Eike Schmidt, el primer
director extranjero del templo italiano, sacude la colección y pone en marcha
un plan para combatir la masificación de la salas y las colas de entrada
DANIEL VERDÚ
Centenares de visitantes
hacen cola para entrar en los Uffizi. GIANNI CIPRIANO NYT
Recién nombrado director de
la Galería de los Uffizi, Eike Schmidt (Friburgo, 1968), primer extranjero en
gobernar uno de los máximos exponentes culturales de Italia, agarró un micro y
lanzó por los altavoces exteriores un mensaje contra los carteristas y pequeños
timadores. Alguien se preocupaba por primera vez —y con acento alemán, por
cierto— por el caos reinante a las puertas del museo. Pero tres días después,
la policía de Florencia se presentó en su despacho y le entregó una multa de
unos 300 euros por realizar anuncios en vía pública sin el permiso
correspondiente.
La mañana siguiente,
Schmidt fue al Ayuntamiento, se rascó el bolsillo y pagó la deuda. Ahora sonríe
al recordarlo, aquello le vino bien para entender que las reformas que tenía en
la cabeza no serían fáciles. “Aquí es más difícil experimentar que en el resto
de museos de Italia, pero la esperanza es que esto sirva también como modelo
para otras instituciones”, explica mientras pasea por uno de los corredores de
la Galería sobre el Arno, justo cuando desaparecen los últimos visitantes y el
ejército de funcionarios que custodia las salas empieza a mirar ostensiblemente
el reloj.
El director de la Galería
Uffizi, Eike Schmidt, ante 'El nacimiento de Venus de de Botticelli'. ALBERTO
PIZZOLI GETTY
La elección de Schmidt hace
poco más de un año, llegado a Florencia desde el departamento de escultura,
artes aplicadas y tejidos del Instituto de Artes de Minneapolis, es la punta de
lanza de un proceso de renovación e internacionalización de los museos
italianos que emprendió la adminsitración del ex premier Matteo Renzi, también
florentino. Los 20 nuevos directores -siete extranjeros- han sido seleccionados
mediante un concurso público que pretende profesionalizar y modernizar un
sector que cuenta con uno de los mayores acervos culturales del mundo, pero
cuya gestión había quedado desfasada.
Cuando Schmidt llegó en
agosto de 2015, los Uffizi, el museo más visitado de Italia, no tenía ni página
web. Las estancias de los trabajadores invadían parte de los pasillos, los
baños no se renovaban desde los años 80 y cada día se libraba una guerra de
palos selfie delante de las obras maestras del museo. La redistribución de las
obras llevada a cabo, como la nueva sala Botticelli, está empezando a
equilibrar los flujos de visitantes. La gente, sostiene el director, comienza a
guiarse por otros impulsos y puede pasar más tiempo disfrutando de determiandas
obras. “¿No le parece?”, inquiere Schmidt a uno de los vigilantes de la sala donde
ahora se encuentra La Primavera junto a La anunciación. El funcionario, que
parece más preocupado en marcharse a casa que en los experimentos del jefe,
asiente y le da la razón.
Schmidt: “El riesgo es
gestionar centros como si fueran supermercados”
En el planteamiento de las
muestras hubiera sido impensable hace un tiempo, por ejemplo, programar
anualmente dos exposiciones de mujeres pintoras como las que cada 8 de marzo
propondrá ahora el museo, empezando por la de la monja dominica Plautilla
Nelli. Para explicarlo, Schmidt recurre a los feminicidios en Italia, a los
consejos recibidos del grupo de activistas Guerrilla Girls cuando estaba en
Minneapolis y al machismo rampante de Donald Trump. Sacar a la luz esos cuadros
es necesario, opina. “Antes de la Revolución francesa se hicieron tantas
reformas aquí que la Toscana se convirtió en un oasis de justicia social y
progresismo. Muchas mujeres artistas vinieron a trabajar aquí”, señala para
explicar la abundante obra de artistas femeninas que ha encontrado en el
depósito de los museos y que empezará a exhibirse.
Enamorado de la modernidad
toscana del siglo XVIII, que convirtió lo que hasta entonces era algo así como
el ala oeste del Palazzo Vecchio y los Medici en el segundo museo abierto al
público de la historia —el primero fue el British Museum—, Schmidt invoca ahora
aquellos orígenes frente a cierto acartonamiento florentino del último siglo.
Y, sobre todo, ante la insportable masificación de la experiencia museística.
Porque, ¿qué sucede cuando, como en los Uffizi, la codicia por atraer más
visitantes termina comprometiendo la experiencia artística que ofrecen? “El
riesgo es que algunos directores gestionen los museos como supermercados. La
ambición no debe ser acortar el tiempo de las visitas y tener todavía más gente
comprando entradas. Se podría hacer más dinero, pero el museo perdería su
sentido cultural”, señala apuntando hacia uno de los ejes de sus reformas.
La Galería, de 17.000
metros cuadrados recibe 3,4 millones de visitants. Pero la mayor parte del
tiempo lo pasan en solo el 15% del espacio
Los Uffizi, que han visto
crecer sus visitas hasta 3,4 millones al año (si se incluyen las del Palacio
Pitti y los Jardines Boboli) y es el museo más rentable de Italia (se
autofinancia y cada año tiene que dar un 20% de sus beneficios al Ayuntamiento
y otro 20% otros museos menos exitosos), estudia como repartir a los
visitantes. La Galería, de 17.000 metros cuadrados, tiene unas 80 salas
abiertas, pero los visitantes ocupan solamente alrededor del 15% del espacio,
atraídos por la seductora llamada de las obras más populares. En algunas zonas,
como sucedía hasta hace poco con las piezas de Botticelli, se siguen formando
aglomeraciones de unos pocos que impiden a la mayoría disfrutar de las piezas.
Para regular los flujos de
visitantes, existen catalizadores artificiales, explica Schmidt, como el nuevo
sistema de venta de entradas que el museo está a punto de lanzar con la
universidad de L'Aquila. Pero también sistemas naturales, como el legendario
Corredor Vasari, que fue objeto de una de sus primeras polémicas cuando el
recién llegado director osó despojarlo de la colección de más de 700
autorretratos que lo adornaban y lo cerró para reformarlo. Media ciudad se le
tiró encima por aquel sacrilegio. Él se parte de risa. “¡Pero si esos cuadros
llevaban ahí solo desde 1978! Mi madre tiene más años. Los autorretratos no
volverán. Han sufrido mucho con los cambios de temperatura del corredor: el 90%
del tiempo estaban fuera de los parámetros aceptables. Decoraremos el corredor
de una forma más adecuada a la época, como inscripciones romanas, griegas y
etruscas. Si Vasari vuelve el día del Juicio Final estará más contento”.
Mientras tanto, cuando
reabra el corredor servirá de conducto para que las salas del Palacio Pitti y
los Uffizi funcionen como vasos comunicantes. Pero también pondrá a prueba la
revolución de un alemán discreto en el gran templo italiano.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/02/11/actualidad/1486830198_988540.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario