"Death in Venice" , Teatro Real, 23 de diciembre de 2014
Ópera en dos actos y diecisiete escenas. Libreto de Myfanwy Piper, basado en el relato Der Tod in Venedig (1912) de Thomas Mann
Estreno en el Teatro Real
Coproducción del Teatro Real y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intemezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Ficha Artística
Ópera en dos actos y diecisiete escenas. Libreto de Myfanwy Piper, basado en el relato Der Tod in Venedig (1912) de Thomas Mann
Estreno en el Teatro Real
Coproducción del Teatro Real y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intemezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Ficha Artística
Dirección musical: Alejo Pérez
Dirección de escena: Willy Decker
Escenografía: Wolfgang Gussmann
Figurines: Wolfgang Gussmann, Susana Mendoza
Iluminación: Hans Toelstede
Coreografía: Athol Farmer
Dirección del coro: Andrés
Máspero
Gustav von Aschenbach: John
Daszak
El viajero (viejo presumido, viejo gondolero, director del hotel,
barbero del hotel, director de los músicos, voz de Dionisio):
Leigh Melrose
Leigh Melrose
La voz de Apolo: Anthony Roth Costanzo
Empleado inglés. Guía de
Venecia: Duncan Rock
Tadzio: Tomasz Borczyk /
Alejandro Pau.
Pedigüeña: Itxaro Mentxaca.
Conserje del hotel: Vicente
Ombuena
Vendedor de cristal: Antonio
Lozano
Camarero: Damián del Castillo
Vendedora de encaje: Nuria
García Arrés.
Vendedora de periódicos y
fresas: Ruth Iniesta
Otros personajes: Debora
Abramowicz
Miriam Montero
Alexander González
Alexander González
Rubén Belmonte
Elier Muñoz
Sebastián Covarrubias
Vasco Fracanzani
Igor Tsenkman
Ivaylo Ognianov
Elier Muñoz
Sebastián Covarrubias
Vasco Fracanzani
Igor Tsenkman
Ivaylo Ognianov
José Alberto García
Enrique Lacárcel
Paula Iragorri
Ohiane González de Viñaspre
Adela López
Legipsy Álvarez
Esther González
José Carlo Marino
Oxana Arabadzhieva
Álvaro Vallejo
Carlos Carzoglio
Enrique Lacárcel
Paula Iragorri
Ohiane González de Viñaspre
Adela López
Legipsy Álvarez
Esther González
José Carlo Marino
Oxana Arabadzhieva
Álvaro Vallejo
Carlos Carzoglio
Otros actores y bailarines
Gustav von Aschenbach, Marco Berriel. Amigos de Tadzio, Juan C.
Avecilla, José Cameán, Josh Climent, Botones y marionetas, Niños, Irene Lebrun
y David Moreno.
Con Fedro de Platón en el vértice, desde la antigüedad clásica,
artistas e intelectuales han perseguido el canon de belleza ideal.
Thomas Mann, en el siglo XIX, plasma sus inquietudes al respecto en el
relato La muerte en Venecia. Inmerso en un vacío creativo sin fondo, el
escritor Gustav Aschenbach se debate entre las fuerzas contenidas de lo
apolíneo y la pasión de lo dionisíaco.
Es evidente que el catalizador será el adolescente Tadzio, con el que
coincide en su último viaje a una decadente Venecia asolada por una epidemia de
cólera, presagio del derrumbamiento de un mundo que ya se ha esfumado para
siempre (el relato corto se publica en 1912).
En su última ópera, con un nuevo universo sonoro de colores y
texturas, Benjamin Britten, el gran heredero de Purcell, refleja la crisis
existencial y estética del protagonista a lo largo de 17 escenas en las que se
desarrolla un atormentado monólogo interior.
Entre los días 4 y 23 de diciembre el Teatro Real
ofreció siete funciones de esta nueva producción de Muerte en
Venecia, de Benjamin Britten (1913-1976), con dirección musical de Alejo Pérez y
una sobrecogedora y poética puesta en escena de Willy Decker,
coproducida con el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, donde se estrenó con
gran éxito en mayo de 2008.
En esta ocasión la ópera será protagonizada por el tenor John
Daszak, que encarnará al atormentado escritor Gustav von Aschenbach,
y el barítono Leigh Melrose, encargado de dar vida a siete
distintos personajes en sustitución
de Peter Sidhom, inicialmente previsto.
Ambos cantantes debutan en el Real, al lado de un gran
número de solistas, de la mano de Alejo Pérez -que en Madrid ha dirigido
Ainadamar, Don Giovanni y La conquista de México-, y de Willy
Decker, responsable de la inolvidable producción de Peter Grimes, de
Britten (en la primera temporada del renovado Teatro Real), de la
tetralogía de Wagner, presentada entre 2002 y 2004, de una inquietante versión
de La ciudad muerta, de Korngold, en 2010, y de Werther, de
Massenet, en 2011.
Muerte en Venecia es la última ópera de
Britten y su confesional y liberadora despedida. En ella el escritor Gustav von
Aschenbach, alter ego del compositor, camina inexorablemente hacia la
muerte, cautivo de su amor por el joven Tadzio, encarnación de la belleza, el
erotismo y la eternidad.
Estructurada en 17 escenas, la ópera presenta un complejo y
sutil tejido de motivos musicales con una orquestación refinada y sugerente que
se articulan con monólogos reflexivos.
En su puesta en escena, Willy Decker se aleja de las
lecturas más realistas de la obra para adentrarse en el conflicto interior del
protagonista, con sus ensoñaciones y fantasías, ayudado por la atmósfera
nebulosa, decadente y poética de Venecia.
La ópera, basada en la novela homónima de Thomas Mann,
vertebra una ambiciosa programación en
diferentes ámbitos artísticos y culturales —artes plásticas,
cine, danza, música, conferencias, etc., en la que participan la Biblioteca Nacional, la Fundación Juan March y la Filmoteca Española.
En el Teatro Real la programación en torno a la
ópera de Britten se concentra en diciembre, pero se prolongará hasta
marzo. Comenzó el 25 de noviembre (un día antes de la Rueda de Prensa)
con un debate con Willy Decker,
Alejo Pérez yJoan Matabosch, dentro del ciclo Enfoques.
La estilizada puesta en escena de Willy Decker –quien califica la obra
de “fascinante, llena de ambigüedad y equívocos”– subraya la tensión
intelectual y erótica que consume al protagonista, resaltando su lado más
onírico.
Y es a partir de aquí como se dibuja todo el proyecto teatral, musical
y vocal.
Es inevitable evocar con la puesta actualizada de esta ópera, la
onírica película de Muerte en Venecia, que realizó en una coproducción
franco-italiana Luchino Visconti di Modrone, conde de Lonate Pozzolo, de origen
milanés, cuyo perfume y “élan magique”, siempre presentes, atraviesa toda la
“regia”.
Conseguida sin embargo la puesta al día en este nuevo formato grácil,
evocador, hacia el patetismo que adquiere en la mayoría de los humanos, la
ideación, la visión y la comprobación de su propia muerte.
En este sentido la Death in Venice del Real es otra propuesta
terminal, oscura, como lo fue la de Visconti, donde se puede oler desde el
comienzo la cercanía inexorable y fatídico de las Parcas.
Alejo
Pérez, el joven director argentino, puede con todo lo que se trae entre
manos, desde el movimiento escénico, hasta el subrayado actoral y la dirección
de los cantantes y bailarines. Las entradas son ajustadas, la Orquesta y el Coro Titulares del Teatro
Real, excelentes en su performance, como suelen.
Los actores y bailarines parecen disfrutar sinceramente con ese
deambular fascinante con el que corren y habitan aquí y allí, el escenario y lo
hacen muy bien.
John
Daszak, el versátil tenor británico como von Aschenbach (que en alemán
significa “río de cenizas”) se las ingenia para manejar con elegancia y soltura
su voz, haciendo creíble y apreciable un rol que tiene muchísimo componente
teatral y actoral. Igual sucede con el desempeño de Leigh
Melrose,
un barítono neoyorkino que desempeña muchos papeles, todos con eficacia y seguridad.
Muy bien Anthony Roth Costanzo,
el contratenor estadounidense graduado en Princeton y en la Escuela de Música
de Manhattan, en la voz de Apolo.
Duncan
Rock como un empleado inglés y guía de Venecia, eficaz y acompañado por
una pléyade de solventes secundarios como Itxaro
Mentxaka, el conocido Vicente
Ombuena, Antonio Lozano, Damián del
Castillo, Nuria García Arrés y Ruth Iniesta en los roles de apoyo, todos españoles.
Siempre nos quedará alguien importante sin mencionar, dada la amplitud
del reparto y la riqueza que cada pequeño papel desempeña en esta concepción de
la última ópera de Benjamin Britten.
Todo el engranaje de la performance no hubiera tenido unos mimbres
sobre los que fabricarse sin la prosa densa, por momentos oscura de Thomas Mann,
uno de los grandes prosistas en lengua alemana que nos hace recordar, por si
fuera necesario hacerlo, que, “una vez conocida la belleza, solo puede
seducirla o morir”. En eso estamos.
El público aplaudió lo suyo y apreció visiblemente el esfuerzo de un
montaje de envergadura y altos vuelos. Otro tanto positivo para el coliseo
madrileño que se esfuerza por estar a la altura de los proyectos y de sus
costes, como ocurre en estos tiempos y esto no siempre es fácil, ni evidente.
Alicia Perris