La Traviata. Ópera en 3 actos (1853). A partir de una novela de Alexandre Dumas Hijo, "La Dame aux camélias". Con música de Giuseppe Verdi (1813-1901) y libreto de Francesco Maria Piave. Opéra Bastille, Paris, 20 de diciembre, 2018
CAST Director musical: Karel Mark Chichon. Director de escena: Benoît Jacquot .Diseño del set y decorados: Sylvain Chauvelot. Diseño de vestuario: Christian Gasc .Luces: André Diot. Coreografía: Philippe Giraudeau .Director del coro: Alessandro Di Stefano. Orquesta y Coros de la Opéra National de Paris.
Violetta Valéry: Ermonela Jaho. Flora Bervoix : Virginie Verrez .Annina : Cornelia Oncioiu. Alfredo Germont: Charles Castronovo. Giorgio Germont : Ludovic Tézier. Gastón: François Rougier. Barón Douphol : Philippe Rouillon. Marqués d'Obigny: Christophe Gay. Doctor Grenvil : Luc Bertin-Hugault. Giuseppe: Manuel Mendes. Doméstico: Andrea Nelli. Comisionario: Fabio Bellenghi
"Povera donna, sola, abbandonata, in questo popoloso deserto che appellano Parigi..."
La Traviata escena V
Prólogo Todo el mundo interesado por la trayectoria del país de Molière, reconoce la tradición centralista de sus gobiernos, posiblemente a partir del reinado de Felipe el Hermoso francés (no el marido de Juana la Loca, de origen centroeuropeo). La Basílica de Saint Denis atesora, más o menos vapuleados por la historia gala, los restos de decenas de reyes desde los fundacionales carolingios y antes, hasta el último Carlos X, (que todavía no ocupa su tumba por haber muerto fuera y nunca haber sido trasladado a su lugar de enterramiento definitivo), cuando se termina la monarquía en Francia. (Aunque luego el II Imperio de Napoléon III cerrará definitivamente el ciclo de los emperadores-reyes franceses, después de su derrota en la Guerra Franco Prusiana).
Es un compromiso escribir de música en París, con los actos de protesta que se vienen desarrollando en la capital francesa, porque viajar a la ciudad en estas circunstancias y más asistir a un espectáculo que todo el mundo considera más o menos elitista, aunque se puede ver la función desde Paraíso, por 5 euros, cuando un billete de metro cuesta 1,90, necesita un planteamiento inicial. Y en el siglo XIX y XX, gobernantes como Napoleón Bonaparte, el general De Gaulle, Mitterrand con dos septenatos, Giscard d´Estaing, Pompidou, Sarkozy, Hollande o el actual Luis XVI reencarnado como lo definen los “gilets jaunes”, Emmanuel Macron, representan un deseo de poder casi omnímodo, a pesar de la Asamblea Nacional, que muchos querrían más alejado del paradigma real. En dos palabras, pues, Francia se sobresalta por este presidente elegido por el pueblo para evitar la ultraderecha lepenista, pero le echa en cara su falta de empatía, de sensibilidad, de capacidad para estar con los pies en la tierra, con el pueblo, aislado como está en las telarañas de su formación en la ENA (para las élites de gobierno) y su absoluta falta de plasticidad emocional. Y así llevan manifestándose por las calles, compartiendo las noticias con el atentado islamista en Estrasburgo, que tiñó de sangre inocente el comienzo de la Navidad.
Y ahora, La Traviata
Si es necesaria esta introducción, es porque La Traviata, sobre todo en la actualidad, con el movimiento feminista “metoo” y el acceso de la visibilidad femenina a las cercanías del poder y la iconografía del siglo XXI, también es una partitura y un libreto con una posible lectura política, social e histórica. El término “Traviata” para empezar, hace referencia a una “demi-mondaine”, a una mujer que “ha perdido el camino”, a una descarriada. Que vive del comercio sexual en una fiesta continua de carnalidad y placer. Verdi aportó su grano de arena debido a su habitual confusión y estereotipo conservador judeocristiano para definir qué es una mujer y cuál es el rol que debe jugar en la vida. ¿El modelo correcto es el de su esposa, perdida muy pronto, madre de sus hijos y “reina del hogar”, o el de Giuseppina Strepponi, una soprano de vida menos reglada, su segunda esposa, in extremis y un poco a hurtadillas y a regañadientes.
En efecto, los valores morales de los últimos años de la Monarquía de julio, están más que explicitados en esta ópera. Se trata de la confrontación entre el espíritu libertario heredado de la Revolución de 1789 (en Francia a menudo se concibe una especie de estar en el mundo como de “manifestación permanente” con o sin cabezas cortadas, (recuerden 1848, 1870, 1968, entre otros)), encarnada por Marguerite Gautier, la protagonista dela novela autobiográfica de Dumas hijo, que intenta cohabitar con el conservadorismo y la rigidez burgueses del reino de Luis-Felipe, simbolizada por la autoridad patriarcal de Duval.
Traducido a una clave actual, La Traviata aborda, como se relata en el programa de mano, muy exhaustivo y lujosamente confeccionado, la gran cuestión de la tragedia humana, disociando su aspecto femenino y masculino. En este meollo se dibujan los trazos de una mujer en busca de honor, cuyo sacrificio exigido y consentido para beneficiar otro modelo familiar, la aureola con una cierta grandeza. Esta nobleza se opone a la cobardía del hombre y a la violencia inherente a su naturaleza autoritaria, donde el pensamiento único para todos florece a la perfección. Violetta lo escenifica muy bien: “Que él sepa el sacrificio que hago por amor… (le contesta a Germont padre, con el honor de una virgen casadera, su hija, que defender), que el último suspiro de mi corazón será para él”.
Versiones escénicas de Traviata ha habido muchas y algunas, sublimes, la de Visconti con María Callas para La Scala de Milán, alrededor de 1955, la adaptación de Franco Zeffirelli para el cine, con Teresa Stratas y Plácido Domingo en los roles principales en los 80 y ahora ésta que nos ocupa, de Benoît Jacquot para la Opéra Bastille. La dirección escénica de este cineasta francés tiene, para empezar, el gran desafío de un escenario amplísimo, de unas dimensiones fuera de lo habitual y hay que llenarlo, iluminarlo, con los recursos del teatro, que, no son ilimitados.
En el primer acto, sobre una dilatada cama cuelga el cuadro de la Olympia de Manet, en alusión evidente al tren de vida de la dueña de la casa. Más adelante, la fiesta discurre por caminos más transitados con anterioridad, para llegar a la larga escena de Germont padre con Violetta, en un claroscuro que subraya la incomodidad de la conversación y el descarado planteamiento del padre de Alfredo. Bien adaptados el vestuario de Christian Gasc, muy bling bling y la iluminación de André Diot, así como los decorados de Sylvain Chauvelot. Por fin, en torno al juego, con un papel importante dedicado al dinero que va y vuelve entre las manos de unos y otros y las cartas, un ballet concebido por Philippe Giraudeau, que destaca lo que hace tiempo se podría definir como la intersexualidad de nuestro tiempo en Occidente: hombres que no son, mujeres que quieren otro perfil familiar y social, gays, transexuales y toda la amplia gama de movimientos y reivindicaciones que hacen que, la definición, “hombre, mujer” se quede ya cortísima. De hecho, las bailarinas gitanas en este montaje son hombres y los toreros, mujeres y la identificación con la “fiesta taurina” (la muerte de los animales para recreo del público) una referencia habitual cuando se piensa (todavía) en España.
El director musical, Karel Mark Chichon, gibraltareño, al frente de la orquesta de la Opéra de Paris, hace una labor de concertación admirable, con un Verdi nada excesivo, guiado por un metrónomo interior que, sin embargo, no le resta soltura, elegancia. Atento siempre a los cantantes, al ballet, a los imponderables, ninguno sin embargo, que pudieran surgir de una puesta compleja y un teatro con un público variado, que casi completa hasta arriba el aforo y aplaude sin condiciones la audición, pero cuando se debe, al final, porque Chichon no permite interferencias descolocadas.
El coro dirigido por Alessandro Di Stefano engarza a la perfección con la partitura, exigente y el trabajo de los cantantes, redoblado por la potencia y la seguridad de unas actuaciones generosas. Virginie Verrez construye una Flora Verboix comprensiva, de voz y actuación holgada, igual que los otros roles acompañantes de François Rougier, como Gastón, el prepotente Barón Duphol, siempre al acecho, que defiende muy bien Philippe Rouillon, el Marqués d´Obigny de Christophe Gay, apropiado, al igual que Annina, por Cornelia Oncipiu, el Doctor Grenvil en la voz de Luc Bertin-Hugault, y Giuseppe (Emanuel Mendes), Andrea Nelli (como doméstico) y Fabio Bellenghi como el comisionario. Muchos de ellos, con un papel más definido y destacado hacia el final de la representación.
El tenor norteamericano de origen siciliano por padre y ecuatoriano por vía materna, Charles Castronovo, es un Alfredo cálido, enamorado, con la falta de realidad propia de su edad y de su clase social, cómoda y fácil. Cuenta con una voz rica, de buen esmalte, llena de matices, Empasta muy bien con la magia teatral y vocal de Ermonela Jaho, que “borda” su Violetta, una de sus creaciones más aplaudidas, igual que la de Madame Butterfly. Tiene un instrumento nada imponente pero cómo lo luce, lo despliega y le saca todas sus posibilidades. Gran escuela y técnica y una sensibilidad a flor de piel en el palcoscenico y fuera de él, como le reconocen todos los que han trabajado con ellas, artistas o no. Ermonela, de origen albanés y con una vida propia no exenta también de dificultades, posee uno de los hombros y escotes más bonitos de la lírica actual y sabe lucirlos con elegancia y donosura. Ermonela aporta el color, una figura estilizada, en concordancia con la levedad femenina con la que parece haber nacido cantando este papel y con una desenvoltura natural en escena que es prodigiosa, así como la capacidad que ejerce para subyugar con sus gestos gráciles a todos los presentes. Aunque parece más una bailarina que una soprano en escena, se engalana con una voz que tiene una muy bella línea de canto, expresiva, de filatos, sutil y flexible.
Gran parte de las ovaciones fueron para premiar el lucimiento de Jaho, su “finezza”. (De hecho, uno de los presentes soltó entre los aplausos, “Es la mejor. La sigo desde que empezó. No hay otra igual”. No sé si en Buenos Aires, su performance reciente en el Teatro Colón tuvo una acogida tan homogénea y entregada por parte de la crítica y el público). Y finalmente, Ludovic Tézier, en el poco amable papel del “padre padrone”, Germont, tiene “feeling” con la Violetta de Ermonela. Y se ha convertido en una referencia dentro de su cuerda, en la gran tradición francesa, tras los pasos de grandes nombres de su historia más reciente como Michel Dens, Gabriel Bacquier, asiduo del teatro Colón en sus tiempos de gloria, o Robert Massard y su nombre está presente en todas las grandes óperas del mundo. Posee una gran elegancia, con una dicción extremadamente clara. Y una voz es de gran belleza y amplia. Su repertorio actual de barítono lírico se irá orientando con su evolución, pues se ha lucido ya en papeles verdianos. Ludovic Tézier ha sido nombrado recientemente Chevalier des Arts et Lettres, como reconocimiento a su contribución a la difusión de la cultura francesa. Después de pasearme en los entreactos por los poblados pasillos y el foyer de la Opéra Bastille, soñando y meditando sobre el París de hoy, sus museos, su arte, su gente, más reconcentrada y distante que otras veces, no puedo dejar de sentir un inmenso agradecimiento, porque todavía los franceses siguen haciendo regalos impagables.
Aunque perdida la antigua opulencia queda el estilo, el perfume y una elegancia que los viene acompañando a través de los siglos. Aún en crisis, por el hecho de que algunos no llegan a fin de mes y es verdad, el desigual reparto de la riqueza, y el evidente cambio climático, porque la velocidad con que Europa y el mundo se desplazan hacia la nada, da vértigo, individual y socialmente, que menos que desearos a todos, los que nos distinguen con su arte y su música, y sus acompañantes en la vida dentro y fuera del escenario, los lectores, los que tienen esperanza y pelean por un futuro y una sociedad mejores, más solidarias y empáticas, Feliz Navidad y un 2019 lleno de luz para todos. A ver si puede ser…
Alicia Perris
CAST Director musical: Karel Mark Chichon. Director de escena: Benoît Jacquot .Diseño del set y decorados: Sylvain Chauvelot. Diseño de vestuario: Christian Gasc .Luces: André Diot. Coreografía: Philippe Giraudeau .Director del coro: Alessandro Di Stefano. Orquesta y Coros de la Opéra National de Paris.
Violetta Valéry: Ermonela Jaho. Flora Bervoix : Virginie Verrez .Annina : Cornelia Oncioiu. Alfredo Germont: Charles Castronovo. Giorgio Germont : Ludovic Tézier. Gastón: François Rougier. Barón Douphol : Philippe Rouillon. Marqués d'Obigny: Christophe Gay. Doctor Grenvil : Luc Bertin-Hugault. Giuseppe: Manuel Mendes. Doméstico: Andrea Nelli. Comisionario: Fabio Bellenghi
"Povera donna, sola, abbandonata, in questo popoloso deserto che appellano Parigi..."
La Traviata escena V
Prólogo Todo el mundo interesado por la trayectoria del país de Molière, reconoce la tradición centralista de sus gobiernos, posiblemente a partir del reinado de Felipe el Hermoso francés (no el marido de Juana la Loca, de origen centroeuropeo). La Basílica de Saint Denis atesora, más o menos vapuleados por la historia gala, los restos de decenas de reyes desde los fundacionales carolingios y antes, hasta el último Carlos X, (que todavía no ocupa su tumba por haber muerto fuera y nunca haber sido trasladado a su lugar de enterramiento definitivo), cuando se termina la monarquía en Francia. (Aunque luego el II Imperio de Napoléon III cerrará definitivamente el ciclo de los emperadores-reyes franceses, después de su derrota en la Guerra Franco Prusiana).
Es un compromiso escribir de música en París, con los actos de protesta que se vienen desarrollando en la capital francesa, porque viajar a la ciudad en estas circunstancias y más asistir a un espectáculo que todo el mundo considera más o menos elitista, aunque se puede ver la función desde Paraíso, por 5 euros, cuando un billete de metro cuesta 1,90, necesita un planteamiento inicial. Y en el siglo XIX y XX, gobernantes como Napoleón Bonaparte, el general De Gaulle, Mitterrand con dos septenatos, Giscard d´Estaing, Pompidou, Sarkozy, Hollande o el actual Luis XVI reencarnado como lo definen los “gilets jaunes”, Emmanuel Macron, representan un deseo de poder casi omnímodo, a pesar de la Asamblea Nacional, que muchos querrían más alejado del paradigma real. En dos palabras, pues, Francia se sobresalta por este presidente elegido por el pueblo para evitar la ultraderecha lepenista, pero le echa en cara su falta de empatía, de sensibilidad, de capacidad para estar con los pies en la tierra, con el pueblo, aislado como está en las telarañas de su formación en la ENA (para las élites de gobierno) y su absoluta falta de plasticidad emocional. Y así llevan manifestándose por las calles, compartiendo las noticias con el atentado islamista en Estrasburgo, que tiñó de sangre inocente el comienzo de la Navidad.
Y ahora, La Traviata
Si es necesaria esta introducción, es porque La Traviata, sobre todo en la actualidad, con el movimiento feminista “metoo” y el acceso de la visibilidad femenina a las cercanías del poder y la iconografía del siglo XXI, también es una partitura y un libreto con una posible lectura política, social e histórica. El término “Traviata” para empezar, hace referencia a una “demi-mondaine”, a una mujer que “ha perdido el camino”, a una descarriada. Que vive del comercio sexual en una fiesta continua de carnalidad y placer. Verdi aportó su grano de arena debido a su habitual confusión y estereotipo conservador judeocristiano para definir qué es una mujer y cuál es el rol que debe jugar en la vida. ¿El modelo correcto es el de su esposa, perdida muy pronto, madre de sus hijos y “reina del hogar”, o el de Giuseppina Strepponi, una soprano de vida menos reglada, su segunda esposa, in extremis y un poco a hurtadillas y a regañadientes.
En efecto, los valores morales de los últimos años de la Monarquía de julio, están más que explicitados en esta ópera. Se trata de la confrontación entre el espíritu libertario heredado de la Revolución de 1789 (en Francia a menudo se concibe una especie de estar en el mundo como de “manifestación permanente” con o sin cabezas cortadas, (recuerden 1848, 1870, 1968, entre otros)), encarnada por Marguerite Gautier, la protagonista dela novela autobiográfica de Dumas hijo, que intenta cohabitar con el conservadorismo y la rigidez burgueses del reino de Luis-Felipe, simbolizada por la autoridad patriarcal de Duval.
Traducido a una clave actual, La Traviata aborda, como se relata en el programa de mano, muy exhaustivo y lujosamente confeccionado, la gran cuestión de la tragedia humana, disociando su aspecto femenino y masculino. En este meollo se dibujan los trazos de una mujer en busca de honor, cuyo sacrificio exigido y consentido para beneficiar otro modelo familiar, la aureola con una cierta grandeza. Esta nobleza se opone a la cobardía del hombre y a la violencia inherente a su naturaleza autoritaria, donde el pensamiento único para todos florece a la perfección. Violetta lo escenifica muy bien: “Que él sepa el sacrificio que hago por amor… (le contesta a Germont padre, con el honor de una virgen casadera, su hija, que defender), que el último suspiro de mi corazón será para él”.
Versiones escénicas de Traviata ha habido muchas y algunas, sublimes, la de Visconti con María Callas para La Scala de Milán, alrededor de 1955, la adaptación de Franco Zeffirelli para el cine, con Teresa Stratas y Plácido Domingo en los roles principales en los 80 y ahora ésta que nos ocupa, de Benoît Jacquot para la Opéra Bastille. La dirección escénica de este cineasta francés tiene, para empezar, el gran desafío de un escenario amplísimo, de unas dimensiones fuera de lo habitual y hay que llenarlo, iluminarlo, con los recursos del teatro, que, no son ilimitados.
En el primer acto, sobre una dilatada cama cuelga el cuadro de la Olympia de Manet, en alusión evidente al tren de vida de la dueña de la casa. Más adelante, la fiesta discurre por caminos más transitados con anterioridad, para llegar a la larga escena de Germont padre con Violetta, en un claroscuro que subraya la incomodidad de la conversación y el descarado planteamiento del padre de Alfredo. Bien adaptados el vestuario de Christian Gasc, muy bling bling y la iluminación de André Diot, así como los decorados de Sylvain Chauvelot. Por fin, en torno al juego, con un papel importante dedicado al dinero que va y vuelve entre las manos de unos y otros y las cartas, un ballet concebido por Philippe Giraudeau, que destaca lo que hace tiempo se podría definir como la intersexualidad de nuestro tiempo en Occidente: hombres que no son, mujeres que quieren otro perfil familiar y social, gays, transexuales y toda la amplia gama de movimientos y reivindicaciones que hacen que, la definición, “hombre, mujer” se quede ya cortísima. De hecho, las bailarinas gitanas en este montaje son hombres y los toreros, mujeres y la identificación con la “fiesta taurina” (la muerte de los animales para recreo del público) una referencia habitual cuando se piensa (todavía) en España.
El director musical, Karel Mark Chichon, gibraltareño, al frente de la orquesta de la Opéra de Paris, hace una labor de concertación admirable, con un Verdi nada excesivo, guiado por un metrónomo interior que, sin embargo, no le resta soltura, elegancia. Atento siempre a los cantantes, al ballet, a los imponderables, ninguno sin embargo, que pudieran surgir de una puesta compleja y un teatro con un público variado, que casi completa hasta arriba el aforo y aplaude sin condiciones la audición, pero cuando se debe, al final, porque Chichon no permite interferencias descolocadas.
