Miembros del movimiento de los chalecos amarillos en Saint Beauzire
(Francia), el pasado 6 de diciembre. THIERRY ZOCCOLAN AFP
Susana Díaz perdió las elecciones en el instante mismo de ganarlas.
El candidato del PP, en cambio, las ganó en el momento de perderlas.
Definitivamente, Dios ha confundido nuestras lenguas. Vean si no: Ciudadanos y
Vox, que quedaron por detrás del PSOE y del PP, también tuvieron una noche de
gloria. Los únicos que perdieron sin paliativos, sin matices, sin contradicción
alguna, fueron los de Adelante Andalucía. Bueno, hay también unos ganadores
incontestables: los abstencionistas. Bien es verdad que incontestables hasta
cierto punto, ya que si no han votado es porque vienen perdiéndolo todo,
incluida la moral, desde hace varias legislaturas. Han ganado, en fin, porque
perdían. Nadie intentará acercarse a ellos para pactar puesto que carecen de
representantes. No tienen rostro ni sindicato ni organización que los acoja,
pero un día de estos se ponen un chaleco amarillo y la arman. España está
potencialmente llena de chalecos amarillos franceses, valga la pirotecnia.
El chaleco amarillo, que venía sirviendo para señalar el lugar de
un percance individual, sirve ahora para metaforizar un desastre colectivo.
Esas multitudes que han invadido las calles del país vecino tienen sus vidas
detenidas en un arcén, el mismo en el que se han visto obligados a aparcar su existencia
quienes no fueron a votar en Andalucía. Si la izquierda pretende recuperar a
sus votantes debe hacer campaña en los márgenes de la realidad, adonde han sido
expulsadas las clases a las que en otro tiempo representaban. Allí encontrarán
contribuyentes con sus biografías averiadas, si no rotas, a la espera de que
los recoja una grúa. ¿Cómo van a desplazarse al colegio electoral desde la
nada? Primero tendrán que ir Mapfre o la Mutua a por ellos.
https://elpais.com/elpais/2018/12/06/opinion/1544102368_756439.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario