El MoMA, el Metropolitan y
otras salas menores incluyen muestras de creadores originarios de países
'prohibidos' en Estados Unidos
Mateo Sancho Cardiel
El Tenement Museum, una
casa de 1863 por la que pasaron hasta 7.000 trabajadores extranjeros.
Los museos de Nueva York
comienzan a armarse contra la nueva política. El lema “America, first (América,
lo primero)” choca frontalmente con la naturaleza internacional, nómada y
mestiza del arte y Trump se ha mostrado partidario de cumplir la fantasía
republicana de acabar con los fondos federales dedicados a las Artes y a las
Humanidades (la donación nacional a las Artes y a las Humanidades). La guerra
está a punto de comenzar.
El buque insignia de la
oposición a Trump ha sido el museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que ha
sustituido cuadros tan importantes como Los jugadores de cartas de Pablo Picasso
por obras de artistas sirios, yemeníes, iraquíes, iraníes, sudaneses, somalíes
o libios. Es decir, de los siete países con población mayoritariamente
musulmana a los que el decreto de Trump ha impuesto restricción en la entrada
al país. Algunos, como el sudanés Ibrahim el-Salahi, no tan conocidos por el
gran público. Otros son figuras tan influyentes como la iraquí Zaha Hadid. Pero
todos van acompañados de un texto que reza: “Esta es una de tantas obras de
arte de la colección de este museo (…) y que reafirman los ideales de acogida y
libertad vitales tanto para este museo como para los Estados Unidos”.
El Museo del Barrio, nacido
en el Harlem Latino en 1969 como institución vecina a la oficina de los Young
Lords (el grupo nacionalista puertorriqueño), es desde entonces altavoz de
todos los artistas latinos de Nueva York, una comunidad en el punto de mira del
nuevo Gobierno. Su propuesta ha sido crear su propio muro como respuesta al que
Trump quiere construir en la frontera con México. “Lo hemos llamado El muro de
la gente, y allí todo el mundo comparte lo que está pensando, un espacio
público seguro para dar su opinión”, explica la comisaria del museo, Rocío
Aranda-Alvarado. “Va a estar hasta que empiece el verano y es un grafiti
constante”, asegura.
Aranda-Alvarado
lamenta la intención de Trump de cerrar las dos oficinas federales de ayuda a
las artes y las humanidades (NEA y NEH, en sus siglas inglesas), simbólica en
su asignación económica (148 millones de dólares cada una) pero que resulta
fundamental para la radio y televisión públicas en el país y para las
creaciones más arriesgadas. Y también critica lo que el presidente considera
patria. “Como él es una persona tan inculta, no me imagino que tenga mucho
conocimiento de lo que es la identidad estadounidense, ni influencia de todos
los grupos de emigrantes que han llegado en los últimos 20 años, por no hablar
de los últimos dos siglos”, afirma.
Creado en el año de la
muerte de Martin Luther King, en 1968, también en Harlem se encuentra el Studio
Museum de Harlem. Aunque no ha querido hacer declaraciones políticas a este
periódico, lleva años reivindicando la aportación de la cultura negra a la
esencia estadounidense y en este momento tiene una exposición muy oportuna
dedicada a los cowboys negros. “Los historiadores estiman que en el siglo XIX,
uno de cada cuatro cowboys de Texas era afroamericano y que los vaqueros del
oeste eran mucho más diversos que el estereotipo: una mezcla de blancos,
negros, mexicanos y nativos americanos”, recuerdan los paneles de la muestra.
Y el Lower East Side,
una antigua casa de 1863 por la que pasaron hasta 7.000 trabajadores
extranjeros, es ahora el museo Tenement, consagrado a la emigración. Mientras
preparan para el verano una muestra que repasará, entre otros flujos
migratorios, la llegada de los deportados durante la Segunda Guerra Mundial a
Nueva York, su vicepresidenta, Annie Polland explica a EL PAÍS cómo “dada la
manera en la que el mundo y el contexto político han cambiado, lo que hace unos
meses era simplemente parte de la colección ahora se ha convertido en material
controvertido”.
Polland reconoce que ha
empezado a oír entre sus visitantes que “los emigrantes de ahora no son como
los de antes, porque algunos son terroristas” y confirma que es el momento más
crítico para la comunidad emigrante en décadas.
“Trump no es un presidente
más. Desde que en 1965 el presidente Lyndon Johnson firmó el Acta de
Inmigración que realmente abrió las puertas del país (acabó con las cuotas por
nacionalidad) ha habido altibajos, pero la cultura estadounidense ha sido
receptiva con emigrantes y refugiados. Se aceptarían más o menos, pero no
habíamos dejado de vivir con la idea de que la emigración suma”, asegura.
Pero Polland también
recuerda que en 1882 se firmó el Acta de Exclusión China —que vetó la entrada a
la población de este país hasta 1943— y en 1924 la ley migratoria restringió la
entrada de los europeos del este y del sur, especialmente a italianos y a judíos
con la idea de preservar el ideal de unos Estados Unidos homogéneos.
“Desafortunadamente ha habido ocasiones en las que nuestro país ha cerrado las
puertas y Donald Trump podría decir que no está haciendo algo que no se hiciera
ya anteriormente. Pero en este museo defendemos que los mejores momentos de
nuestra historia es cuando hemos abierto el espacio a nueva gente, a nueva
vida”, concluye.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/02/06/actualidad/1486389949_226191.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario