio
fractal en la que se pudiera contar una historia de la segunda mitad del siglo
XX”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/02/03/actualidad/1486140182_727557.html
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