Auditorio Nacional de Madrid. 22 de octubre de 2018. 19.30 horas.
Fundación Scherzo
PROGRAMA
Rossini, Gioachino (1792-1868), La
Cenerentola (Cinderella), melodrama jocoso en dos actos en versión
semiescenificada sobre libreto de Jacopo Ferreti(1784- 1852), basado en la obra
homónima de Carles Perrault, estrenada en Roma en el Teatro del Valle, el 25 de
enero de 1817
INTÉRPRETES
Cecilia Bartoli, Angelina
Edgardo Rocha, Don
Ramiro
Carlos Chausson, Don Magnifico
Alessandro Corbelli, Dandini
Marttina Jankova, Clorinda
Rosa Bove, Tisbe
José Coca, Alidoro
Les Musiciens du Prince y
el Coro masculino de la Opéra de Monte-Carlo
Gianluca Capuano, director musical
Aurelio Scotto, maestro y asistente del coro
Claudia Blersch, responsable de la producción semiescenificada
El barroco se ve desde otra perspectiva (se ve, simplemente), desde
que el contratenor Philippe Jaroussky, lo canta. Como la sintaxis de los
castrati. Ahora está en Madrid cantando dos papeles en Only the sound remains y
lo mismo sucede con una amiga suya y colaboradora en múltiples proyectos,
Cecilia Bartoli, en lo que atañe al belcanto, es decir, a Donizetti, Rossini y
a Bellini, sin olvidar a Mozart. Además, Bartoli revivió las óperas de Vivaldi
con el Giardino Armonico, desconocidas, nada frecuentadas, recuperó también a
Gluck, otro relegado y las partituras de Manuel García y la Malibrán, una de sus
hijas.
Llevó a cabo numerosos trabajos de investigación, como para dar a
luz por segunda vez a Agostino Steffani,
el religioso que ejerció funciones de diplomático y espía, sin olvidar el apoyo
a cantantes, que están a punto de una consagración completa, también gracias a
su aportación incondicional para publicar discos, en Decca, como el tenor
mexicano Javier Camarena. Efectivamente, la mezzo romana es una exploradora
nata de nuevos retos, pero sin olvidar apoyarse en aquellos que, en su día,
dieron forma y moldearon su exitosa e inigualable carrera.
Como artista y contradiciendo a la mayoría de extrema derecha que
gobierna su país, podría callarse, como hacen tantos colegas de profesión o
dedicarse en exclusiva al canto, su métier y su forma de vida, pero sin embargo
tiene un “pensierino” cálido y solidario para todos aquellos inmigrantes en
cuyos países de origen se les ha despojado de todo y vienen buscando a Europa y
otros territorios del mundo, un refugio o una posibilidad de mera
supervivencia. Pero los tiempos y la política, tampoco los pueblos, en general,
se orientan ahora en esa dirección. “Allá penas” reza el conocido refrán
español, para que cada uno vaya a lo suyo sin preocuparse del resto. Cecilia
Bartoli no es una persona ni una artista, a quien le guste mirar para otro
lado, exclusivamente el bueno de la vida y de la historia. Siempre ha
contribuido, en la medida de lo posible, a los marginados, castrati,
compositores olvidados (Giulio Caccini, Caldara, Porpora, Haendel o Scarlatti,
tan a menudo relegado al repertorio estudiantil de los conservatorios) y ha
ampliado el rango de colaboración con músicos solistas, orquestas, directores, conjuntos
de cámara y hasta escritoras como Donna León.
Cecilia Bartoli es también la inspiradora del ensemble barroco Les
Musiciens du Prince, creado en la primavera de 2016 en la Opéra de Monte-Carlo,
con el visto bueno de Jean-Louis Grinda, director de esta institución. Se trata
de un proyecto que inmediatamente recibió el placet de S.A.S. el Príncipe
Alberto II y de su S.A.R. la Princesa de Hanover, más conocida como Carolina de
Mónaco, ambos hijos del fallecido Príncipe Rainiero y de la legendaria Grace
Kelly.
El concierto inaugural tuvo lugar el 8 de julio de 2016 en la Corte
de Honor del palacio de Mónaco, en presencia de la familia principesca y desde
entonces, Los Músicos del Príncipe y
Cecilia Bartoli, que habitualmente reside en Zürich, han recorrido las grandes
salas de Europa, aplaudidos por el público y la prensa internacional.
Ahora viene a Madrid, con un ópera completa, ¡por fin!, al
Auditorio Nacional, una sala pensada más bien para conciertos sinfónicos o
solistas, donde una representación puede quedar pequeña, o ajena. Y con un
público muy atrabiliario de cuya fantasía y falta de saber estar puede
esperarse cualquier cosa: llegadas tarde, salidas improvisadas en medio de las
actuaciones, las inevitables y aburridas toses, caídas estrepitosas de muletas
o bolsos al suelo, o una espectador a la que suena el móvil y no sabe cómo apagarlo
en medio de la representación.
Sin embargo, la constelación Bartoli, los músicos, sus acompañantes
en la experiencia de esta producción, seducen a un público, habitualmente
entregado a priori a la artista romana, que no se priva, entre dientes y sin
que lo noten más que los iniciados, de soltar entre medias de una pirueta
vocal, alguna palabra o expresión de “romanaccio”, el dialecto de la capital
italiana. Para no olvidar las raíces ni perder las esencias.
