El novelista ruso
controlaba exhaustivamente las preguntas y respuestas de las entrevistas que
concedía. Las reunió todas en un libro que cumple ahora 45 años
JUAN CRUZ
Vladímir Nabokov hizo
historia de la literatura… y del periodismo. El autor de Lolita dejó una
especie de manual del periodismo de entrevistas en un libro inigualable en su
especie, Opiniones contundentes, que ahora (reeditado recientemente por
Anagrama en España) cumple 45 años. Él fue reiteradamente entrevistado, en la
radio, en la televisión (menos), en la prensa diaria y en las revistas
literarias. Ninguna de esas conversaciones se hizo fuera de su escrupuloso
escrutinio: antes de celebrarlas exigía las preguntas, escribía las respuestas
y, una vez establecido el contacto con el periodista, dictaba lo que había
escrito.
Vladímir Nabokov escribe
tumbado en la cama en 1958. THE LIFE
PICTURE COLLECTION (GETTY IMAGES)
Caso especial, pero no
único, en la historia de la entrevista, Nabokov quedó tan satisfecho con
algunas de ellas que las recogió en un volumen en el que él mismo figura como
autor. En lengua española pasó con Octavio Paz, que se declaró autor de una
suma de las entrevistas que le hicieron, y así las publicó, haciendo también
(no es el caso de Nabokov) correcciones a las preguntas y también a las
respuestas. Era el carácter de Octavio Paz.
En el caso de Nabokov, el
carácter del escritor se pone en evidencia desde el principio. Los periodistas
deben remitirle un calco de la entrevista tal como va a salir por si ‑eso les decía– se equivocaban por ejemplo en la ortografía de su nombre.
Con ironías así disimulaba
el extraordinario control que imprimía a sus propias Opiniones contundentes.
Tan imperioso fue su énfasis que ese libro, con su título, ha pasado a la
historia como un ensayo literario y filosófico. Pues las opiniones que vierte,
también sobre el género de la entrevista, son verdaderamente aplastantes. En la
historia de la literatura, su bestia negra es Dostoievski, cuya mediocridad
destaca prácticamente en cada una de las entrevistas, pero Alain Robbe-Grillet,
que fue su amigo, es señalado por él como un roble literario de Europa, y a
Borges lo cita en singular como su maestro. “¡Con qué libertad y gratitud se
respira en sus laberintos maravillosos!”. Opina Nabokov que Sigmund Freud es un
farsante, y que Marcel Proust se repite como las malas comidas, etcétera.
Pensaba que el conjunto de
sus conversaciones con la prensa disiparían las sombras de antipatía sobre su
figura
El libro tendría que leerse
como un tratado contundente sobre el arte de entrevistar. Su manía contra el
intercambio sin control con reporteros se parece a la de Gabriel García
Márquez, que odiaba los magnetófonos y prefería (en eso difería de Nabokov el
Nobel colombiano) las respuestas leídas por él mismo desde sus propias fichas.
Y esto fue porque las transcripciones de dos entrevistas que le hicieron con
ese aparato le hicieron reír tanto que decidió “que nunca en la vida volvería a
repetir esa hazaña”. Así que “las preguntas que quiera formularme el
entrevistador ha de mandármelas por escrito, y yo se las contesto por escrito,
y han de ser reproducidas al pie de la letra”.
Esas condiciones
“ineludibles”, tan difíciles de cumplir al menos en la prensa escrita, parece
que siempre se llevaron a cabo. Y aunque el trámite pregunta-respuesta se
hubiera completado así, “los entrevistadores suelen desear visitarme”. Este
trámite cara a cara le divertía y le horrorizaba a la vez. Rudyard Kipling fue
a entrevistar a su escritor más amado, Mark Twain, lo vio deambular por su
salón polvoriento y sintió que, en un descuido del maestro, podía robarle la
modesta pipa de espuma de mar y así creía robarle el alma. Esa apropiación
indebida del alma era la que asustaba a Nabokov, pues los entrevistadores iban
a verle sólo por el gusto de llevarse algunas descripciones tópicas: “N. se
bebió el vodka de un trago y soltó con una mueca…”.
Para él la entrevista era
un pequeño “ensayo más o menos estructurado en párrafos, que es la forma ideal
que ha de tomar una entrevista escrita”. Él creía que con ese conjunto de
conversaciones con la prensa iba a disipar las sombras de antipatía que habían
esparcido sus compatriotas sobre su figura, presentándose así, creía, como “una
persona harto más agradable”.
Esa pretensión, que es el
núcleo del prólogo, se espolvorea en el resto del libro: se lanza barro contra
él para poder embadurnar de la peor basura a sus colegas, pasados o presentes.
Así que cuando alguien le pregunta qué obra legaría al futuro, el autor de
Habla, memoria se remite a un hipotético periódico de 2063, en el que se diría
lo que se suele escribir años después de determinado autor célebre perdido en
el limbo: nadie lee hoy a Nabokov ni a Fulmerford. Y él mismo añade: “Terrible
interrogante: ¿quién es ese desdichado Fulmerford?”. Naturalmente, Fulmerford
no existe.
Los críticos literarios
(que llevan a cabo un “arte equívoco”) son blanco de sus iras, Hemingway y
Conrad son, en efecto, “escritores para muchachos”, aborrece las novelas
históricas y los relatos de misterio… El libro es una lección de literatura y
de arbitrariedad, un puñetazo también contra el periodismo que pregunta
obviedades o repite cuestiones que ya le fueron remitidas al mismo autor por
otros o recoge opiniones que figuraban, citadas equivocadamente, en dosieres
desavisados. Como Nabokov, Doris Lessing odiaba el empleo de dosieres para
reproducir palabras que quizá ella no dijo nunca, y en ese sentido Nabokov
inició la tendencia.
Los errores de cualquier
género lo irritaban. A Jane Howard, de la revista Life, le respondió por
escrito un cuestionario del 18 de agosto de 1964, y se lo entregó en mano en
Montreux (Suiza), donde vivía en un hotel. Después de leerle las respuestas (una
de ellas, sobre Lolita, “el libro que ha dejado en mí un resplandor más
placentero, tal vez porque es el más puro de todos, el más abstracto y
cuidadosamente urdido”), Nabokov le escribió una posdata que es su libro de
estilo para las entrevistas: “1. Mis respuestas han de publicarse en forma
exacta y completa; al pie de la letra si se las cita; en versión fiel si no. 2.
Debo ver las pruebas de la entrevista, las semifinales y las finales. 3. Tengo
derecho a corregir en ellas todos los errores relativos a hechos y los deslices
específicos (Mr. Nabokov es un hombre bajo, de pelo largo, etcétera)”.
De inagotable humor
paródico, era un maestro en responder. Y aunque fue en esa tarea antipático y
exigente, no extraña que más de 40 entrevistadores insistieran en recibir de él
respuestas, lecciones y reprimendas. Por abrir el apetito otra vez a este libro
que ya es viejo y sigue siendo fresco, observen su lista de “obras maestras”
preferidas: “Ulises, de Joyce; La metamorfosis, de Kafka; Petersburgo, de Bely,
y la primera mitad del cuento de hadas de Proust En busca del tiempo perdido”.
De exigente recomendación
para los que quieran robar el alma de los escritores, Opiniones contundentes
quizá sea el libro autobiográfico más divertido y radical de Vladímir Nabokov.
Una lección de autenticidad, también, para los que responden.
https://elpais.com/cultura/2018/10/02/actualidad/1538474926_306836.html
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