Hablar de lo buenos o malos
que somos puede distraer de lo que hacemos: evita hacer política
DANIEL GASCÓN
La ministra de Justicia
Dolores Delgado en el Congreso. RICARDO RUBIO EUROPA PRESS
En Sin perdón, alguien
reprocha a Gene Hackman que haya pegado a un hombre inocente. “¿Inocente de
qué?”, pregunta Hackman. Depende del estándar. No es solo que “el pasado es un
tiempo en el que fui culpable”, como escribió Félix Romeo en Dibujos animados.
Muchas veces, el futuro también es un tiempo en el que lo seremos.
La moralización de la
política y de las vidas privadas y pasadas de los políticos parte de buenas
intenciones. Sus razones pueden ser comprensibles, por motivos tácticos y de
contexto, y por voluntad de ejemplaridad. Pero también tiene consecuencias
negativas, tanto para quien utiliza el argumento moral para legitimarse como
para la conversación pública.
Pedimos a los políticos que
parezcan capaces de ganarse la vida fuera de la política: tienen que encarnar
un cierto ideal meritocrático, aspiracional y representativo a la vez. Al mismo
tiempo, su trayectoria debe estar exenta de las zonas grises de quien ha estado
en el sector privado o ha tomado decisiones difíciles en su carrera laboral.
Deben tener la capacidad comunicativa de un político experimentado: si no, los
periodistas se ponen nerviosos.
Hablar de lo buenos o malos
que somos puede distraer de lo que hacemos: evita hacer política. Como todas
las exhibiciones de virtud, el énfasis moral fomenta la hipocresía. La ética,
como explicó Fernando Savater, es lo que les falta a los otros. Nos mostramos
escandalizados cuando sabemos que podrían sacarnos cosas parecidas. Exageramos
la transgresión del adversario y minimizamos la de nuestro compañero (la
nuestra, naturalmente, no existe). Buscar las contradicciones morales de los
demás te lleva a adoptar actitudes discutibles, y a tener aliados poco
recomendables.
Pero un riesgo mayor es que
la hipocresía es el relativismo epistémico: la idea de que no hay forma de
ponerse de acuerdo sobre lo que sucede, que lleva a una visión cínica donde
desaparece la gradación entre los errores y la realidad, es solo un pretexto
para la lucha partidista.
La moralización de la
política contribuye a la simplificación e infantilización de los debates. No se
trata de que desaparezcan los vínculos entre la ética y la política, sino de
que haya una cierta mirada adulta. La que defendía, por ejemplo, Georges
Brassens cuando cantaba: “No tiréis piedras a la mujer adúltera: yo estoy
detrás”. @gascondaniel
https://elpais.com/elpais/2018/09/28/opinion/1538161883_501710.html
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