El coro dirigido por Alessandro Di Stefano engarza a la perfección con la partitura, exigente y el trabajo de los cantantes, redoblado por la potencia y la seguridad de unas actuaciones generosas. Virginie Verrez construye una Flora Verboix comprensiva, de voz y actuación holgada, igual que los otros roles acompañantes de François Rougier, como Gastón, el prepotente Barón Duphol, siempre al acecho, que defiende muy bien Philippe Rouillon, el Marqués d´Obigny de Christophe Gay, apropiado, al igual que Annina, por Cornelia Oncipiu, el Doctor Grenvil en la voz de Luc Bertin-Hugault, y Giuseppe (Emanuel Mendes), Andrea Nelli (como doméstico) y Fabio Bellenghi como el comisionario. Muchos de ellos, con un papel más definido y destacado hacia el final de la representación.
El tenor norteamericano de origen siciliano por padre y ecuatoriano por vía materna, Charles Castronovo, es un Alfredo cálido, enamorado, con la falta de realidad propia de su edad y de su clase social, cómoda y fácil. Cuenta con una voz rica, de buen esmalte, llena de matices, Empasta muy bien con la magia teatral y vocal de Ermonela Jaho, que “borda” su Violetta, una de sus creaciones más aplaudidas, igual que la de Madame Butterfly. Tiene un instrumento nada imponente pero cómo lo luce, lo despliega y le saca todas sus posibilidades. Gran escuela y técnica y una sensibilidad a flor de piel en el palcoscenico y fuera de él, como le reconocen todos los que han trabajado con ellas, artistas o no. Ermonela, de origen albanés y con una vida propia no exenta también de dificultades, posee uno de los hombros y escotes más bonitos de la lírica actual y sabe lucirlos con elegancia y donosura. Ermonela aporta el color, una figura estilizada, en concordancia con la levedad femenina con la que parece haber nacido cantando este papel y con una desenvoltura natural en escena que es prodigiosa, así como la capacidad que ejerce para subyugar con sus gestos gráciles a todos los presentes. Aunque parece más una bailarina que una soprano en escena, se engalana con una voz que tiene una muy bella línea de canto, expresiva, de filatos, sutil y flexible.
Gran parte de las ovaciones fueron para premiar el lucimiento de Jaho, su “finezza”. (De hecho, uno de los presentes soltó entre los aplausos, “Es la mejor. La sigo desde que empezó. No hay otra igual”. No sé si en Buenos Aires, su performance reciente en el Teatro Colón tuvo una acogida tan homogénea y entregada por parte de la crítica y el público). Y finalmente, Ludovic Tézier, en el poco amable papel del “padre padrone”, Germont, tiene “feeling” con la Violetta de Ermonela. Y se ha convertido en una referencia dentro de su cuerda, en la gran tradición francesa, tras los pasos de grandes nombres de su historia más reciente como Michel Dens, Gabriel Bacquier, asiduo del teatro Colón en sus tiempos de gloria, o Robert Massard y su nombre está presente en todas las grandes óperas del mundo. Posee una gran elegancia, con una dicción extremadamente clara. Y una voz es de gran belleza y amplia. Su repertorio actual de barítono lírico se irá orientando con su evolución, pues se ha lucido ya en papeles verdianos. Ludovic Tézier ha sido nombrado recientemente Chevalier des Arts et Lettres, como reconocimiento a su contribución a la difusión de la cultura francesa. Después de pasearme en los entreactos por los poblados pasillos y el foyer de la Opéra Bastille, soñando y meditando sobre el París de hoy, sus museos, su arte, su gente, más reconcentrada y distante que otras veces, no puedo dejar de sentir un inmenso agradecimiento, porque todavía los franceses siguen haciendo regalos impagables.
Aunque perdida la antigua opulencia queda el estilo, el perfume y una elegancia que los viene acompañando a través de los siglos. Aún en crisis, por el hecho de que algunos no llegan a fin de mes y es verdad, el desigual reparto de la riqueza, y el evidente cambio climático, porque la velocidad con que Europa y el mundo se desplazan hacia la nada, da vértigo, individual y socialmente, que menos que desearos a todos, los que nos distinguen con su arte y su música, y sus acompañantes en la vida dentro y fuera del escenario, los lectores, los que tienen esperanza y pelean por un futuro y una sociedad mejores, más solidarias y empáticas, Feliz Navidad y un 2019 lleno de luz para todos. A ver si puede ser…
Alicia Perris
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