A propósito de esta partitura rossiniana, Cecilia explica que,
“Cenerentola es una ópera del crescendo rossiniano, no hay momentos de debilidad
en la ópera. Solo con Rossini se encuentra este “champagne”, esta electricidad,
esta ligereza”.
Por su parte, a su lado, Jean-Louis Grinda, director de la Opéra de
Monte-Carlo, agrega que “hay también una pizca de tristeza,- de “malinconia”
apunta Bartoli- de nostalgia, de saudade, como dicen los brasileños”.
Buen equipo el que componen una Cecilia que luce varios vestidos,
algunos de verdadero diseño, centelleantes y con miriñaque, para un desempeño
escénico excelente, con una voz con cuerpo aunque pasen los años, porque su técnica,
su vitalidad, su gracia, no caducan nunca.
Cecilia es una Cenerentola inocente, fresca, custodiada por un Don
Magnifico que desarrolla el bajo buffo español Carlos Chausson, con una
actuación dramática y vocal impecables, grandes, con unos recitativos y un
sillabato sorprendentes. Fraseo elegante, legato canónico, entrega completa a
su papel, sus compañeros y el público, que lo aplaudió como se celebraba en
tiempos a los especiales, a los verdaderamente elegidos por el talento y la
magia.
Correctas y dispuestas en voz y teatralización, Martina Jankova
como Clorinda y Rosa Bove como Tisbe. Un José Coca al que le faltó más garra,
pero consecuente en el fondo con su papel, algo desdibujado y etéreo de ángel,
reemplazando a la figura del hada madrina, más seductora, de la historia
original de Perrault.
Creíble, divertida, resultona, la puesta de la directora de escena
Claudia Blersch y el vestuario.
El programa de mano contenía el elenco, biografías de los artistas,
argumento y publicidad, pero no notas de la ópera y la producción.
EL Dandini de Alessandro Corbelli es cómplice, cariñoso, cálido,
con una voz que no siempre excede las necesidades de su papel, pero que
defiende hasta convertirla en una bella prestación, adecuada perfectamente al
conjunto.
Al tenor uruguayo Edgardo Rocha, en su papel de futuro gobernante y
enamorado, le falta algo más de fuerza vocal y dramática, aunque le sobra
prestancia y tiene toda la vida y la carrera por delante.
Fotos 2 y 3 Julio Serrano
Les Musiciens du Prince hicieron una buena labor, muy interrumpida y sincopada como se dijo antes, por un público falto de empatía musical y otras. Algo titubeantes en la Obertura, fueron ampliándose, afirmándose. No habría que dar clases de ópera, sino de educación “tout court” para comportarse en las salas españolas de concierto. Muy bien el coro, con uniformes divertidos y ocurrentes, con bombín, para diferenciarse de los que llevaban los músicos, casi idénticos. En negro y un toque rojo, stendhalianos.
El director musical, el milanés Gianluca Capuano, lo tuvo
complicado, ya que por razones del planteamiento escénico estaba de espaldas a
los cantantes. Por momentos se giraba para darles las entradas, sobre todo a
las hermanastras de Cenerentola y jugaba con Bartoli, también por complicidad
dramática. Será también su acompañante en la gira europea de mezzo romana con
Les Musiciens y ha sido su director ya con la partitura de Rossini en
Monte-Carlo, Dortmund, Hamburgo, Amsterdam, Martigny, Versalles y Luxemburgo.
Fundó un conjunto instrumental y vocal de música antigua, Il Canto di Orfeo y
se graduó en Milán en órgano, composición y dirección orquestal. Es de esperar
que la próxima vez, en Madrid, tanto él como Les Musiciens du Prince, tengan
más espacio para demostrar su valía, con menos interferencias también, por
parte de un público, el del Auditorio, que, en ocasiones, se comporta de una forma
inmisericorde con los artistas y el espectáculo en general.
La representación fue un éxito colosal, aunque algunos críticos
puedan buscar, como suelen, más con cierto repertorio y artistas o salas que
con otros, pegas y peros para todos los gustos. No sirve de nada, porque el
resultado final, de matices, de comicidad, de excelencia, de elegancia, es
incontestable. El público, o por lo menos el que prestó atención, lo entendió
así y los aplausos, que duraron tiempo, llenaron los recovecos del Auditorio
Nacional de Madrid y los corazones de muchos.
Y sobre todo, “last but not least”, si no hubiera sido por la generosidad
siempre disponible del Servicio de Prensa de la Opéra de Monte-Carlo que me
conoce de varias visitas y reseñas anteriores a su casa y su máxima
responsable, Karine Manglou, no estaría reseñando esta velada. Incluso a
distancia esta vez, ejerció de hada madrina con esta acreditación para Madrid,
para esta cronista a la que a veces también e injustamente, en este foro
desigual, intentan disfrazar de Cenerentola (Cendrillon, Cenicienta).
Cecilia Bartoli, hoy, Patrimonio de la Humanidad, nuestra, también
de Monte-Carlo.
Alicia Perris
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