miércoles, 10 de octubre de 2018

EKATERINA SEMENCHUK : LA MEZZO RUSA QUE SEDUJO AL PÚBLICO DEL TEATRO DE LA ZARZUELA DE MADRID


 XXV Ciclo de lied - Recital II – Del alma rusa. Lunes 8 de octubre, 2018


EKATERINA SEMENCHUK, MEZZOSOPRANO
PIANO: SEMJON SKIGIN

Programa
Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908)
De lo que sueño en la tranquila noche, op. 40, nº 3 (1897)
Las nubes comienzan a abrirse, op. 42, nº 3 (1897)
El ruiseñor esclavo de la rosa, op. 2, nº 2 (1865/66)
La alondra canta más fuerte, op. 43, nº 1 (1897)
César Cui (1835-1918)
Rocé una flor, op. 49, nº 1 (1889/92)
Al oír los horrores de la guerra, op. 62, nº 4 (1902)
La estatua de Tsarskoye Selo, op. 57, nº 17 (1899)
Mili Balákirev (1837-1910)
¡Abrázame, bésame!, 20 canciones, nº 2 (1858)
Cuando oigo tu voz, 20 canciones, nº 18 (1863)
Le amaba, 10 canciones, nº 5 (1895/96)
Aleksandr Borodin (1833-1887)
En casa de unos tipos (1881)
Modest Músorgski (1839-1881)
Olvidado (1874)
Jopak (1866)
Pausa
Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893)
Una lágrima se estremece, op. 6, nº 4 (1869)
Olvidar tan pronto (1870)*
Los fuegos en los cuartos, op. 63, nº 5 (1866/67)
Nadie sino el corazón solitario, op. 6, nº 6 (1869)
Era al principio de la primavera, op. 38, nº 2 (1878)
El terrible momento, op. 28, nº 6 (1875)
Noches de insomnio, op. 60, nº 6 (1886)
Muerte, op. 57, nº 5 (1884)
Juntos nos sentamos, op. 73, nº 1 (1893)
¿Reina el día? op. 47, nº 6 (1880)
*“Olvidar tan pronto, ¡Dios mío!
Toda la felicidad de la vida pasada!” (Traducción de los textos, Amelia Serraller Calvo)

Como anuncian desde el Teatro de la Zarzuela, “De la coloreada escritura de Rimski a la sensual pátina de Chaikovski pasando por la severa concentración de Músorgski, el toque descriptivo de Borodin y las viñetas populares de Cui o Balákirev. Para cantar tan rica música, la oscura, prieta, rotunda y contundente voz de Ekaterina Semenchuk, una mezzo de grandes hechuras, de expresividad muy directa, de probada autenticidad, con la que colabora el pianista Semjon Skigin”. Una información detalladísima y muy didáctica se completa con el programa de mano de Cristina Aguilar.

Este concierto ha sido dedicado al conocido grupo nacionalista ruso, y a Chaikovski. Este grupo de creadores, reunidos en torno a Balákirev incluía a Cuí, Músorgski, Rimski-Kórsakov y Borodín —los cinco que se reconocen como «el grupo de los cinco» o también, «el gran puñado»-. Gerald Abraham sugirió en el Grove Dictionary of Music que ellos nunca se dieron ese apelativo a sí mismos, ni fueron llamados en Rusia «Los Cinco», aunque no es raro encontrar su equivalente en ruso «Пятёркa» («Piatiorka»). En sus Memorias, Rimski-Kórsakov habla del grupo como «el círculo de Balákirev» y utiliza, poco, «El Gran Puñado», a veces con un tono despectivo.

Gran velada pues de música rusa, con dos músicos de primera fila. El pianista, Semjon Skigin, completamente volcado al servicio de una cantante exultante de vida, con una voz fresca, reluciente, espléndida, que sin embargo no pierde su cuidada y encuadrada condición de acompañante.

Efectivamente, Ekaterina Semenchuk es una diva en ciernes, todo llega, a la manera de las que brotaron de ese manantial incansable de talento que es la constelación del Teatro Mariinsky y su factotum, Valery Gergiev. Como Anna Netrebko u Olga Borodina, gracias a la dedicación de la Academia del mencionado teatro de San Petersburgo.
Semenchuk por lo tanto, realizó actuaciones con Larissa Gergieva, hermana del maestro homónimo y se presenta a sí misma como una personalidad fogosa y fina. El recital, de hecho, estuvo envuelto en su apasionamiento y entrega, a menudo nimbado por una galaxia de ensoñación, nostalgia y ternura.

La mezzosoprano rusa tiene un instrumento oscuro con una tesitura que le permite exhibir un registro grave sorprendente, amaderada y nocturnal y unos agudos fáciles y elegantes, que salen solos, con una línea de canto destacada. Un fiato que esconde una respiración que no se puede percibir entre las entretelas de un escote de su traje negro y dorado, de un raso sedoso y ancestral, como si se hubiera vestido con galas del pasado imperial de los zares. Largo, suntuoso, y unas sandalias.

La performance de Semenchuk es sentida, lírica, de una gran amplitud e interpretación escénica, en la verdadera tradición de su país, con la fluidez de una voz de pecho que resuena e invade el escenario y la sala como si fuera un inmenso samovar vocal.
Todas estas capacidades son las que facilitan que un público, que en su gran mayoría no comprende el ruso y tiene que guiarse por los sobretítulos del teatro, pueda seguir sus devaneos escénicos, y acceder a los textos, dulces y en general, llenos de tristeza. Eros y Tánatos, también hay tiempo para la exaltación y el casi galope teatral, como en Jopak, de Músogorski, que cierra la primera parte con un brío y un entusiasmo contagiosos.
La velada se clausuró con varios encore, como una tonadilla dramática de Granados, un tema ruso,  la Perichole de Offenbach, siguiendo la línea chispeante y vividora, las Canciones que me enseñó mi madre de Dvorak o la  Habanera de Carmen. Clásicos desconocidos, enmarcados en partituras vividas por todos.

Solo faltó la resonancia de un Steinway en el escenario, incomparable, pero la cantante rusa, venida de las lejanas tierras del este, esas que llenan de ensoñaciones y aventuras nuestro imaginario colectivo occidental, más abarcable y pautado, por conocido, suplió con creces los armónicos maravillosos como una matrioska generosa y frutal.

Alicia Perris

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