sábado, 29 de diciembre de 2018

EL GONG DE TURANDOT CIERRA UN AÑO PORTENTOSO EN EL TEATRO REAL DE MADRID


Drama lírico en tres actos Con música de Giacomo Puccini (1858-1924), finalizada por Franco Alfano (1875-1954). Libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni, basado en la fábula homónima de Carlo Gozzi. Teatro Real de Madrid, 27 de diciembre de 2018.

Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán, el 25 de abril de 1926 y en el Teatro Real el 14 de febrero de 1998. Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Canadian Opera Company de Toronto y el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera.
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Pequeños Cantores de la JORCAM

Ficha Artística

Dirección musical: Nicola Luisotti        
Dirección de escena, escenografía e iluminación: Robert Wilson 
Codirección de escena: Nicola Panzer   
Escenógrafa asociada: Stephanie Engeln         
Figurines: Jacques Reynaud       
Iluminador asociado: John Torres        
Caracterizaciones: Manu Halligan        
Vídeo: Tomek Jeziorski
Dramaturgia: José Enrique Macián      
Dirección del coro: Andrés Máspero     
Dirección del coro de niños: Ana González     
Asistente del Director de Escena: Giovanni Firpo     
Asistente del figurinista: Davide Boni  
La princesa Turandot: Irene Theorin, soprano dramática   
El emperador Altoum: Raúl Giménez, tenor  
Timur: Andrea Mastroni, bajo               
Calaf: Jae-Hyoeung Kim, tenor lírico-spinto
Liù: Yolanda Auyanet, soprano lírica   
Ping: Joan Martín-Royo   (barítono)
Pang: Vicenç Esteve , tenor ligero         
Pong: Juan Antonio Sanabria, tenor ligero    
Un mandarín: Gerardo Bullón   

Vuelve Turandot al Teatro Real luego de 20 años de ausencia, con una nueva producción firmada por uno de los directores importantes de los siglos XX y XXI: Robert Wilson, creador de producciones como The Life and Death of Marina Abramovic y Pelléas et Mélisande. Irene Theorin, como Turandot (reemplazando a Nina Stemme, que se dio de baja por enfermedad justificada) y Yolanda Auyanet, como Liù y el director musical asociado del Teatro Real, Nicola Luisotti, que dirige uno de los grandes títulos del repertorio italiano.
Así firmó Puccini, el maestro de Lucca, la que sería su última ópera, que dejó inconclusa. Basada en un poema épico persa del siglo XII, Turandot permitía al compositor adentrarse en un universo sonoro y temático muy rico y renovado. Como había ya conseguido con Madama Butterfly, regresa a los territorios del Oriente imaginado por el inconsciente colectivo, que tan bien se le había dado en su anterior obra sobre el Japón y el colonialismo político y de género.
Pero esta vez el personaje femenino de Turandot, parece contraponerse a la figura evanescente y doblegada por el hombre de Butterfly, que tiene sin embargo su correlato en esta última producción pucciniana en Liù, admirable de abnegación, consecuente con su destino aciago y trágico hasta el final. Turandot, efectivamente, construye su forma de estar en el mundo desde una zona de confort imperial y femenina, donde lo que impera, para decirlo brevemente y en términos lacanianos, es el miedo al falo y el deseo de controlar las pulsiones y el comportamiento masculino.
“El nombre Turandot proviene del persa que significa 'La hija del Turán'. Turán es una región de Asia Central que pertenecía al Imperio persa. El origen de la historia de Turandot se remonta al poema titulado Las siete bellezas o Las siete princesas, obra de Nezamí Ganyaví, uno de los grandes poetas épicos de la literatura persa. Este poema relata la historia de un príncipe persa de la época Sasánida, que tenía 7 princesas, cada una de ellas proveniente de un lugar distinto del imperio: Egipto, China, Rusia, Grecia, Turquía, India, Asia central. Una de estas princesas, de origen ruso, no encontraba ningún hombre que fuera digno de ella, y por eso se encerró en una fortaleza y declaró que se entregaría al hombre que la encontrara y pudiera resolver una serie de enigmas. Pero una vez resueltos los enigmas, debía pasar por su “puerta secreta guardada por misteriosas espadas que amenazan con decapitar al intrépido”.

François de la Croix, un orientalista francés contemporáneo de Antoine Galland, traductor de Las mil y una noches, en una colección de cuentos llamada Los mil y un días, se hizo cargo de este relato. En esta obra se hace una transposición cultural de la princesa rusa original a una fría y cruel princesa china llamada “Turandokht”, para acentuar el carácter exótico de la historia. Desde ahí Carlo Gozzi, parece ser que creó una tragicomedia al estilo de la Comedia del arte, que luego fue recreada por el poeta alemán Friedrich Schiller. El texto de la ópera está basado en una traducción italiana de esta obra”.
Turandot es una partitura con una exigencia máxima para el rendimiento de los cantantes. El segundo acto, por ejemplo, se inicia con la frase” In questa reggia”, cuando Turandot explica la razón de su comportamiento. Musicalmente, esta parte exige sobreagudos a cargo de la soprano que, la hacen particularmente difícil. El tercer acto nos brinda una de las arias más conocidas para tenor, “Nessun dorma”, inmortalizada por el llorado Pavarotti, que representa la victoria del amor sobre el odio, donde Calaf clama que nadie se duerma para descifrar el nombre del joven héroe.



En la República Popular China estuvo mucho tiempo vetada la representación de Turandot, porque se consideró que menospreciaba a China y al pueblo chino. Como los tiempos cambian,  en septiembre de 1998, finalmente se estrenó y estuvo durante ocho noches en la Ciudad Prohibida con opulentos escenarios y soldados del ejército como extras. Se trató de una producción internacional, cuya puesta en escena estuvo a cargo de Zhang Yimou, con el legendario  Zubin Mehta, como director musical. El protagonismo dramático-vocal recayó en Giovanna Casolla, como la Princesa Turandot; Sergei Larin, como Calaf; y Barbara Hendricks y Barbara Frittoli, alternando en el papel de Liú. Nada menos.
La apuesta escénica del Teatro Real en esta ocasión es majestuosa, sobria y suntuosa, logrando que el escenario de una sensación de amplitud verdaderamente regia. Los cantantes trabajan en una relativa comodidad espacial, salvo por los casos en que aparecen sobrevolando el escenario para crear dos espacios escénicos que tienen relación directa con la autoridad y el poder en el caso del viejo emperador y la princesa Turandot. Robert Wilson organiza muy bien la escena, la iluminación y la escenografía, sencilla pero no pobre, como suele ocurrir en algunas salas líricas en estos tiempos.
El figurinista Jacques Reynaud hace unas creaciones vibrantes que rozan el cuento de hadas, o mejor, aquí, de terror, con un equipo de apoyo en un todo que funciona muy bien. El coro tiene una especial actuación en esta ópera, a diferencia de otras de Puccini, más recoletas, más íntimas. Andrés Máspero, el director argentino a cargo desde hace años de esta formación, consigue como siempre, una fluidez y una actuación destacables.
Nicola Luisotti y colaboradores, conciertan con elegancia y entrega, aunque por momentos, la orquesta se desborda en volúmenes sonoros, debido a una partitura seguramente amplificada sobre todo en los metales y la percusión, un reto complicado de asumir por la acústica y el diseño de algunos teatros de ópera, aunque las voces sostienen con elegancia el desafío de los instrumentos a menudo en forte y a tutta orchestra.
De hecho, Turandot está concebida para una formación generosa: en principio, maderas: 3 flautas, 2 oboes, un corno inglés, 2 clarinetes en si bemol, un clarinete bajo, 2 fagotes, a contrafagot, y 2 saxofones altos en escena en mi bemol. Metales: 4 trompas en Fa, 3 trompetas en Fa, 3 trombones, un trombón contrabajo, 6 trompetas en el escenario en si bemol, 3 trombones y un trombón bajo en escena. La percusión es de verdad lujosa y de un caudal sorprendente, hipnótico, ya que hay timbales, címbalos, gong, un triángulo, una caja, un bombo, un gong, un glockenspiel, un xilofón, un xilófono bajo, campanas tubulares, entonadas con gongs chinos, un bloque en escena y un gran gong además. En lo que respecta a los teclados, completan el todo una celesta, y un órgano y destacan en las cuerdas: 2 arpas,  violines, violas, violonchelos, y contrabajos.





La Turandot de Irene Theorin tiene una actuación dramática conseguida, aunque la voz, por momentos, sobre todo al principio, busca un lugar donde instalarse de forma clara, con graves excesivamente en piano y un registro agudo que se puede volver poco agradable, pero salva la parte de todas formas con holgura. Como anécdota, se podría agregar que esta soprano sueca experimentada, cantó Isolde en Buenos Aires, bajo la dirección de Daniel Barenboim.

La excelente Liù de Yolanda Auyanet, la soprano canaria, llena de una luminosidad que trasciende lo vocal y comunica muy bien emociones
y transparencia psicológica. 
Su performance es bonita y dulce, enternecedora, sutil, como exige el personaje.
Andrea Mastroni, bajo italiano que empezó como clarinetista, es un Timur experimentado, con excelentes posibilidades vocales que aquilata con sabiduría, como Raúl Giménez, un tenor lírico argentino que tiene una dilatada carrera internacional  y es un especialista consumado además, en el repertorio belcantista y mozartiano. Compone un emperador Altoum donde transmite la fragilidad de la vejez y el dolor por compartir la familia con una hija tan poco afable y conciliadora.
Finalmente siempre en los papeles protagonistas, el tenor nacido en Seúl Jae-Hyoung Kim, elabora un Calaf compacto, con un chorro de voz, que en ocasiones carece de toda la calidez necesaria, aunque, dadas las circunstancias dramáticas y argumentales, es difícil encontrarle el punto a un osado caballero que sabe que puede ser el siguiente en la lista de pretendientes reales  en perder la cabeza. Tiene un instrumento fresco y sano y es muy seguro y firme en su despliegue vocal y teatral.



No se puede escribir  sino lo mejor de los tres personajes que comentan y completan el relato operístico, Joan Martín Royo (Ping), Vicenç Esteve (Pang) y Juan Antonio Sanabria bordan un trío de lujo cuyas voces y muy especialmente la actuación corporal, los eleva a una calidad muy especial dentro de este elenco bien dotado y eficiente.
En roles que a veces se descartan, Gerardo Bullón es un ajustado mandarín, así como hay que recordar a los bailarines David Vento (el príncipe de Persia), El verdugo ( de Antonio Carbonero y Álex Pastor) y las tres mujeres que despliegan Estíbaliz Barroso, Alicia Espinar y Eva Hageman.

Y last but not least, los Pequeños Cantores de la Jorcam, al mando siempre de Ana González, que, a pesar de ser niños, consigue lo mejor de ellos con disciplina y trabajo, como el que pudiera realizar un plantel de cantantes adultos consumados.
Todos los artistas y profesionales que produjeron y contribuyeron al éxito de esta obra, muy aplaudida por el público, que llenaba completamente la sala el día de esta reseña y otras funciones, dedicaron las representaciones a la memoria de la soprano catalana Montserrat Caballé, recientemente desaparecida. Y como relatora y cuentacuentos habitual, solo me queda desearles a todos los melómanos y los lectores de esta publicación, un esperanzado año 2019, lleno de empatía, paz y solidaridad. Que así sea.
Alicia Perris

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